Doña Elena Poniatowska entrevistando a Don Gustavo Sainz. |
Por María Gil.
La mayoría de los libros de Gustavo Sainz se pueden encontrar en las librerías de saldos y usados de Guadalajara. No hay estadísticas que lo respalden, simplemente el sondeo eterno de un lector que conoce las librerías de Guadalajara y que las recorre con regularidad desde hace 15 años. En una de ellas encontré, hace al menos una década, un libro con un titular y una portada interesantes. La contraportada vendía una novela “ejemplar de la libertad estructural y discursiva”. “Obsesivos Días Circulares” era el titular, editado por Plaza Janés, mi ejemplar corresponde a la edición de 1998.
En ella Gustavo Sainz escribe que el libro es resultado de un trabajo constante en el texto original (publicado en la Colección Novelistas Contemporáneos de Joaquín Mortiz, en 1969), y que es distinta a la segunda edición, de Grijalbo en 1979. Así era Sainz, un obseso de la escritura y un académico discreto. Su fallecimiento, ocurrido en los últimos días de junio en Indiana, no fue de dominio público sino hasta el 2 de julio, cuando el periódico de la localidad donde vivía, lo dio a conocer.
En Guadalajara, Sainz fue recordado tanto por escritores como académicos y promotores culturales. Desde Victor Manuel Pazarín, periodista y escritor; hasta Antonio Ortuño, escritor pasando por Vanessa García Leyva, promotora cultural, así como Antonio Marts, director de la editorial Paraíso Perdido, quién hace poco más de 10 años recibió el apoyo del escritor para una de sus empresas culturales.
“Pero venciendo esos temores le escribí, algo breve, explicándole el proyecto, quienes éramos. Nos contestó muy rápido y quiso saber más. Fue una comunicación muy breve. Nos mandó un capítulo que en ese momento estaba inédita “Con Tinta Sangre del Corazón” que después publicó Plaza y Janés. “Para nosotros fue como una inyección de ánimo para continuar con la revista y que valía la pena el esfuerzo que estábamos haciendo porque estábamos más preocupados en sacar los primeros números que en otra cosa”, recuerda Antonio Marts, un día después de que se conociera la muerte de Gustavo Sainz.
“Son detalles que los aprecias, pero que en el momento no los dimensionas. Y es así que después, con la noticia de que fallece, te pones a pensar en todo esto”, completa Marts, impulsor de la editorial Paraíso Perdido, cuyo primer emprendimiento fue la revista “La Voz de la Esfinge.” Pero la generosidad de Sainz, para con el grupo de jóvenes escritores tapatíos, le llevó a colaborar en una segunda oportunidad con “La Voz de la Esfinge”, incluso cuando Marts y compañía ya no contaban con que el escritor recordara su paso por las páginas de la revista tapatía.
“Coincidió que nos encontramos en la FIL de ese año, sin ponernos de acuerdo y nos topamos en uno de los pasillos. Le di la revista y le gustó, o al menos eso fue lo que nos dijo, siempre muy amable. Al cabo de unos años, cuando ya no contaba con que nos recordara, nos mandó un adelanto de ‘A Troche y Moche’, que publicamos en el número 7/8 de 2001.”
Mientras que otros autores locales como Vanessa García Leyva, recuerdan a Sainz como un conferencista generoso, un conversador amable y un autor accesible por los pasillos del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la UDEG, los críticos literarios no fueron tan entusiastas con su obra, cuando esta vio la luz.
“Muy grande debe ser la soledad de Gustavo Sainz para enjaretarle al hipócrita lector 787 páginas del egocentrismo más impúdico y descarado que se haya visto en la literatura mexicana”, escribió en 1991 Christopher Domínguez Michel en las páginas de “Vuelta”. Gustavo Sainz murió en Estados Unidos, en el lugar en que el que formó hogar. Pero su alma estaba en México. En 2011 quiso donar a la Universidad de Saltillo su biblioteca de más de 75 mil libros. La donación no se logró debido a la falta de recursos para trasladar la obra.
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Fuente: La Cronica de Jalisco.