
#Geopolítica
04/09/25
En los últimos meses, la geopolítica global ha entrado en una fase decisiva que podría marcar el inicio de un nuevo orden mundial multipolar. Lo que antes era dominio casi exclusivo de Estados Unidos y de la esfera occidental, hoy se ve disputado por alianzas estratégicas que buscan cimentar un sistema más equitativo, con riqueza compartida y con la aspiración de desplazar al dólar como moneda hegemónica. La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Tianjin, donde Vladimir Putin, Xi Jinping y Narendra Modi consolidaron la alianza euroasiática, es el reflejo más visible de este reacomodo. Según El País, Pekín proyectó su visión alternativa frente a Washington en la que China, India y Rusia emergen como bloques cohesionados con un discurso que reivindica soberanía y cooperación frente a la unipolaridad occidental (El País, 1 de septiembre de 2025).
La ausencia de Donald Trump en este encuentro fue interpretada como un síntoma de la pérdida de influencia de Estados Unidos en escenarios clave. Si bien algunos especulan que su inasistencia obedece a motivos de salud, lo cierto es que abrió el espacio para que resurja un “G-3 paralelo”: el triángulo Rusia-India-China conceptualizado en 1998 por Yevgeny Primakov. Para el analista Kirill Babaev, del Instituto de China y Asia Moderna, la visita de Putin a Beijing sienta las bases de un nuevo orden mundial alternativo a la hegemonía occidental, con énfasis en la coordinación estratégica y en la reforma de organismos como la ONU, el FMI y el Banco Mundial. “Rusia y China presentan al mundo una visión compartida tanto del pasado como del futuro”, afirmó Babaev en entrevista citada por Xinhua.
El terreno económico es quizá donde más se perciben los cambios. El bloque BRICS+, que ya reúne a Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros países en proceso de integración, concentra cerca del 35 % de la economía global y el 45 % de la población del planeta. Más que en una moneda única, su apuesta se centra en construir infraestructura financiera propia, como el sistema de pagos Brics Pay basado en blockchain, diseñado para reducir la dependencia del dólar en las transacciones internacionales. El Financial Times y el Wall Street Journal han reconocido con alarma que mientras China y Rusia impulsan esta agenda, Occidente asiste al declive de su monopolio financiero. El WSJ lamentó incluso que “mientras Trump sacude el mundo, China disfruta ser el centro de atención” en un escenario donde EE.UU. no logra articular alianzas estables en Asia.
El economista Antonis Ballis sostiene en un estudio reciente que la fragmentación financiera global es ya irreversible: las sanciones occidentales, el uso del dólar como arma política y la amenaza de exclusión del sistema SWIFT han acelerado la adopción de alternativas como el CIPS chino y el uso creciente de monedas digitales estatales (CBDC). Estos procesos, advierte, no significan la muerte inmediata del dólar, que sigue representando cerca del 60 % de las reservas internacionales, pero sí marcan el inicio de un sistema multipolar en las finanzas internacionales.
India ocupa un lugar central en este tablero. Durante décadas fue vista como un contrapeso natural frente a China, pero los errores estratégicos de Occidente y las presiones ejercidas desde Washington terminaron por empujar a Delhi hacia la órbita euroasiática. En Tianjin, Modi compartió escenario con Putin y Xi no solo para reforzar la histórica relación con Moscú, sino también para enviar un mensaje de acercamiento a Beijing. La Huffington Post calificó este encuentro como una “escenificación de la fortaleza del nuevo orden multipolar”, un hecho que desató preocupación en la prensa y los estrategas occidentales.
El resultado es un cambio de paradigma: el Sur Global ya no solo participa, sino que propone alternativas de gobernanza mundial. Desde África hasta América Latina, la influencia de los BRICS+ y de la OCS se multiplica en proyectos de infraestructura, acuerdos energéticos y cooperación tecnológica. La multipolaridad, antes un discurso teórico, se ha vuelto una realidad que reconfigura los equilibrios del siglo XXI. En este nuevo tablero, la ausencia de Estados Unidos no implica vacío, sino el avance decidido de actores que buscan poner fin a la hegemonía unilateral para inaugurar un sistema más diverso, competitivo y, en su narrativa, más justo.
En este contexto, México enfrenta una disyuntiva histórica: la doctrina Estrada, que durante décadas permitió mantener una política exterior de no intervención y de equilibrio entre potencias, hoy corre el riesgo de convertirse en una camisa de fuerza. Mientras juega a medias con Estados Unidos y coquetea con Rusia y China sin definirse, el país podría quedar atrapado en medio de un reacomodo global que no admite indefiniciones. Si México no fija una posición clara en el nuevo orden multipolar, corre el riesgo de quedarse aislado en una partida donde los jugadores principales ya trazaron su futuro.
La ausencia de Donald Trump en este encuentro fue interpretada como un síntoma de la pérdida de influencia de Estados Unidos en escenarios clave. Si bien algunos especulan que su inasistencia obedece a motivos de salud, lo cierto es que abrió el espacio para que resurja un “G-3 paralelo”: el triángulo Rusia-India-China conceptualizado en 1998 por Yevgeny Primakov. Para el analista Kirill Babaev, del Instituto de China y Asia Moderna, la visita de Putin a Beijing sienta las bases de un nuevo orden mundial alternativo a la hegemonía occidental, con énfasis en la coordinación estratégica y en la reforma de organismos como la ONU, el FMI y el Banco Mundial. “Rusia y China presentan al mundo una visión compartida tanto del pasado como del futuro”, afirmó Babaev en entrevista citada por Xinhua.
El terreno económico es quizá donde más se perciben los cambios. El bloque BRICS+, que ya reúne a Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros países en proceso de integración, concentra cerca del 35 % de la economía global y el 45 % de la población del planeta. Más que en una moneda única, su apuesta se centra en construir infraestructura financiera propia, como el sistema de pagos Brics Pay basado en blockchain, diseñado para reducir la dependencia del dólar en las transacciones internacionales. El Financial Times y el Wall Street Journal han reconocido con alarma que mientras China y Rusia impulsan esta agenda, Occidente asiste al declive de su monopolio financiero. El WSJ lamentó incluso que “mientras Trump sacude el mundo, China disfruta ser el centro de atención” en un escenario donde EE.UU. no logra articular alianzas estables en Asia.
El economista Antonis Ballis sostiene en un estudio reciente que la fragmentación financiera global es ya irreversible: las sanciones occidentales, el uso del dólar como arma política y la amenaza de exclusión del sistema SWIFT han acelerado la adopción de alternativas como el CIPS chino y el uso creciente de monedas digitales estatales (CBDC). Estos procesos, advierte, no significan la muerte inmediata del dólar, que sigue representando cerca del 60 % de las reservas internacionales, pero sí marcan el inicio de un sistema multipolar en las finanzas internacionales.
India ocupa un lugar central en este tablero. Durante décadas fue vista como un contrapeso natural frente a China, pero los errores estratégicos de Occidente y las presiones ejercidas desde Washington terminaron por empujar a Delhi hacia la órbita euroasiática. En Tianjin, Modi compartió escenario con Putin y Xi no solo para reforzar la histórica relación con Moscú, sino también para enviar un mensaje de acercamiento a Beijing. La Huffington Post calificó este encuentro como una “escenificación de la fortaleza del nuevo orden multipolar”, un hecho que desató preocupación en la prensa y los estrategas occidentales.
El resultado es un cambio de paradigma: el Sur Global ya no solo participa, sino que propone alternativas de gobernanza mundial. Desde África hasta América Latina, la influencia de los BRICS+ y de la OCS se multiplica en proyectos de infraestructura, acuerdos energéticos y cooperación tecnológica. La multipolaridad, antes un discurso teórico, se ha vuelto una realidad que reconfigura los equilibrios del siglo XXI. En este nuevo tablero, la ausencia de Estados Unidos no implica vacío, sino el avance decidido de actores que buscan poner fin a la hegemonía unilateral para inaugurar un sistema más diverso, competitivo y, en su narrativa, más justo.
En este contexto, México enfrenta una disyuntiva histórica: la doctrina Estrada, que durante décadas permitió mantener una política exterior de no intervención y de equilibrio entre potencias, hoy corre el riesgo de convertirse en una camisa de fuerza. Mientras juega a medias con Estados Unidos y coquetea con Rusia y China sin definirse, el país podría quedar atrapado en medio de un reacomodo global que no admite indefiniciones. Si México no fija una posición clara en el nuevo orden multipolar, corre el riesgo de quedarse aislado en una partida donde los jugadores principales ya trazaron su futuro.