Clasismo en la política de Hidalgo.



En el corazón de México, el estado de Hidalgo, conocido por su rica historia y diversidad cultural, ha sido testigo de una tensión política que revela una realidad preocupante: el clasismo en la clase política persiste, a pesar de las promesas de cambio impulsadas por la llegada de Morena al poder.

En un giro histórico, Morena logró arrebatarle el poder al PRI después de 93 años de su reinado político en Hidalgo. No obstante, las esperanzas de una transformación genuina se han visto eclipsadas por las decisiones tomadas por el partido en el gobierno, que han suscitado cuestionamientos sobre la verdadera naturaleza del cambio.

Uno de los aspectos más controvertidos ha sido la designación de juniors, hijos de figuras políticas pertenecientes a la élite priista en cargos de gran relevancia. La justificación esgrimida, según fuentes cercanas al partido, es que la izquierda carece de talento y experiencia para llevar a cabo la administración pública de manera eficaz. Esta actitud revela una mirada miope que pasa por alto el compromiso y la capacitación de muchos militantes de Morena en la región.

La base de apoyo de Morena en Hidalgo, que incluye a diversos sectores de la sociedad, confiaba en que la victoria electoral significaría un cambio real en la estructura política y en la distribución del poder. Sin embargo, las decisiones tomadas por los líderes de Morena, al inclinarse hacia la integración de sus ídolos, miembros del antiguo régimen, han desencadenado la desilusión y el escepticismo en gran parte de sus simpatizantes.

La relación entre Morena y la izquierda hidalguense se encuentra en un momento crítico. La izquierda, que resistió y se disciplinó bajo la guía de AMLO para asegurar el cambio democrático y no sucediera lo de Coahuila, siente que su apoyo ha sido traicionado al ver cómo se perpetúan los privilegios de la clase dominante (contra la que siempre ha luchado) en Hidalgo. En lugar de implementar cambios radicales que beneficien a la población en su conjunto, el enfoque parece estar centrado en mantener los lazos de la élite local.

El gobernante actual ha estado bajo la lupa debido a sus esfuerzos por resguardar a amigos oligarcas y llevarlos a la llamada Cuarta Transformación (4T), un movimiento que originalmente buscaba erradicar la corrupción y la inequidad. Estas acciones han generado un ambiente de desconfianza y han socavado la credibilidad del partido en el poder.

Los líderes de la izquierda que aceptaron cargos de quinta dentro de la administración actual, en contraste, han sido relegados a posiciones secundarias, lo que indica un desprecio por sus esfuerzos y un intento de minimizar su influencia en la toma de decisiones.

En resumen, el panorama político en Hidalgo revela una triste verdad: el clasismo persiste y parece estar arraigado en la estructura política, incluso en medio de promesas de cambio y transformación. La esperanza de un Hidalgo más igualitario y justo sigue siendo un objetivo lejano mientras las decisiones políticas continúen favoreciendo a la élite y manteniendo el status quo.