La infiltrada del grupo político de Fayad en Morena



#OpiniónPolítica | Alonso Quijano 

En la política mexicana nada muere: se transforma, se infiltra, se adapta. Y en Hidalgo, donde el poder huele a incienso y a negocio, los viejos cacicazgos aprendieron hace tiempo a disfrazarse con nuevos colores. Omar Fayad lo entendió mejor que nadie. Antes de dejar el gobierno, ya estaba negociando con quienes supuestamente lo habían derrocado, tejiendo pactos invisibles con los operadores de Morena y colocando a sus fichas dentro del nuevo régimen. Una de esas piezas finamente colocadas fue Simey Olvera, hoy senadora y rostro del morenismo hidalguense, pero que muchos en los pasillos del poder identifican como una extensión política del grupo político del exgobernador priista, a quien le facilitó su infiltración en el partido guinda. 

No fue casualidad. Durante las negociaciones con Ricardo Monreal, cuando la palabra “desaparición de poderes” comenzaba a sonar como amenaza y moneda de cambio, Fayad vio su oportunidad. Compró voluntades a través de su secretario de gobierno Simón Vargas, tejió lealtades y empujó a personajes que, con un discurso de “transformación”, abrieron las puertas del movimiento a quienes juraban combatir. Esa operación política —silenciosa— permitió que los viejos intereses del priismo sobrevivieran al cambio de régimen, infiltrándose dentro de Morena como una serpiente que muda de piel, pero no de veneno.



Simey Olvera, encarna ese equilibrio perfecto entre discurso social y conveniencia política. Los que la conocen saben que su lealtad no se mide en ideales, sino en alianzas. Su ascenso meteórico no se explica por su trabajo legislativo, sino por el respaldo de quienes vieron en ella una pieza útil para mantener influencia en el nuevo orden. No es un secreto que varios empresarios cercanos a círculos controvertidos —incluidos personajes vinculados a la secta de La Luz del Mundo— se han dejado ver a su alrededor, financiando actos, proyectos o causas de “bienestar”. Los videos que circulan en redes son apenas destellos de una red mucho más compleja, tejida entre política, religión y dinero.

Lo más interesante es que esos mismos empresarios mantienen una estrecha relación con Omar Fayad, quien es su padrino de bodas de uno de esos magnates, en una ceremonia donde también participó Victoria Ruffo, su esposa. Esa escena, tan aparentemente social, fue en realidad una postal de las alianzas entre Jalisco e Hidalgo, empresarios con vínculos religiosos cuestionables, un exgobernador con ansias de permanencia y un círculo político dispuesto a todo para conservar influencia bajo la nueva bandera guinda.

El movimiento que nació prometiendo destruir a las élites terminó abriéndoles la puerta principal. Fayad no perdió el poder: simplemente lo camufló. Su viejo estilo de operar —comprar, negociar, infiltrar— se adaptó al lenguaje de la 4T. Ahora ya no se habla de “mapaches electorales” o de “estructuras priistas”, sino de “comités secciónales de la transformación”. Las prácticas son las mismas; solo cambió el nombre del amo. 

Y como muestra de esa nueva alianza disfrazada de pluralidad, la reciente visita de Gerardo Fernández Noroña al informe de Simey en Hidalgo no fue un acto de camaradería ni un gesto de apoyo desinteresado, sino un espaldarazo al grupo político de Omar Fayad. Noroña, con su retórica incendiaria y su fama de disidente, terminó siendo el vocero involuntario de la infiltración. Su presencia junto a Simey Olvera no fue ideológica, sino simbólica: un intento de vestir con discurso revolucionario lo que en realidad es una jugada de control político. Fayad encontró en él un mensajero perfecto para legitimar desde la izquierda lo que en el fondo sigue siendo el viejo priismo con guinda en la solapa. 

Y mientras las bases de Morena, las que de verdad creyeron en un cambio, son desplazadas o silenciadas, los viejos operadores priistas sonríen desde sus nuevos curules, con credenciales guindas y discursos aprendidos. Simey Olvera es apenas la cara visible de una maquinaria que no se extinguió con el fin del sexenio de Fayad, sino que mutó para sobrevivirlo. 


La historia política de Hidalgo, siempre escrita con tinta de traiciones, demuestra una vez más que los pactos más peligrosos no se firman entre enemigos declarados, sino entre aliados disfrazados. Fayad lo hizo con maestría: se retiró con aplausos, dejó el tablero aparentemente limpio y movió sus piezas en silencio. Y mientras los ingenuos celebraban la victoria del “cambio”, el exgobernador seguía gobernando desde las sombras, a través de rostros nuevos que le deben todo.

Porque en la política, como en los viejos juegos de poder, no gana quien más grita, sino quien logra permanecer invisible. Y en ese arte, Omar Fayad sigue siendo el maestro, y Simey Olvera, su mejor alumna.