EL FILÓSOFO DEL INDIGENISMO

Por Jorge Montejo
Analista Político

El miércoles pasado en la Ciudad de México, falleció el filósofo Luis Villoro a los 91 años. Su obra, su discurso teórico y su compromiso político han sido una referencia clave del México contemporáneo. Ligado en sus inicios a la escuela existencialista, Villoro, nacido en Barcelona en 1922, fue un teórico de la historia de su país de adopción y un crítico izquierdista del funcionamiento del poder, veta que en la fase final de su vida se concretó en un marcado apoyo al movimiento zapatista en contra de la exclusión indígena.

La última aparición pública de Luis Villoro fue el 25 de febrero en la ceremonia de ingreso de su hijo Juan en el Colegio Nacional de México, del que él era miembro desde 1978. Del propio Juan Villoro, escritor y periodista, realizo un perfil sobre su padre en el que profundiza sobre la relación entre el desarraigo de partida y el apasionado vínculo final con el levantamiento indigenista del filosofo, manifiesta que todo fue una insurgencia telúrica para un hombre falto de raíces.

En el texto, el hijo de Villoro cuenta una anécdota originaria de la búsqueda vital del filósofo. En el internado jesuita en el que estudiaba en Bélgica, los alumnos ensayaban una competición académica entre romanos y cartagineses. “Mi padre creció como cartaginés, resistiendo contra el imperio, posponiendo el holocausto de la ciudad sitiada. Estudiar, saber latín, significaba vencer a Roma. Aprendería a no tener familia, ciudad, país concreto. Su guerra púnica sería abstracta, intensa, sostenida”.

Desde la escuela Luis Villoro decidió que su bando sería el contrario, décadas más tarde, el filósofo encontró en su vejez al mejor amigo para pensar en un guerrillero, el subcomandante Marcos, con el que mantuvo un constante intercambio epistolar como si fuera uno de los Diálogos de Platón, pero con uno de los interlocutores encapuchado y fumando en pipa en la selva Lacandona.

En otoño de 2011, con unas nuevas elecciones presidenciales en el horizonte cercano, el guerrillero le escribía así al intelectual, al que siempre se dirigía con un respetuoso don Luis: "Con estos textos, ni usted ni nosotros buscamos votos, seguidores, feligreses. Buscamos mentes críticas, alertas y abiertas. Ahora arriba seguirá el estruendo, la esquizofrenia, el fanatismo, la intolerancia, las claudicaciones disfrazadas de táctica política. Luego vendrá la resaca: la rendición, el cinismo, la derrota. Abajo sigue el silencio y la resistencia. Siempre la resistencia... Vale don Luis. Salud y que sean vidas las que las muertes nos hereden. Desde las montañas del Sureste Mexicano. Subcomandante Insurgente Marcos".

Villoro fue licenciado en Filosofía y Letras en la UNAM, concibió en su tesis doctoral su primera gran obra, “Los grandes momentos del indigenismo en México”, fue Premio Nacional de Ciencias Sociales en 1986 y Premio Nacional en Investigación en Humanidades en 1989. Hizo estudios de posgrado en la Universidad de La Sorbona y en la Ludwiguniversität de Munich. Dio clases en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad Autónoma Metropolitana, y tradujo a autores como Edmund Husserl y Gabriel Marcel.

Sus principales obras literarias fueron: Signos políticos (1974), El concepto de ideología y otros ensayos (1985), El poder y el valor. Fundamentos de una ética política (1997) o De los retos de la sociedad por venir (2007). Villoro tránsito hacia el terreno de la política, primero en el marco académico y luego en el terreno civil, es lógico que al final se encargase de ver lo que tenía más cercano; un hombre como don Luis no podía sino volcar su pensamiento en tratar de comprender un país tan difícil y doliente como México

De madre mexicana y padre español, Luis Villoro pasa a la historia del pensamiento contemporáneo en América Latina como un articulador del pluralismo indigenista, como una conciencia lúcida del desarraigo poscolonial que pervive todavía en las democracias latinas del siglo XXI. Un hombre que salió de Europa con su familia escapando de la guerra y que al otro lado del océano Atlántico convirtió su vida en un esfuerzo intelectual de búsqueda de la identidad.

Es importante mencionarse que su hijo Juan ha declarado a diversos medios de comunicación que en los años noventa él y sus hermanos se interesaron por conseguir la nacionalidad española, dado que su origen familiar se lo permitía. Cuando se lo planteó a su padre, la respuesta del viejo exiliado fue destemplada: “¿No te da vergüenza?’, '¿Para qué quieres ser español? ¿Te das cuenta del trabajo que nos ha costado ser mexicanos? ¿Vas a tirar todo eso por la borda?'. En ese momento fue cuando su hijo entendió al fin a su padre y dijo: "Él llegó a un país que repudió en el acto, pero se quedó ahí para interpretarlo y quererlo con esfuerzo. A mí no me había costado nada ser mexicano; no podía ser otra cosa; para él, se trataba de una conquista espiritual”.