EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO PARA LOS MEXICANOS

Editorial

Alfredo Jalife, un gran intelectual y analista, ha señalado que los mexicanos padecemos el Síndrome de Estocolmo, el cual es una reacción psicológica paradójica de las víctimas de las crisis, o de una persona retenida contra su voluntad. 

En México existe mucho desempleo, inseguridad y pobreza, la información difundida por diversos medios oficiales, así como las declaraciones recientes de varios políticos a cerca de la posibilidad de que se inicie un proceso de cambio democratizador parece enmarcarse dentro de la descripción de una gran “simulación”.

Nuestra clase política a través de la televisión, se encuentra programando mentalmente a los ciudadanos, imponiéndoles características psicológicas aparentemente agradables, como son la dependencia, la falta de iniciativa, la inhabilidad para actuar, el decidir o el pensar, para así evitar cualquier descontento social. Como ejemplo de lo anterior podemos observar el papel social de nuestras “taranovelas”, que hacen sentir que todo está bien y que estamos en “el país de las maravillas”, cuando la realidad es un proceso de “ficción”.

Para los ciudadanos lo anterior es diferente, ya que existe el desempleo, la pobreza, la inseguridad, los secuestros, la carestía de la vida sobre todo en los productos básicos, pero a pesar de esto somos felices gracias el control mental de las televisoras y de nuestros políticos. Aunque Pemex se venda, los mexicanos no haremos nada porque estamos programados para mantenernos pasivos. 

Mientras los ciudadanos sufrimos los golpes mediáticos de las televisoras, los priistas dicen: que el petróleo es de los mexicanos y que no se va a privatizar, cuando la realidad es otra; que no habrá aumento en los impuestos cuando se está planeando una iniciativa que impondrá el IVA a alimentos; que el pueblo mexicano es muy trabajador pero sin embargo, es muy feliz cuando en realidad en cafés, mercados, camiones, combis, los ciudadanos se quejan de la falta de alimentación, educación y pobreza. Nuestros políticos nos quieren engañar motivando iniciativas que lograran que los jóvenes pierdan su niñez, y trabajen desde muy temprana edad y con ello sean explotados en su vida y libertad.

El espíritu del poder constituyente en su momento fue diferente, ellos se centraron en el valor de la “libertad”, pero no pensaron en la amenaza del la corrupción, la irrelevancia de su origen fraudulento, el olvido de la brutalidad asociada a su imposición, la acción correctora de las reformas realizadas.

Hay que tener cuidado de no confundir y no justificar, ni bajarle el perfil con la deslealtad, los políticos no quieren cambiar las cosas porque han sido beneficiados en lo personal todos estos años, e incluso tal vez, nunca estuvieron realmente identificados con los ideales que decían tener. La clase política ha sucumbido ante los privilegios.