EL AMOR, MÁS ALLÁ DE TODO.

A todos mis muertos, con amor. 

Recuerdo que en alguna conversación de pasillo, un amigo mío me dijo que la palabra amor era una palabra compuesta donde “a” significaba negación, y “mor” sería una contracción de la palabra “mortem”, que significa muerte, por lo tanto, amor querría decir “sin muerte”. Lo cierto es que, oficialmente, amor proviene del latín amare, palabra que tiene que ver más con el afecto, o el sentimiento. Al menos esto etimológicamente.

Buscando acercarme más a la primera definición, a la del amor que supera la muerte, la respuesta vino de un libro de historia medieval donde, precisamente, se comentaba que esta versión del amor como la “no-muerte” surgió de la tradición de los trovadores, personas que “entretenían” a las doncellas mientras sus caballeros salían a combatir. Este significado lo usaban porque la palabra “amor” era el reverso de “Roma”. Roma significaba el imperio, lo efímero, el poder egoísta, la dicha personal. En contra de esto se proponía el amor, el contrario, lo inconmensurable, lo imperecedero, lo que queda siempre, más allá de todo. El amor entonces sería lo que supera a la muerte, lo trascendente, lo que prevalece y queda infinitamente, más allá de cualquier ámbito terreno, banal, superficial. Más allá de cualquier desgracia o tragedia. 

Es de aquí probablemente de donde Pablo de Tarso toma la idea para hacer su bellísimo elogio. Nos dice: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, espera sin límites, supera sin límites. EL AMOR NO PASA NUNCA.” 

Roberto Longoni.