LA UTOPÍA POSIBLE.


Por Roberto Longoni.

De nuevo busco las palabras adecuadas y de nuevo el nudo en la garganta no permite que salgan de manera fluida. Son muchos los cuestionamientos, son pocas las respuestas. Lo que en otros tiempos parecía ser solamente una pesadilla lejana hoy rodea y amenaza de manera constante nuestra existencia como humanidad. (Niños tosen sangre por culpa de gases letales. Campesinos, humildes y rebeldes, son acribillados por las fuerzas del orden. Mujeres son violadas, mutiladas, humilladas. Estudiantes son golpeados por alzar la voz.)

Pienso, como el escritor argentino Ernesto Sabato, que no debemos considerar que el desastre está afuera, sino que arde como una gran hoguera en la propia sala de nuestras casas. Que va desgarrando y vaciando de sentido cada una de nuestras actividades, de nuestros placeres, de nuestras expresiones, de nuestras relaciones. 

Y es ahí, en la reflexión desde la vida desgarrada, desde donde gritamos en contra de aquello que no nos deja apuntar a la esperanza. Somos esas moscas que menciona Holloway, atrapadas en la telaraña del consumo, la miseria y la muerte, pero que no se quedan quietas a esperar el final, sino que patalean, aletean, gritan desde lo más profundo de su devenir en contra de lo que no nos deja alcanzar la libertad. Desde lo más profundo de nosotros, ¿desde dónde más podríamos gritar? 

Pero sucede que esa libertad no queremos construirla desde la irracionalidad o el miedo. Auschwitz, Acteal, Ayotzinapa, Siria, nos recuerdan constantemente que las posibilidades del odio son casi infinitas, pero que en el odio provocado por la violencia solamente es posible el camino de la venganza y la tristeza absurda de la muerte injusta. 

¿Cómo parimos entonces una sociedad distinta? No hay fórmulas ni recetas, pero podemos empezar por plantearnos la utopía. El no lugar posible y latente al que apuntaba gente como Ernst Bloch, quien reconocía en la locura del Quijote, en la osadía de Ulises y el juego desinhibido de los niños, el impulso profundamente humano hacia la autodeterminación y el otro mundo posible, donde la dignidad, la justicia y la alegría sean presentes para todas y todos. 

Quizás guardamos sueños que para algunos sean tontos, pero los soñamos despiertos y los soñamos juntos, con nuestros vivos y nuestros muertos, como aquellos versos de Miguel Hernández: ¨Volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra: la libertad, las cadenas, la alegría y ese cariño oculto que nos arrastra a buscarnos a través de toda la tierra.¨

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