Motines y saqueos. El ser y el deber ser.



Álvaro López | El Cerebro Habla 🧠

Vimos que en Estados Unidos, a raíz del cobarde e indignante asesinato de George Floyd, se llevaron a cabo manifestaciones que terminaron en actos violentos, saqueos y demás.

Evidentemente algunas personas insistieron en el cobarde asesinato y entendieron los motines como una mera consecuencia de lo acontecido, mientras que otros insistieron en que los actos violentos son condenables (los liberales-progresistas enfocados en lo primero, derechistas y conservadores en lo segundo).

De alguna u otra forma, ambos tienen razón. Es evidente que las posturas ideológicas condicionan el enfoque y la forma en que abordan el conflicto. Pero para entender el fenómeno debemos hacer una distinción entre el ser y el deber ser. Si bien, los sesgos ideológicos o políticos son prácticamente inevitables, sí se les puede acotar para tener una mejor comprensión de lo ocurrido.
EL SER

Es casi una consecuencia que, a raíz de lo ocurrido, esto haya derivado en motines y violencia. La violencia es una clara expresión de la indignación acumulada dentro de aquellos sectores de afroamericanos que viven en condiciones más difíciles producto de procesos históricos donde el racismo está involucrado y perciben cómo quienes deberían protegerlos los violentan.

Ese sentimiento de impotencia y rabia se convierte en un detonante para que salgan a hacer desmanes. Voy a decir algo que espero se entienda bien y quede claro para evitar prejuicios: los negros tienden a ser, por lo general, más violentos: suelen cometer más crímenes y poblar más las cárceles. Pero no lo son porque sean más malos ni porque haya algo en su genética que los incline a comportarse así. Ello es producto de procesos históricos y culturales donde, por lo general, las personas afroamericanas conviven más con la violencia que los blancos y ya no digamos los asiáticos (que son bastante menos violentos que los blancos). Entonces es más probable que la respuesta ante un acto indignante (y con razón), la forma de reaccionar sea esa.

Es un error, como suele ocurrir con aquellos que se enfocan solo en el “deber ser”, no prestar atención a lo que hay detrás de un fenómeno social y cultural. Lo acontecido no es un hecho aislado, es consecuencia de diversos procesos y eventos que interactuaron de tal forma que bastó algo que prendiera la mecha para que todo explotara: el cobarde asesinato de George Floyd.

En este punto es necesaria la empatía para comprender el origen del fenómeno. ¿Por qué son más los negros los violentados por la policía? ¿Qué es lo que ha hecho que ellos convivan más con la violencia, la ejerzan y sean víctimas de ella?

¿Hay un acto de racismo en el hecho de que negros inocentes sean tres veces más agredidos o asesinados por la policía? ¿Los policías blancos los agreden por ser negros? Es una buena pregunta. Un argumento que se suele esgrimir en contra de esa tesis es que los negros, a su vez, se involucran en actos más violentos y cometen más crímenes. Pero aún si ese argumento explicara todo (estadísticamente), tendríamos que profundizar más con el fin de no caer en un prejuicio producto de la superficialidad con la que abordamos el asunto y que, evidentemente, sería racista.

En algún punto de la cadena de sucesos y procesos históricos hay, evidentemente, algún problema de racismo, y más innegable es cuando los negros han sido discriminados (hasta por la ley) a lo largo de casi toda la historia de los Estados Unidos. Los cambios sociales siempre son progresivos, y pensar que en unas décadas el problema del racismo (aunque sea evidentemente menor que hace algunas décadas) haya desaparecido. Pensar eso sería un acto de terrible ingenuidad.

¿Por qué los negros viven en condiciones más complicadas que los blancos o los asiáticos? ¿Por un fenómeno de aleatoreidad? Imposible ¿porque los negros son, por naturaleza, más violentos? Categóricamente falso. Si hay un sesgo que no se explica por la aleatoreidad o por una “condición natural”, entonces podemos deducir que el racismo es parte de la fórmula.

Es evidente que, en las condiciones actuales, los motines y los actos vandálicos siempre van a ser una posibilidad. Si las condiciones actuales no cambian, las consecuencias difícilmente lo harán. La indignación, el cólera y el repudio hacia este asesinato, son totalmente comprensibles y justificables, y uno puede deducir sin ningún problema que si ataca la problemática desde su base, los incentivos para manifestarse de forma violenta van a disminuir drásticamente.
EL DEBER SER

Si, habiendo dicho lo anterior, no nos enfocamos en el “deber ser”, correremos el riesgo de romantizar dicha violencia que, a fin de cuentas, afecta a terceras personas inocentes (ataques a la propiedad privada o a personas) y que, por lo tanto, no es justificable.

Hasta ahora entendemos por qué ocurre y comprendemos que es casi una consecuencia de diversos factores que la desencadenaron. Cuando la derecha pugna por la ley y el orden como el remedio (como bien dijo Trump) sin comprender por qué ocurrió solo está atendiendo los efectos y no las causas. Si las causas no se atienden, solamente crearán una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento e incluso el resentimiento puede crecer.

Que el hecho de que una persona ataque la propiedad privada de una persona inocente esté explicada por sucesos cercanos a la injusticia que lo incitaron a actuar así, no valida ni justifica éticamente dicho actuar por el simple hecho de que hay un tercer afectado que es inocente. De lo contrario, alguien podría justificar que el policía blanco que lo mató se puede justificar en el hecho de que es una persona que creció con muchos traumas producto de violencia familiar que recibió.

En este sentido hablo de lo que “debe ser”. Lo que es es el hecho de que estos actos son producto de una profunda y justificada indignación. Lo que debe ser es que una persona, sin importar si está enojada, no tiene derecho a violentar a otra persona inocente (o su propiedad). Es decir, la víctima no tiene el derecho a convertirse en victimario de alguien más.

En este espacio he expresado que en el pasado no me indignó lo ocurrido en manifestaciones feministas ya que la propiedad vandalizada no es privada (tampoco es que me parezca que sea el escenario más deseable), y comprendí (el ser) lo ocurrido producto de la terrible violencia hacia la mujer y el machismo sistémico que todavía existe, por ello no lo descalifiqué. Sin embargo, hice un paréntesis y condené algunos actos (aislados, y de muy pocas) donde una camioneta de otras feministas fue vandalizada y otra donde un reportero fue agredido.

De la misma forma entiendo que los manifestantes de Minneapolis se hayan ido contra el cuartel de los policías ya que son los agresores, pero es más difícil de justificar que algunos hayan violentado la propiedad privada, aún y cuando entiendo la rabia y la furia que cargan sobre su ser.
CONCLUSIÓN

No podemos encasillarnos en una de las dos dimensiones. La derecha se equivoca rotundamente cuando, en aras de buscar el orden, desatiende flagrantemente las causas. Ello me parece insensible con las víctimas. He visto que algunas personas han decidido relativizar el hecho para condenar fervientemente la violencia. Dicen que “a los blancos también los matan” o All Lives Matter para relativizar lo ocurrido y esperar que las cosas sigan igual. La empatía sí es necesaria para comprender al que sufre y ver qué se puede hacer para acabar con aquél problema.

Tampoco se puede, como ocurre, satanizar el conjunto y no a los que participan en esos actos. Muchas personas (la mayoría) se manifestaron pacífica y libremente.

Tampoco podemos, como ocurre en el otro lado, celebrar que ataquen propiedad privada. No solo porque no hay justificación ética en ello, sino porque ello crea inmediatamente otra víctima la cual ni siquiera se está tomando en consideración: aquella persona inocente que vio su negocio arder y perdió todo su esfuerzo por un motín. Sensibilizarse no implica justificar. Podemos, perfectamente, empatizar con ese resentimiento o agravio que hizo al individuo actuar así y, a la vez reprobar el acto, no es excluyente una cosa de la otra.

Es comprensible que los sesgos ideológicos nos inviten a tomar una de esas posturas, pero podemos al menos acotarlos para tratar de entender el problema con una mejor dimensión y así hacer un mejor juicio de ello.