
Jorge Montejo
15 de septiembre de 2025
En Morena la democracia interna es tan real como los Reyes Magos: cada “consulta” o “encuesta” ya viene con dedicatoria. El ejemplo más claro fue la imposición de Clara Brugada en la Ciudad de México, disfrazada de “paridad de género” para maquillar lo que en realidad fue: un portazo en la cara a Omar García Harfuch. Sí, el mismo Harfuch que arrasaba en encuestas, que tenía respaldo ciudadano, pero que cometió un pecado imperdonable: no era incondicional de la cofradía lopezobradorista. Demasiado independiente, demasiado incómodo, demasiado dispuesto a combatir la corrupción sin pedir permiso. Y en Morena, todos saben que el mérito estorba más que ayuda.
La narrativa oficial habló de “compromiso con el movimiento social” y de “mujeres al frente”, pero el fondo fue otro: Brugada era confiable, Harfuch no. Él no provenía de la estructura histórica que AMLO considera “pura”, y eso bastó para bajarlo del caballo en plena carrera. Fue discriminado, sin más, como lo han sido tantos perfiles que quisieron sumar capacidad y honestidad al partido, solo para descubrir que en la 4T no se premia la eficacia, sino la obediencia. Morena se ha convertido en un club cerrado donde las lealtades pesan más que las urnas, y donde la independencia se paga con exclusión.
Lo irónico es que el tiro les salió por la culata. Porque hoy, el mismo Harfuch que fue descartado, es quien desde la Secretaría de Seguridad Ciudadana aparece en el centro de las investigaciones sobre huachicol fiscal. Sí, ese escándalo que no es invento de la oposición, sino un problema real que involucra a funcionarios, empresarios y, para desgracia del relato oficial, a personajes muy cercanos al expresidente Andrés Manuel López Obrador. Entre ellos, familiares de altos mandos militares como el exsecretario de Marina, Rafael Ojeda. Pero claro, de esos temas nadie quiere hablar en Palacio Nacional.
Mientras a Harfuch lo marginaban por “no ser de los nuestros”, en las entrañas del poder operaban a sus anchas redes de corrupción que ahora se exponen con cuentas congeladas, bienes asegurados y detenciones que incomodan a más de uno. A Harfuch lo tacharon de “incómodo” para evitar que llegara a la jefatura de Gobierno, pero resulta que la incomodidad real está siendo que desde su área brotan las investigaciones que exhiben lo que Morena nunca quiso mostrar: que el huachicol no era un delito del pasado, sino un negocio del presente, tolerado bajo el manto de la lealtad presidencial.
La escena es grotesca: excluyeron al que podía representar un cambio real en la capital, pero blindaron a quienes hoy aparecen embarrados en millonarios fraudes fiscales. ¿Y el discurso de “cero tolerancia a la corrupción”? Guardado en el mismo cajón donde se archivan las promesas incómodas.
La discriminación contra Harfuch no fue un accidente, fue un método. Morena premia la obediencia ciega y castiga la independencia, aunque eso implique dinamitar sus propias bases de credibilidad. El resultado está a la vista: el “discriminado” es ahora la figura que destapa los negocios turbios de los “intocables”. Y esa ironía, por más que intenten taparla con propaganda, es imposible de ocultar.
Porque la 4T podrá imponer candidatos, pero no puede esconder las consecuencias de sus propias decisiones. Y el caso Harfuch es la prueba viva de que, en política, discriminar al que estorba puede salir más caro que enfrentar la verdad.