Derrumbar estatuas y reescribir la historia.



24/09/21

En los últimos meses la remoción del monumento a Cristóbal Colón en la Ciudad de México ha propiciado una serie de tensiones y discusiones que no solamente son visibles en espacios académicos dedicados a reflexionar sobre la historia, o en los medios tradicionales de comunicación. También en redes sociales son notorias diversas opiniones al respecto, lo cual, a mi modo de ver, da cuenta de que el asunto ha calado hondo en la conciencia cotidiana de las personas, que de alguna manera se sienten atravesadas por la cuestión, o llamadas a posicionarse al respecto.

Sin querer ser reductivo, pero sin posibilidad de un desarrollo más exhaustivo, que bien podría ser objeto de una tesis completa de posgrado, me parece que las opiniones vertidas al respecto se debaten entre aquellos que están a favor de la remoción, y que sustentan su aceptación en la construcción de un pasado indígena idealizado y sin matices; y aquellos que están en contra, y sustentan su rechazo en una idealización del proceso de conquista, percibiendo el mismo como un proceso de civilización en contra de la supuesta barbarie nativa, que oculta de manera premeditada las atrocidades cometidas y el genocidio en el cual se fundó dicho proceso.

Ambas posturas me parecen problemáticas, debido a que proceden basadas en un discurso esencialista y homogéneo,que recae en una dicotomía estéril entre indigenismo e hispanismo, que no nos deja profundizar en lo significativa y valiosa que puede ser la remoción de un monumento levantado por las instituciones de la historia oficial, que, a fin de cuentas, es una historia levantada por los vencedores, en la cual los vencidos quedan enterrados y marginados.

Un análisis de la cuestión más acertado me parece que puede darse desde una conciencia crítica que entienda la escritura de la historia como un proceso social con carácter ideológico. Esto quiere decir, que la forma en que se ha escrito y transmitido la historia no es algo neutral, puramente objetivo, y sin ninguna intencionalidad o interés por parte del poder. Al respecto el filósofo alemán Walter Benjamin tiene razón al afirmar, en sus tesis sobre la historia, que esta no debe entenderse como algo dado y absoluto, sino como un proceso en el cual van reivindicándose intereses y discursos, y van quedando ocultas las tensiones y luchas de las cuales es producto el presente.

El mismo Benjamin apela a la necesidad de reescribir la historia desde una conciencia amplia de las atrocidades que han permitido su supuesto progreso. Esta reescritura no debe darse desde ninguna idealización o esencialismo. Tampoco a través de una nueva monumentalización o la imposición de nuevos mártires, próceres o grandes figuras. Una historia verdaderamente significativa y popular se escribe en lo cotidiano, impulsada por personas comunes, y se entiende como un proceso de recuperación de la memoria que nos vincula con las víctimas de un pasado que sigue teniendo vigencia en el presente ya que sus promesas irresueltas de justicia y libertad no se han cumplido.

En este sentido la remoción de la estatua de Cristóbal Colón me parece positiva para dar paso a un proceso de reapropiación y reescritura de la historia de este país herido desde los tiempos de la colonización y la conquista (nunca completa, nunca total, como nos muestra la presencia de pueblos y comunidades indígenas a lo largo de este otro invento de la historia oficial llamado México). Sin embargo, este es un proceso que se está dando desde arriba, es decir, desde las cúpulas de un poder que, a pesar de su discurso humanista y moral, procede a través de lógicas verticales, y que, en el caso de los monumentos, impulsa una nueva historia oficial, pero ahora desde un lado supuestamente contario, apropiándose de símbolos e imágenes para inmortalizarlas, de tal manera que queden enterradas y petrificadas, inmóviles. Un problema que en México se ha presentado, por ejemplo, desde los años de la cooptación de lo indígena por parte del poder con el paternalista-colonialista Instituto Indigenista.

Es por esto que me parecen más potentes imágenes y prácticas como las vistas en las revueltas de los últimos años en Chile, Estados Unidos o Colombia, en las cuales es la lucha popular, la rebeldía del pueblo, la que desde una conciencia que entiende que la historia no es neutral, y la importancia de reescribirla para impulsarla en otra dirección, una más plena y humana, mira las estatuas como expresión de un poder que se cree omnipotente. Desde esta conciencia derrumba los monumentos dispuestos para colonizadores, conquistadores y genocidas, con el fin de expresarle a ese mismo poder que de ninguna manera es eterno, y que el pasado sigue más vivo que nunca.