EL MUNDO YA NO ES DIGNO DE LA PALABRA

Por Roberto Longoni.

“La nostalgia se codifica en un rosario de muertos y da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a una máquina de escribir.” Rodolfo Walsh

El barco zarpó sin mayor ceremonia o despido. Su propia tierra los estaba negando, los estaba escupiendo desde hacía años. Lo único que veían en ella era destrucción, guerra, estruendo, muerte. 

Aylan lo presentía, pero sus tres años no le permitían creer en la maldad. Tenía intacta la inocencia, a pesar de ver como su madre lloraba al ver a la costa mientras abrazaba a su hermano mayor que tenía la vista extraviada en aquel destino incierto que el mar le mostraba. Su padre no podía fruncir el ceño o mostrar expresión alguna. ¿Qué quedaba si no la esperanza de que ser fuerte podría servir de algo?

Y cayó la noche. La larga y pesada noche del Mediterráneo y el mismo velo oscuro que en unas horas cubriría a la humanidad entera se adueñó de todo. Aylan no le tiene miedo a la oscuridad. Tampoco le teme a la muerte o a la vida, apenas y sabe hablar y sus primeras palabras siempre las acompaña con risas, con impertinentes risas que retumban en el desolado barco en el que van a la deriva miles de seres humanos negados por su propio país, por su propia raza y por la humanidad entera. Las risas de Aylan despiertan en todos ciertos rencores, cierta ira, cierta sorpresa y extrañamiento. ¿Quién se atrevería a ser feliz en aquel NO-lugar, en aquella abandonada esquina del mundo? 

Y Aylan rio rebelde, y se dejó extraviar por el sueño. No hubo últimas palabras. Tampoco escuchó los gritos de su madre, ni sintió la mano de su padre desgarrarle las muñecas intentando que las olas no se lo llevarán. Jamás vio las luces de Turquía. Solamente sonrió y se dejó abrazar por el eterno mar, con los ojos cerrados y el pequeño corazón abierto. Otros también morirían, que en estos casos parece una dicha. 

A Aylan lo escupió el mar. Lo escupió el sistema, la codicia, la avaricia, la inhumanidad. Lo escupió el petróleo, los dólares, la insensibilidad. Lo escupió la indiferencia, la guerra, la vieja muerte. 

Ver el cadáver de Aylan a orillas del mar no tiene descripción o concepto posible. Al verla pensé en aquella frase que el poeta Javier Sicilia exclamó ante la tragedia de la muerte de su hijo: “El mundo ya no es digno de la palabra.” Ya no es digno de nada.