MÉXICO AGONIZA.


Por María Gil.

La economía se desploma por tercer año consecutivo: la volatilidad cambiaria es incontenible, se caen las ventas externas y se profundiza la crisis petrolera. El equipo económico no tiene ni con qué planificar: las bases con las que elaboró sus proyecciones ya no tienen sustento. Estimaba una paridad de 14.5 pesos por dólar cuando llegará, en breve, a 18 pesos, y sostenía que el precio del crudo sería de 55 dólares por barril cuando ya ha estado por debajo de los 30 dólares.

Hasta 2014, en tanto cosechaba reforma tras reforma estructural aprobada por los legisladores, era común ver a los peñistas con una anchurosa sonrisa, prometiendo paraísos de crecimiento, empleo, bienestar, y haciendo cuentas alegres de los pingües beneficios personales que le redituaban en sus ambiciones presidenciales. Ahora a los políticos cercanos del Presidente Peña se les mira nerviosos, con la sonrisa trastocada en mueca, o deambulando sin ellas, entre los escombros del edificio peñista que se derrumba a su alrededor.

Desde el inicio del sexenio priísta, con el retraso del gasto público, merced a que el peñismo estaba más preocupado por la aprobación de las contrarreformas neoliberales, las metas de crecimiento, empleo y bienestar perdieron su contenido. Entre la segunda mitad de 2014 y todo 2015 se convertirán en conceptos vacuos. En lo que resta del gobierno quedarán como vocablos utilizados arbitrariamente que a nada responden, en contraste con los indicadores económicos que evolucionan por el sendero contrario.

Las cifras pueden ser malditas. México agoniza, el peso ha rebasado por primera vez en la historia el límite psicológico de las 20 unidades por dólar. Aunque sólo fue en la ventanilla de los bancos y en una horquilla que apenas llegó a 20,09, la barrera que todos temían ha sido cruzada. La vertiginosa depreciación, acelerada por el avance de Donald Trump y la crisis del petróleo, está llevando al país a una zona turbulenta. Y lo que es peor, ningún experto está seguro de cuál es el límite.

En lo que va de año, la divisa se ha depreciado más de un 20% frente al dólar. Y en una sola semana se ha convertido en la moneda más golpeada de los países emergentes. El huracán ya ha puesto en duda las previsiones gubernamentales de un cambio de 18,2 pesos el dólar para 2017. Pero ante todo ha destapado las presiones a las que está sometida México.

Siendo una de las economías más fuertes del hemisferio, con tasas de crecimiento superiores al 2%, muy por delante de Brasil y Argentina, el país no logra disipar las dudas sobre su salud. De poco ha servido que tenga la inflación varada por debajo del 3% ni que las remesas procedentes de sus emigrantes en el vecino del norte hayan crecido al 7,5% y superen, gracias a la caída del peso, los 15.000 millones de dólares sólo de enero a julio. Ni siquiera vale que su sector exportador, volcado al 80% en Estados Unidos, se beneficie como nadie en el planeta de esta depreciación.

La desconfianza está prendiendo y el peso, la octava divisa más líquida del mundo, lo sufre. La posibilidad de que la Reserva Federal aumente sus tipos de interés esta semana amenaza con disparar la volatilidad financiera y facilitar la salida masiva de capital hacia Estados Unidos en detrimento de los países emergentes. Trump, el otro gran espectro mexicano, avanza con pasos firmes en la campaña y, de momento, nadie le ha tumbado. Y el petróleo, el principal combustible de las arcas públicas mexicanas, sigue en horas bajas, obligando al Gobierno a ahondar los recortes y, a la postre, a limar su potencial de crecimiento.

En este escenario, el recurso al endeudamiento público no ha hecho más que dañar la credibilidad de México. La deuda ha subido 13 puntos desde el inicio del mandato de Enrique Peña Nieto y ya supera del 50% del PIB. Una cifra que para un país con un 46% de la población en la pobreza es considerado excesivo por numerosos observadores internacionales. Las agencias calificadoras lo han alertado e incluso han advertido de la posibilidad de degradar su nota para México. Una decisión que, pese a estar aún muy lejos, significaría echar más leña al fuego: a peor calificación, menos confianza y menos inversión. Resultado: un peso más débil. La tormenta no ha hecho más que empezar.

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Fuente: El País.