México un país que cava sus propias tumbas



Alonso Quijano 

8 de octubre de 2025

Más de ochenta bolsas con restos humanos han sido halladas en Jalisco — y cada una lleva consigo la historia de alguien desaparecido, una familia que aún busca respuestas, un abrazo que nunca llegó. En algunos sitios como en Zapopan, en el predio conocido como Las Agujas, se han contabilizado hasta 223 bolsas con restos humanos, lo que hasta ahora vincula esos hallazgos con al menos 37 personas, aunque solo 18 han sido preidentificadas por tatuajes o cicatrices. En el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, colectivos documentaron osamentas, prendas abandonadas y rastros de cremaciones, lo que sugiere un uso sistemático del sitio como espacio de desaparición forzada o entierro clandestino.

Estas cifras no son una anomalía aislada: México vive una crisis de desapariciones y violencia sistemática. El país reporta que cada día desaparecen cuarenta personas. Ese dato — humano, brutal, incontestable — refleja cómo la normalización del horror ha avanzado mientras la sociedad escribe en redes debates que muchas veces apaguen la urgencia del grito mortal: ¿cuántos cuerpos más abandonados esperarán ser contados? Las estadísticas oficiales reconocen más de 130 mil personas desaparecidas y no localizadas. Y en el ámbito forense, más de 52 mil cadáveres permanecen sin identificar en todo el país. En Jalisco, estado que encabeza los registros de desapariciones, más de 15 mil personas están en calidad de no localizadas.

Por supuesto, detrás de cada cifra está el rostro de una madre, un padre, un hijo, una hermana que aún pregunta “¿dónde estás?” En Jalisco han ocurrido asesinatos de buscadores y buscadoras: María del Carmen Morales, integrante del colectivo Guerreros Buscadores, fue asesinada junto con su hijo mientras investigaba la desaparición de otro de sus hijos. Teresa González Murillo, madre buscadora y líder comunitaria, fue atacada e hirió gravemente; su caso ha evidenciado cómo quienes indagan el dolor se vuelven objetivo. Organizaciones civiles han denunciado que las autoridades estatales mostraron negligencia o contaminación de las fosas del rancho de Teuchitlán, al permitir que la escena sea alterada incluso antes de su aseguramiento formal.

No se trata de elegir entre una guerra u otra, como algunos quieran plantearlo. Se trata de resistir el silencio y negarse a que la violencia se normalice. Mientras discutimos teorías desde el asombro mediático, nuestros muertos siguen enterrados sin nombre, sin justicia, sin voz. La empatía no debería tener fronteras. Pero no puede ignorar lo que sucede aquí, en #México. Callar también es complicidad. Las bolsas vacías de respuestas gritan por nosotros.