Les soy sincero, me cuestan las palabras. Me van doliendo y me cuesta ordenarlas. Las imágenes, los videos, las fotos, los reportajes, cada signo y cada palabra; son claras, empañadas, nítidas, nubilosas, desgarradoras, macabras; lamentablemente no son nuevas.
México está herido de muerte, agoniza en las calles de Oaxaca como ya lo ha hecho en Guerrero, Michoacán, Veracruz.
Desangrado en el piso yace nuestro pueblo; mujeres, hombres, niños, que claman al cielo sin que este se apiade de ellos. Parece entonces que no estamos en tiempos de piedad o suplicas, más bien es el tiempo de la rabia, la lucha, la dignidad y el grito.
Ese grito que niega el sistema, que se opone a sus reformas. Ese grito que demuestra la ira de miles de maestros, que, como muchos de nosotros, presienten y saben que este mundo es falso, defectuoso, injusto.
Contra los oídos sordos del gobierno, de la clase política y los líderes charros, el pueblo clama justicia, clama rebeldía y autonomía. No queremos migajas, no queremos limosnas o recompensas; esto se trata de nuestras familias, nuestros amigos, nuestros hijos, nuestros hermanos, de nuestros alumnos. Está en juego el futuro del que nos hacemos responsables.
La herida por la que México desangra está infectada de corrupción, de injusticia, de privilegio, de avaricia, de elitismo y racismo. La herida de México la propician aquellos que al clamor del pueblo responden con balas y con sangre y con sin razones autoritarias.
La imposición autoritaria, por medio de la represión, es la única arma que tiene aquellos que temen al pueblo levantado. Aquellos que no son capaces de tejer razones o dar argumentos convincentes. Y entonces, cuando ya no quedan palabras suficientes, grita nuestra alma, y con ella la valentía que busca, cambie de una vez por todas esta realidad podrida.
Como siempre, queda apostar por el diálogo, por la vida, por la esperanza.
¡Resiste Oaxaca!
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