GENERAL ANTONIO LÓPEZ DE SANTA ANA

Por Miguel Ángel Serna Ortega
Investigador Histórico.

Nació en Jalapa en 1795, y murió en México el 1876, fue Militar y político mexicano. Desde la proclamación en 1821 de la independencia de México hasta el afianzamiento a partir de 1855 de los liberales, Antonio López de Santa Anna fue la figura omnipresente en la turbulenta vida política del país, unas veces en el poder (fue once veces presidente), y otras detrás del poder o contra el poder, manejando a su antojo los relevos presidenciales y promoviendo con sus intrigas golpes y revueltas de todo signo.

Con toda razón, pues, se ha llamado Las revoluciones de Santa Anna a este periodo; y en muchos aspectos, la biografía de Santa Anna es la historia de las primeras décadas del México independiente. Ahora bien, si se piensa en los exiguos avances políticos y económicos de aquellos años y en la pérdida de la mitad del territorio nacional en la guerra contra Estados Unidos, el dilatado protagonismo de Santa Anna en la historia mexicana arroja un saldo cuando menos deprimente, se vendió a los gringos y perdimos: Texas, Arizona, Alta California y nuevo México.

Desde el punto de vista ideológico, aunque apoyó en sus inicios a liberales y federalistas, suele calificarse a Santa Anna de conservador, si bien es más exacto definirlo como un demagogo oportunista carente de ideología. Ciertamente, su sed de poder fue inversamente proporcional a su coherencia, y jamás ningún escrúpulo le impidió cambiar de bando. En lo militar, suplió con el arrojo su limitada visión geopolítica y estratégica, y supo relegar al olvido sus fracasos y extraer la máxima rentabilidad política de sus victorias.

Nacido en Jalapa, Antonio López de Santa Anna se trasladó con su familia a Veracruz cuando su padre, notario de profesión, recibió un nuevo destino. Ingresó muy joven en el Ejército Real de la Nueva España, contrariando con ello los designios paternos, y era capitán del ejército español cuando estalló en 1810 la insurrección anticolonial liderada por Miguel Hidalgo. A lo largo de aquella década, Santa Anna combatió a los independentistas desde el bando virreinal.

La sublevación independentista parecía definitivamente sofocada cuando el advenimiento en España del trienio liberal (1820-1823) dio un giro a la situación. En 1821 Agustín de Iturbide, que al igual que Santa Anna había combatido la insurrección desde las filas realistas, acordó con el último de los rebeldes el llamado Plan de Iguala, un programa político independentista que ganó rápidamente adhesiones y le permitió formar un poderoso ejército.

Antonio López de Santa Anna figuró entre los muchos que se adhirieron tempranamente al Plan de Iguala. El apoyo a Iturbide de antiguos realistas no debe sorprender, ya que ni siquiera las élites virreinales eran del todo reticentes: en algunos de sus círculos se veía con buenos ojos el establecimiento de una monarquía independiente como medio para eludir la implantación de un régimen liberal y perpetuar el absolutismo.

En septiembre de 1821, al frente de su Ejército Trigarante (así denominado por su compromiso con los tres principios del Plan de Iguala), Iturbide entró triunfalmente en la capital mexicana, declaró la independencia y formó un gobierno provisional. Pero en mayo del año siguiente, un Congreso Constituyente proclamó a Iturbide emperador del nuevo Imperio mexicano, ganándose la animadversión tanto de los monárquicos (que querían coronar a un príncipe español) cono de los republicanos, nada dispuestos a permitir que México se convirtiese en una monarquía hereditaria. A finales de 1822, Antonio López de Santa Anna encabezó la sublevación republicana que derrocó al régimen autocrático de Iturbide y abrió el proceso para convertir a México en una República federal, proceso que culminó en 1824 con la elección del presidente Guadalupe Victoria.

Desde entonces Santa Anna se convirtió en el «hombre fuerte» del país por espacio de treinta años, si bien su presencia formal al frente del poder político fue intermitente. Su prestigio militar se acrecentó cuando consiguió rechazar una expedición enviada por España con intención de reconquistar México y restaurar el régimen colonial; la victoria de Santa Anna sobre las tropas del general español Isidro Barradas en la Batalla de Tampico (1829) le valió un ascenso a general de división y la consideración de héroe de la patria.

Ya antes de ello se había dejado sentir el peso de la influencia de Santa Anna en el devenir político del país. En 1828 se opuso a la elección de Manuel Gómez Pedraza como sucesor del presidente Guadalupe Victoria (1824-1829) y aupó a Vicente Guerrero a la presidencia (abril-diciembre de 1829). Ayudó luego al vicepresidente de Guerrero, Anastasio Bustamante, a hacerse con la presidencia (1830-1832) y negoció luego su renuncia en favor del aspirante al que se había opuesto cuatro años antes, Manuel Gómez Pedraza (1832-1833). Este ininteligible reguero de intrigas y traiciones acompañó a Santa Anna como una sombra y ha permitido definir su trayectoria política como un mero arribismo sin ideología.

Finalmente, en 1833 asumió personalmente por primera vez la presidencia de la República y dio inicio a lo que podría llamarse sin rigor su primer mandato; de hecho, entre 1833 y 1835 asumió y cedió el cargo en cuatro ocasiones. Carente de ideas propias también en el poder, Santa Anna actuó como un demagogo populista. Empezó gobernando con los federalistas anticlericales, permitiendo las reformas liberales de su vicepresidente, Valentín Gómez Farías; luego se alió con los conservadores, centralistas y católicos, con los que tenía mayor afinidad, y en 1835 suprimió el régimen federal, aplastando por la fuerza a sus defensores.

Pero este refuerzo del centralismo tendría funestas consecuencias. El estado de Texas, territorio del extremo noreste de México con fuerte presencia de colonos anglosajones, se opuso a reducir su autonomía a la mínima expresión y reclamó el retorno a la constitución federal de 1824; rechazadas sus demandas, se desencadenó la rebelión. Santa Anna atacó Texas con su ejército, lo que implicaba enfrentarse también a los Estados Unidos, que prestaban apoyo a los rebeldes; obtuvo una célebre victoria en El Álamo (marzo de 1836), pero apenas un mes después sufrió una humillante derrota en San Jacinto.

El propio Santa Anna fue hecho prisionero, enviado a Washington y liberado por el presidente Jackson tras entrevistarse con él; para ello hubo de aceptar un tratado por el que reconocía la independencia de Texas y se comprometía a no emprender ninguna acción militar contra el nuevo estado. A su regreso a Veracruz, Antonio López de Santa Anna parecía militar y políticamente acabado; había perdido su prestigio militar, la presidencia y su ya escasa popularidad.

Sin embargo, la primera intervención francesa en México (1838-1839), motivada por una serie de reclamaciones económicas de Francia que había desoído el gobierno mexicano, dio a Santa Anna la oportunidad de redimirse: luchando contra la expedición militar que los franceses habían enviado a Veracruz, perdió una pierna en el combate y recuperó su carisma de héroe nacional.