Durante años, la hoja de coca ha sido vista por el mundo con recelo, señalada por su relación con la cocaína. Pero en Bolivia, esta planta es un símbolo sagrado, un elemento que representa historia, trabajo y tradición en la vida diaria de millones de familias.
Hoy, el gobierno boliviano encabeza una batalla diplomática ante la ONU para lograr que la coca sea retirada de la lista de drogas más peligrosas, donde está clasificada junto a sustancias como la heroína y el fentanilo.
En los Andes bolivianos, la coca no es una droga, sino una herencia. Se mastica, se cultiva y se utiliza en rituales ancestrales desde hace siglos. “Nos acompaña en la jornada, en el trabajo, en la vida”, dice Jaime Mamani, agricultor de 64 años que enseña con orgullo cómo se prepara la tierra y se siembra la planta.
Sin embargo, fuera de Bolivia la hoja ha sido criminalizada durante décadas. Estados Unidos ha destinado miles de millones de dólares en campañas de erradicación en América del Sur, mientras la producción mundial de cocaína sigue creciendo.
Bolivia sostiene que no se puede castigar a una cultura por el mal uso que otros hacen de su herencia. La propuesta del país busca permitir que la hoja pueda investigarse, comercializarse y aprovecharse legalmente, abriendo paso a nuevos usos industriales y medicinales.
La decisión final de la Organización de las Naciones Unidas podría conocerse en marzo. Si prospera, marcaría un cambio histórico en la política internacional sobre drogas y un paso importante para reivindicar una planta que, en Bolivia, significa respeto, energía y raíz cultural.