LA PELOTA NO SE MANCHA

Por Roberto Longoni.

A mi hermano Gino, que como yo, ama el fútbol y a México.

Diego Armando Maradona, futbolista argentino, considerado uno de los más grandes de la historia del balompié mundial, dijo entre lágrimas y frente a miles de hinchas en La Bombonera de Buenos Aires, con motivo de su despedida de las canchas: “Yo cometí errores y los pague. Pero la pelota, la pelota no se mancha”. 

Yo, mis amigos, mis hermanos, y tantos otros, creemos como Maradona que, más allá de la creciente corrupción, el amaño de partidos, las jugadas desleales y los millones que compran campeonatos pero no juego bonito, el fútbol tiene el enorme potencial de ser un factor de emoción y sobre todo de humanización. 

El fútbol es catarsis, lucha, vibración. Más allá del individualismo imperante, resuena en él una necia terquedad de estar unidos, de cantar y jugar en equipo. El fútbol implica entenderse con otros, vérselas con el contrario, que tiene el mismo valor, las mismas aspiraciones, y que se reconoce en uno mismo. 

Al final, destrozando el poema de Benedetti, en el fútbol nos sentimos mucho más que dos, que once o doce, que miles. Idioma universal, también rompe fronteras de ignorancia, uniendo metas y sueños. 

Habemos muchos que aún hoy creemos en el fútbol leal, legítimo, ordenado, pero azaroso. Creemos en la magia y en la gambeta, en los días en que todo puede lograrse a pesar de ser el rival más débil o menos esperado. Aun creemos en el fútbol popular, del gol gana, las “charras”, la aceptación de errores y la autocrítica. Aún creemos en darle la mano al rival, en reconocerle su gallardía, su valor, su coraje. En el cambio de camisetas, en la complicidad de quien ama un deporte, en la entrada fuerte pero al balón. 

Yo creo que Guardado debió de haber tirado el penal hacia un lado. ¿Por qué no mandar un mensaje diferente? Demostrar con ese sencillo y tal vez banal acto, que México ya no quiere seguir ganando con trampas, que respeta las reglas, no de la disciplina rígida, sino las que emanan de un espíritu solidario, respetuoso y fraterno entre los humanos, los jugadores.

Mandar el mensaje de que no queremos seguir siendo el país donde “todo es posible” si pasas un “billete” o si haces “ciertos arreglitos” con ciertas personas. Queda algo bueno, idealista y romántico. A pesar de todo, a pesar de las porquerías en la FMF, del “Piojo” o de los soberbios jugadores, “la pelota, la pelota no se mancha”.