Ricardo Montoya.
En el escenario de la Feria Universitaria del Libro (FUL), de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), el silencio se hizo profundo cuando Ceci Patricia Flores Armenta, fundadora del colectivo de
Madres Buscadoras de Sonora tomó el micrófono.
No era solo la presentación de su libro, era la voz de una madre que carga con la ausencia de sus hijos y que, desde ese dolor, se ha convertido en uno de los rostros más visibles de la lucha contra la desaparición en México.
Su obra, "Madre buscadora: crónica de la desesperación" no es literatura hecha desde la distancia: es un testimonio vivo, tejido con las historias, las caminatas bajo el sol, las noches de miedo y las fosas clandestinas abiertas con las manos. Es el recuento de la vida de mujeres que, como ella, se han visto obligadas a buscar a quienes el Estado no busca.
La herida que no cierra.
La historia de Cecilia comienza con la desaparición de su hijo Alejandro, en 2015. Relató que Alejandro "solo dio un “raid” a personas equivocadas y nunca volvió. Años después, la tragedia se repitió: también se llevaron a Marco Antonio y a Jesús Adrián. Desde entonces, la vida de Cecilia se partió en dos: antes y después de convertirse en madre buscadora.
"Es importante empezar a hablar con los jóvenes para que vean lo que hace que un joven dé un mal paso o que esté con una persona que sabe que no está haciendo cosas bien y que puede acabar igual que él", comentó.
"Porque eso es lo que pasó con Alejandro, le dio raid a unas personas que andaban haciendo cosas ilícitas y lamentablemente, pues a mi hijo se lo llevaron".
Años después, también desaparecieron sus otros dos hijos, Marco Antonio y Jesús Adrián.
Del primero, Marco Antonio, la activista reconoció que hacía cosas ilícitas y que "cuando desapareció, se llevó a un inocente con él", en referencia a su tercer vástago, a quien "pude recuperar gracias a la lucha que hice incansable de buscarlos".
Entre el dolor y la resistencia
Comentó que buscar en México a algún ser querido desaparecido significa enfrentarse a todo: al calor, al frío, a la indiferencia, a la revictimización. Significa también recibir amenazas de muerte, ser perseguida y criminalizada por atreverse a hurgar donde otros prefieren mirar hacia otro lado.
Pero en medio de ese infierno, Cecilia encontró compañía. “El apoyo entre madres que pasamos lo mismo es lo que me ha dado fuerza para seguir”, contó con voz firme. Juntas han recorrido estados enteros, siguiendo huellas mínimas, y han hallado más de dos mil cuerpos en fosas clandestinas. Cada hallazgo es doloroso, pero también reafirma que la verdad está enterrada y que ellas son quienes están dispuestas a sacarla a la luz.
Un llamado a la empatía
Cuando alguien del público le preguntó cómo podía la sociedad ayudar a las buscadoras, su respuesta fue tan clara como dura:
“Con sensibilidad, con empatía. No revictimicen a las madres. No piensen que porque algunos de nuestros hijos pudieron cometer errores, no tienen derecho a ser buscados. Aunque fueran los peores delincuentes del mundo, siguen siendo nuestros hijos”.
Para Cecilia, la empatía es lo que puede romper la indiferencia y la burocracia que han marcado su camino.
Una crónica de amor y resistencia
La presentación de Madre buscadora en la FUL no fue un acto literario más: fue la confirmación de que, en México, las madres buscan con el corazón lo que las autoridades se niegan a encontrar.
Entre lágrimas contenidas y aplausos solidarios, Cecilia Flores dejó claro que su libro es más que una crónica: es una denuncia, una guía para otras madres y, sobre todo, una carta de amor a sus hijos, que aún espera abrazar.