PODER POLÍTICO: LÍMITES Y CORRUPCIÓN


Por Michel Ardan.

Enrique Bonete (Valencia, 1959) es catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Salamanca. En los últimos años su interés se ha centrado en cuestiones de bioética, de lo que dan muestras sus libros Repensar el fin de la vida (2007) o Neuroética práctica (2010) entre otros.

Pero también ha impulsado una valiosa labor como editor, en la que destacan los libros De la Ética (2013) y De la Política y el Derecho (2013), que recogen sendas selecciones de entradas de la Enciclopedia Oxford de Filosofía. Este nuevo libro consiste también en una selección de textos, que se centran monográficamente en un tema de enorme actualidad, como es el de las exigencias morales del ejercicio del poder. Los textos proceden de los principales pensadores que se han ocupado de este tema a lo largo de la historia.

Aunque Bonete abarca autores desde Platón hasta Habermas, un tercio de los seleccionados son del siglo XX. Los textos de los autores clásicos forman parte de la cultura básica sobre el recto ejercicio de la política. Páginas como las de Aristóteles sobre las formas de gobierno, de Tomás de Aquino sobre la crítica al tirano, de Kant sobre la diferencia entre el “político moral” y el “moralista político”, o de Stuart Mill sobre los límites del poder de la mayoría frente a la libertad individual, entre otras, constituyen la base del pensamiento político contemporáneo. Junto a ellas, Bonete se ha atrevido a ofrecer una amplia selección de textos de autores contemporáneos y el resultado es, a mi parecer, plenamente satisfactorio. Quizá se podría haber añadido algún autor más; pero desde luego no sobra ninguno de los que están y los textos escogidos son ya piezas clásicas de la filosofía política. 

La estructura de la obra es muy clara. Tras una breve introducción, Bonete ofrece la selección de textos siempre con la misma disposición: dos páginas para presentar al autor y la obra de la que ha escogido el fragmento correspondiente, y entre tres y cuatro páginas para el texto. Aunque esta presentación resulta especialmente útil para el ámbito docente, también facilita el acceso a cualquier persona (políticos incluidos) interesada en conocer las mejores páginas escritas sobre la necesidad de limitar el poder. 

La publicación de esta obra en el momento actual resulta de lo más oportuna. Aunque el tema dominante de la conversación ciudadana en los países occidentales hoy en día sea la crisis económica, de inmediato se la pone en relación con la crisis política de la que, en cierta medida, sería efecto. Se produce la paradoja de que la completa politización de la vida social trae consigo la corrupción misma de la política y la hegemonía del economicismo sobre el bien común.


Para salir de la crisis global que vivimos es necesario un poder político fuerte, que no quiere decir omnímodo, sino limitado y empeñado en la búsqueda del bien común. El fortalecimiento de la política pasa por su regeneración moral. Entonces la política dispondrá de la capacidad para embridar el imperio del dinero y superar la crisis provocada por el capitalismo financiero desbocado. Aunque los textos de los filósofos que presenta Bonete no hablen concretamente de la crisis actual, sus propuestas resultan más valiosas para el tiempo presente que nunca.

La principal arma de la que se sirve a tal efecto no es sino la de abordar el poder como un ejercicio personal, como el comportamiento de los sujetos que toman decisiones. El autor se pregunta: “¿Es posible una ética del poder? Sí. ¿Dónde puede encontrarse? En las reflexiones de los clásicos. ¿Para que sirve? Para revisar el actual sistema democrático, la práctica de la política”.

Tomando prestada una idea originalmente formulada por el historiador y filósofo Gerard Ritter, Enrique Bonete sugiere que la dialéctica entre política y ética sólo preocupa al político cuando éste reconoce la existencia de “un tribunal situado por encima de los poderes seculares en lucha”, ya sea un Dios o una conciencia moral vinculada a una ética racional. La moral de procedencia divina y la de procedencia racional representan el haz y el envés de un mismo imperativo moral. A partir de esta aseveración, el autor nos pasea por una galería de textos clásicos que ilustran la evolución ética de la política: de la racionalidad metafísica de los autores precristianos a la teología política; posteriormente, tras el giro copernicano impulsado por Machiavelo, Bonete pone el foco sobre las aportaciones de los filósofos modernos, particularmente sobre las del cuarteto formado por Hobbes, Kant, Hegel y Weber.

Al deshacerse Machiavelo de la moral cristiana, el ejercicio del poder político queda al albur de los intereses del gobernante de turno. Apoyados en este nihilismo moral, los filósofos de la modernidad se proponen descifrar una moral nueva, distinta de la cristiana y de raíces meramente humanas, que discipline el ejercicio del poder. Según Hobbes en el Leviatán, la moral no es la que debe impulsar el comportamiento del gobernante, sino que ésta es absorbida por la política; “no existen criterios morales y legales desde los cuales censurar el comportamiento del gobernante”. No obstante, para garantizar una adecuada praxis, el pensador inglés establece tres criterios conformadores de su ética de mínimos: equidad: “un soberano está tan sujeto como el más humilde individuo del pueblo”; transparencia: el soberano debe promulgar “buenas leyes”, necesarias y claras; y receptividad: el soberano debe mostrarse atento a las voces de los consejeros y también del pueblo.

A finales del siglo XVIII, el provinciano universal de Köninsberg sentencia en La paz perpetua que “la verdadera política no puede dar un paso sin haber antes rendido pleitesía a la moral”. Immanuel Kant se propone domeñar las tendencias corruptas del político con el eficaz ronzal de la dignidad humana: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Kant entierra los criterios mínimos establecidos por Thomas Hobbes y levanta sobre ellos una ética totalizadora y propositiva basada en la conciencia racional de la propia dignidad del individuo. Para Kant, “la posesión del poder daña inevitablemente el juicio de la razón”, y por ello recomendaba a reyes y príncipes que dejasen hablar con libertad a los filósofos.

La moral kantiana, que aspiraba a agotar en sus postulados la eterna dialéctica entre la ética y la política, entra en crisis y exige una redimensión de sus exigencias en el siglo XIX. Las individualidades desaparecen. Hegel defiende la superación de la moralidad personal por las grandes hazañas políticas -“el espíritu del pueblo”- y sus poquísimos criterios morales aparecen solamente insinuados, empero, afirma que “el gran político será aquel que sabe orientar sus decisiones hacia el fomento de la libertad, núcleo de la conciencia principal que de sí mismo posee todo pueblo maduro, y expresión suprema de la realización del espíritu”. ¿Y la corrupción? Gracias a Hegel, ésta de ser una tendencia pasional desordenada para convertirse en instrumento para la realización de lo universal. Hegel formula una concepción preterintencional de los intereses particulares ya que, anhelando satisfacer sus propios intereses, los políticos producen realidades superiores a sus intenciones.

Otra buena muestra de la importancia que para los filósofos ha revestido desde siempre el fenómeno de la corrupción la encontramos en La política como vocación y corre a cargo del sociólogo alemán Max Weber, quien reivindica el gobierno de los económicamente autosuficientes. Incide, por otra parte, en una distinción muy actual: el político que vive de la política o para la política, siendo capital en tan célebre distinción el criterio de la servicialidad. Esta vocación de servicio puede fundamentarse en las propias convicciones del político o en el sentido de la responsabilidad, si bien “todo hombre público con verdadera vocación y entrega debe tener siempre presente que las responsabilidades y las convicciones son elementos complementarios del ejercicio del poder”.

Quien escribe estas líneas no ha pretendido en absoluto acometer de manera exhaustiva una descripción resumida de cada uno de los autores tratados, pues esto nos llevaría a comentar textos de Tomás de Aquino, Guillermo de Ockham, Marx, Stuart Mill, Bakunin, Hannah Arendt, Carl Schmitt, Ortega, Rawls, Berlin, Popper o Habermas. El propósito de la reseña no es otro que el de incitar al lector a atreverse con una antología que trata de “desempolvar y abrir las mejores páginas de intelectuales y sabios para que sus voces, libres y críticas, pronunciadas desde lejanos siglos o decenios, resuenen todavía con fuerza en las conciencias de quienes, por méritos o sin ellos, nos parezca bien o mal, son hoy en México nuestros representantes y gobernantes”.