“VIVA MI PATRIA MEXICANA"

Por Miguel Ángel Serna Ortega
Investigador Histórico

Nicolás Romero era nativo de la municipalidad de Tlalpan y en su juventud trabajo de obrero en una fábrica de mantas de esta ciudad. En la Guerra de Reforma participo del lado de los Liberales, con los Guerrilleros de Ajusco. Muy joven se trasladó a Nopala, hoy Estado de Hidalgo

Al principiar la intervención francesa en México en 1862, servía al Ejercito Liberal, Republicano Juarista en lo que ahora es el Estado de Hidalgo.

Y en febrero de 1864 Nicolás Romero a la cabeza de 100 jinetes de lanzeros chinacos de incorporo a las fuerzas liberales que comandaba en Zitacuaro, el General y Escritor Vicente Rivapalacio. 

El León de las Montañas como le decían los invasores franceses, por su bravura y audacia en los combates, era un hombre de 36 años, de estatura regular, mestizo, con una fisonomía completamente vulgar, sin barba, el pelo cortado casi hasta la raíz, vestía de negro, sin llevar espuelas, ni espada, ni pistola; con su andar mesurado su cabeza inclinada siempre, y sus respuestas cortas y lentas, parecía más bien un pacífico tratante de azúcar o maíz, que el hombre que llenaba medio mundo con rasgos fabulosos de audacia, de valor y sagacidad. Jamás pregunto de sus enemigos ¿Cuántos son? Si no ¿Dónde están? Y ahí iba. 

Nicolás Romero era además, un extraordinario jinete, Don Eduardo Ruiz en su libro “Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán” lo describe de la siguiente manera: 

“Jamás he visto un Jinete como Nicolás Romero. Sentarse en el caballo con tanta naturalidad, como si así hubiera pasado toda su vida. Le gustaba a veces menear el penco, lo que significaba que nadie como él, sabia arrancarlo y sentarlo con sin igual don aire, lo hacia andar atrás en largo trecho, arrendar con una destreza inimitable, brincar cercas y barrancas, trepara por peñas que parecían inaccesibles. A veces, cogido de la cabeza de la silla y corriendo de caballo y jinete, Nicolás hacia una voltereta desde el suelo volteando el cuero sobre la cabeza del corcel y cayendo sentado en la silla”. 

Ya incorporado a las fuerzas del General Rivapalacio el 21 de mayo de 1864, libro su primera acción en Michoacán contra los Conservadores, esto ocurrió en el poblado de Nijni, cuando a la una de la tarde los guerrilleros daban descanso a la caballada; en esos momentos una fuerza enemiga de 150 hombres comenzó a torotearse con la avanzada de Nicolás Romero, este al oír los disparos, mando de refuerzo a las guerrillas de Garza.

Entre tanto, el enemigo se había posesionado del cerro que esta frente a la hacienda. Nicolás Romero de inmediato cargo sobre los conservadores monárquicos, quienes no pudieron resistir la carga y, aterrorizados huyeron. Con este triunfo comenzó a oírse en Michoacán el nombre de Nicolás Romero.

En efecto, con una actividad inalcanzable, moviéndose a grandes distancias, apareciendo súbitamente en un lugar y otro, Romero mantenía constantemente en vigilia a las tropas francesas y conservadoras mexicanas. Iba desde Michoacán hasta el estado de México, llego a Toluca y ataco Tenango, donde hicieron capitular a la guarnición al mando del Capitán Trujillo, sus guerrilleros chicanos de Ojeda y Tenorio recorrían las inmediaciones del camino que de Toluca conduce a Morelia por Maravatio. Morales operaba en el estado de México; al poniente, entre Puruandiro y Morelia se movían las guerrillas de chinacos michoacanos de Ronda y Garnica; Nicolás de Regules amagaba Zamora; Servin de la Mora se acercaba a Patzcuaro; Gil Abarca descendía hasta tierra caliente amenazando Coalcoman y expulsaba al contraguerrillero conservador Francisco Suárez y finalmente, en los alrededores de Morelia, operaban las guerrillas de los hermanos González.

Don Eduardo Ruiz en su libro antes citado, al analizar los métodos de la guerra de guerrillas señalaba que: “el mejor y más eficaz sistema de guerra empleado por los republicanos era el de partidas sueltas, intangibles cuando se les perseguía, imponentes, terribles cuando atacaban de sorpresa, inextinguibles en la derrota, pues antes de emprender el ataque, por medio de una cita expresa o por costumbre, sabían el punto en que debían reunirse. . . Aquellos hombres estaban siempre en vela, como si la noche se hubiese hecho para emprender las marchas más difíciles y provocar los combates más sangrientos. . . Lo mismo caminaban a pie que a caballo y cuando era preciso, recorrían inmensas distancias, apareciendo repentinamente en donde menos se les esperaba. . Si era necesario, asistían a las grandes batallas; pero en su vida común, en las sorpresas: grandes conocedores del terreno, llegaban hasta el enemigo sin que nadie los sintiera, ya en el lugar, se revolvían entre sus contrarios, sembrando la muerte a terribles botes de lanza; y a menudo, cuando el enemigo creía que ya estaba totalmente deshecho, horas después se repetía el ataque brusco, sangriento, rápido, fantástico. Aquellos hombres adivinaban los movimientos del enemigo... le iban molestando en las etapas que hacía, saliéndole a veces a vanguardia, ora apareciendo por los flancos y acometiendo en otras por la retaguardia... Las guerrillas los tenían en constante alarma; ¡desgraciado del francés que se apartaba de las filas! En el instante se veía cogido con el terrible lazo. Bien se decía que era un gigante al que no se le veía el cuerpo, pero se sentían los cien brazos infatigables.”

Por su parte Nicolás Romero, participa ampliamente con otros Jefes Republicanos en la fragosa batalla del 5 de julio de 1864 en donde derrotaron a las huestes Conservadoras del General Leonardo Márquez.

Así mismo el 14 de octubre de 1864 después de una batalla cerca de la hacienda de Ventas del aire, el Coronel Nicolás Romero capturo al Capitán Ruso Waldemar Kecker, ayudante del General Márquez entregándolo al General Rivapalacio y al que Romero le dio buen trato.

Y en gloriosa hazaña al frente de 260 guerrilleros chinacos el Coronel Nicolás Romero en las inmediaciones de Zitacuaro derroto el 16 de noviembre de 1864, al Ejercito Francés y de traidores mexicanos al mando del Capitán de La Haylrie. Por la mañana en la hacienda de la Coyota, después en la hacienda de Jesús del Rió y finalmente en la Guarita, inmediato al pueblo de San Francisco.

“Ya en la noche mientras los vecinos de Zitacuaro solemnizaban aquel memorable día en que tres veces nuestro guerrillero hizo morder el polvo a un adversario tan superior en numero, los chinacos profundamente dormidos descansaban de sus fatigas, sin pensar que la gloria derramaba sobre ellos afluvios de su luz inmortal”.(Eduardo Ruiz obra citada)

El 28 de enero de 1865, el Coronel Nicolás Romero salio de Zitacuaro con 60 lanceros y 100 infantes de la Guardia Nacional, rumbo a Carácuaro perseguido por el Coronel francés de Potier con mil invasores y otros 600 traidores mexicanos al mando de De la Madrid. 

El 29 Romero y su fuerza llegaron al Rancho de Papasindan, situado entre Tuzantla y Carácuaro, en el oriente de la tierra caliente de Michoacán. Este lugar esta oculto en medio de elevadas montañas y para llegar a el por cualquier lado el terreno va sacando ondulaciones, es un campo triste en que la vegetación apenas se muestra por uno que otro granjeno, llamados “chaparros” el suelo es un conjunto de rocas y por lo tanto, falto de vegetación. Romero decidió quedarse aquí con 50 de sus guerrilleros. Y en el último de sus comunicados, Romero le decía al General Vicente Rivapalacio. “Ejercito Republicano. División de Operaciones. Primera Brigada. Hoy a las once de la mañana he llegado a este punto y mañana continuare mi marcha para Carácuaro, trayendo la fuerza de mi mando, compuesta de Primero y Segundo Escuadrón y el Batallón de Tiradores. La Fuerza de Jalisco también viene, y creo también continuara su marcha. Lo que pongo en consentimiento de usted para su inteligencia y fines consiguientes. Patria, Libertad y Reforma. Papasindan. Enero 29 de 1865. Nicolás Romero – C. General Vicente Rivapalacio.”

Pero casualmente había en este racho un jaripeo, y Nicolás Romero se entusiasmó al ver el ganado encorralado, al oír los bramidos de las reses y al ver a los rancheros revoloteando las reatas y todo esto que a el le gustaba. Y no quedándose atrás monto en su mejor caballo, escogió el toro más corpulento y lanzando un grito, cogió la cola de la fiera y esta y el caballo y el jinete arrancaron a carrera abierta. Pero de repente los circunstantes vieron caer a Romero y a su corcel, maniatado este por unas raíces. El Coronel se levantó en el acto, pero tenía una pierna horriblemente lastimada. Fue necesario llevarlo en peso a una de las chozas que había en el rancho. Todo el día 30 Romero la paso en la cama sufriendo los dolores que sentía en la pierna. Por lo tanto, la brigada no continúo su marcha. Por su parte el Capitán francés de Potier salió con su fuerza invasora de Zitacuaro el día 29 en persecución de Romero y en la mañana del día 30 cayó por sorpresa sobre el campamento de Romero a los cuales masacraba. Romero lo que logro hacer con gran dificultad y dolor en su pierna fue subirse a esconder en uno de los pequeños árboles de chaparro. Ahí se escondió y nadie lo encontraba. Pero más tarde, uno de los soldados franceses había querido coger un gallo para preparar su comida, el gallo escapo de sus manos y huyo volando luego a ocultarse entre las espesas ramas de un chaparro, el soldado que lo perseguía alzo la cabeza y lanzo un grito. Muchos lo oyeron y un gran círculo de tropas se reunió elrededor. La gritería llego a su colmo, cuando se vio salir del tupido matorral a un hombre a quien uno de los traidores mexicanos de De la Madrid, reconoció y nombro en voz alta. Aquel hombre era el Coronel Nicolás Romero. El cual fue trasladado a la ciudad de México, bajo fuertes medidas de seguridad y puesto a disposición de una corte marcial francesa que, bajo un proceso amañado en su contra fue condenado a muerte con once de sus compañeros.

El 17 de marzo de 1865 a las diez de la noche se les leyó la sentencia; a Nicolás Romero le preguntaron que si quería recibir los auxilios espirituales y dijo que prefería dormir. 

En la mañana del día 18 salieron los presos de la capilla y caminaron hasta la plazuela de Mixcalco en la ciudad de México, lugar de la ejecución donde existía una fuerte protección militar. 

Nicolás Romero iba fumando un puro e iba envuelto en la misma capa que usaba en campaña; a su lado el Comandante Higinio Álvarez iba envuelto en un sarape tricolor que imitaba la bandera de la republica, que fué jefe de sus exploradores, y detrás, el alférez Encarnación Rojas y el mariscal Roque Flores, sus compañeros de martirio. 

Los cuatro se presentaron con tanta sangre fría y con tan orgulloso desdén, como si no fueran a morir. Fueron fusilados y un sargento francés dio a Romero el tiro de gracia; y sin embargo, como si aquella alma de gigante no hubiera podido desprenderse del cuerpo, al conducir el cadáver de Romero a su última morada, hizo un movimiento tan fuerte, que rompió el miserable ataúd en que lo conducían sus verdugos.

El pueblo se disperso sombrío y cabizbajo.