Por Miguel Ángel Serna Ortega
Investigador Histórico
Militar y político mexicano (Jalapa,
1795 - México, 1877). Era un joven capitán del ejército español cuando estalló
la insurrección anticolonial en 1810. Tras luchar en el bando virreinal, apoyó
a Iturbide una vez que éste se hizo con el poder y proclamó la independencia
(1821). Luego encabezó la sublevación que derrocó al régimen monárquico de
Iturbide y abrió el proceso para convertir a México en una República federal
(1822-24).
Desde entonces se convirtió en el
«hombre fuerte» del país por espacio de cuarenta años, si bien su presencia
formal al frente del poder político fue intermitente. Su prestigio militar se
acrecentó cuando consiguió rechazar una expedición enviada por España con
intención de restaurar el régimen colonial en 1829.
Después de derrocar a los gobiernos
establecidos en 1829 y 1832, en 1834-35 asumió personalmente la presidencia de
la República. Carente de ideas propias, Santa Anna fue un demagogo populista,
que empezó gobernando con los federalistas anticlericales, para aliarse luego
con los conservadores, centralistas y católicos, con los que tenía mayor
afinidad.
En 1835 suprimió el régimen federal
aplastando por la fuerza a sus defensores; este refuerzo del centralismo
desencadenó la rebelión de Texas, territorio del extremo noreste de México con
fuerte presencia de colonos anglosajones. Atacó Texas con su ejército,
enfrentándose también a los Estados Unidos, que prestaban apoyo a los rebeldes
(1836); pero fue derrotado y hecho prisionero en San Jacinto, enviado a
Washington y liberado por el presidente Jackson tras entrevistarse con él.
Había perdido así su ya escasa
popularidad; pero una expedición militar francesa contra Veracruz le dio la
oportunidad de redimirse en 1838, rechazando al invasor y recuperando su
carisma de héroe nacional (perdió una pierna en el combate). Aprovechando esa
popularidad volvió a erigirse en dictador en 1841-42; aunque fue obligado a
dejar el poder ante la desastrosa situación económica que provocó su gobierno.
Regresó de su exilio en Cuba al año siguiente,
al estallar el conflicto entre México y Estados Unidos por la anexión a este
país de la antigua provincia mexicana de Texas (independiente desde 1836).
Santa Anna, que se veía a sí mismo como el Napoleón de América, se negó a
negociar con Estados Unidos a pesar de su situación de inferioridad: provocó
así la invasión estadounidense de Veracruz, Jalapa y Puebla (1846).
Completamente derrotado, tuvo que firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo
(1848), por el que México perdió casi la mitad de su territorio (además de
Texas, California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Colorado y Utah).
Partió otra vez al exilio, pero
regresó en 1853 para instaurar de nuevo una dictadura conservadora, derrocada
por Juárez en 1855. Ya sin poder político, volvió a México en dos ocasiones: la
primera durante la ocupación francesa y el Imperio de Maximiliano, que le hizo
mariscal (también entonces intentó sin éxito recuperar el poder); y la última
en 1874, después de la muerte de Juárez, para pasar sus últimos años pobre, ciego
y olvidado por todos.
Antonio López de Santa Ana,
ejemplo de traidor y mal mexicano.