FAYAD Y LOS ENFERMOS DE PODER.


Por Jorge Montejo.

“Cuando uno habla de que el poder enferma y la enfermedad del poder, se ve, por la reiterada casuística que exhiben la historia y el presente de México, uno esta hablando de una realidad”.

La sentencia pertenece al periodista Nelson Castro, quien en la abulia y el calor del verano resolvió retornar a la medicina. Sin abandonar nunca, por supuesto, su rol de abanderado de la oposición político-mediática.

Su razonamiento es más o menos simple: los gobernantes mexicanos, con su tendencia al absolutismo, a eternizarse en el “poder”, terminan enfermándose. El poder enferma y envilece a las personas por lo que ellos no tienen más remedio que enfermarse de poder, tal y como lo describe David Hume en su obra titulada "Tratado Sobre la Naturaleza Humana".

Ahí están para demostrarlo Lula, Dilma, Lugo, Chávez, Maduro, Fidel, Néstor, Cristina, Duarte y hasta López Obrador. Algo así como el nuevo eje del mal que se animó a desafiar las recetas (nunca mejor empleado el término si de lo que se trata es de prescribir la cura) del consenso del establishment, es decir, el poder establecido o la clase dominante. 

La enfermedad de los “malos”, en definitiva, estaría determinada por su irracionalidad, por la desmesura, por su avidez sin límites. Una suerte de tragedia shakesperiana en la que el afán de poder de los gobernantes-tiranos, apoyados por pueblos manipulados, conduce a la locura. Y ésta a la muerte política.

Desde la perspectiva planteada, que con distintas variantes y matices recitan los medios hegemónicos y repiten los principales referentes de la oposición, el poder tiene una localización geográfica bien definida: la casa de gobierno. “El poder” es el gobierno, señalan. A veces lo dicen con ingenuidad. Casi siempre, con cinismo. 

Sin embargo, el poder no nada más esta en el gobierno, los políticos que allí se encuentran tienen fecha de caducidad, tarde o temprano se desvanecen y jamás se atreven a plantear, aunque lo sepan, que también existe el poder fáctico que radica en aquellas corporaciones financieras, empresas, iglesias y medios de comunicación que tienen más incidencia en la vida cotidiana de millones de personas que las de muchos gobiernos.

Esta mirada se complementa con la subestimación permanente de los pueblos. En especial, con la subestimación de los hidalguenses, quienes son engañados permanentemente por los “enfermos de poder”, para generar ese ambiente en donde sólo existe una sola fuente de poder político que tanto deslumbra a las masas y al adoctrinado.

Sin embargo, bajo esa realidad impuesta nace la soberbia, la exclusión y el control político que le genera divisiones y fracturas a Omar Fayad. Allí postrados ante ese Dios de carne y hueso se encuentran varios de sus secretarios que al verse deslumbrados, voltean más hacia gobernación que hacia sus funciones al interior del gobierno de Hidalgo. 

También en esa realidad adoctrinada se encuentra el nuevo presidente del PRI que solo aparece retratado con el nuevo "grupo político" que trata de llenar el vacío de poder que dejó el grupo la joya, cuando ese espacio debería corresponderle exclusivamente al propio partido y no a una pandilla que no puede ni administrarse a si misma, como lo vimos con el escándalo del delegator.

Toda esa exclusión le genera ingobernabilidad a Omar Fayad; con toda esa exclusión buscaran controlar al actual gobernador de Hidalgo, cuando este debe vencer al propio gobierno si quiere convertirse en un personaje que pase a la historia, de lo contrario, su poder político se extinguirá al final de su sexenio tal y como le sucedió a su antecesor.  

Si Olvera fracasó, no fue porque desde gobernación lo hayan bloqueado (allí sólo hay un tipo de poder entre muchos otros que están detrás del trono), sino porque no supo tejer las redes que le permitieran convivir con los poderes fácticos después de concluido su mandato. Francisco Olvera se aborazó, sólo pensó en él y su gente, no distribuyó inteligentemente la riqueza del estado.  Ya decía el ex gobernador de Hidalgo, Jorge Rojo Lugo, "lo importante no es llegar, sino saber salir bien".

En conclusión, si Omar Fayad quiere tejer esas redes que le garanticen su perpetuidad política, para su segundo año de gobierno tendría que enviar ese mensaje de unidad entre fuerzas para que pueda administrar el poder que tiene en sus manos, y no favorecer a la soberbia, a los instintos y a la exclusión que buscan imponerle para dividirle el estado y no dejarlo gobernar. 

No debemos olvidar que en estos momentos la administración de Omar Fayad es como un reloj de arena, hace un año estuvo lleno, llegó a la cúspide, pero hoy ya se esta agotando el tiempo.