ALLENDE EN SU LABERINTO.


















Por Roberto Longoni.

El siguiente artículo fue escrito en Diciembre del 2014 en algún balcón de Santiago de Chile, minutos después de que, en el emblemático Teatro Caupolicán terminara el estreno de la cinta “Allende en su laberinto”, del creador Miguel Littin. Alguien que vivió en carne propia los estragos y el exilio provocado por la dictadura militar implementada en Chile desde 1973, que terminó con el sueño de miles de personas, así como con la vida de otras miles. 

Este texto es una crónica del 11 de septiembre de 1973. La crónica de las últimas horas de un hombre, Salvador Allende Gossens, que supo asumir su deber histórico y llevarlo hasta las últimas consecuencias. Considero que no hay acto de valor más grande que dar la vida por lo que se cree. Más cuando eso en lo que se cree alberga un profundo sentido humano. Junto a él, este texto está dedicado a la memoria de cientos y miles de chilenos que perdieron la vida en aquellos años de represión y tortura. Compañeros todos, viven en la memoria de ese país y de este herido continente. 

Es también un reconocimiento a todos aquellos que creyeron en un mundo mejor y lucharon por él. Sobre todo es dedicado a mi Tío Tito y mi Tía Ana María, ambos valientes jóvenes chilenos que encontraron su destino lejos de la patria, pero que tuvieron el valor y las agallas de luchar siempre por ese otro mundo posible que aún hoy es necesario. 

Salvador se despertó temprano como de costumbre. Augusto “El Perro” Olivares tocó la puerta impaciente. Le notificó al presidente que la marina se había sublevado en Valparaíso. Allende abrió los ojos y lo tranquilizo. Primero debía alistarse. Se miró al espejo y se acomodó la corbata y los lentes mientras tarareaba “tu nombre me sabe a yerba” de Serrat. 

El “Perro” Olivares le leyó la prensa. Algunos diarios ninguneaban el hecho, otros se escandalizaban. Salvador escuchaba con calma. Olivares dejó de lado uno de los diarios. 

“-A ver perrito, que dice ese.-

–Nada señor, es una biografía de usted. Supongo que la conoce. Y en estos momentos no creo que sea muy necesaria.-

-Es más necesaria de lo que crees en estos momentos perrito. Saber nuestra historia siempre es crucial en estos momentos donde su rumbo se define.-“ 

El “Perro” Olivares leyó: “Allende. Médico Cirujano. Político chileno. Contendió por la presidencia de Chile en cuatro ocasiones. Masón e intelectual. Pequeño burgués porteño. Marxista.” Salvador se rio: “¿¡Pequeño burgués!? ¡NO! ¡Gran burgués! ¡Y Masón sí, pero en sueños. En cambio socialista, orgulloso y bien despierto!” 

Caminó por la casa. Su guardia personal lo esperaba afuera. Salió lentamente. Miró al cielo. Subió al auto. Ordenó emprender el camino a La Moneda. Entró con algo más de prisa. Saludo a la posta y caminó a su oficina. En el pasillo lo esperaba Miria Contreras “La Payita” su secretaria personal y amante. 

“-¿Qué vamos a hacer Salvador? 

- ¿Cómo que qué haremos Payita? Lo mismo que hemos hecho hasta hoy. Luchar por un Chile mejor. El Chile de todos Payita. Esa fue mi promesa.” 

La Payita lo miró nostálgica y sonrió tímida. Siguieron a la oficina. 

Salvador preguntó por Pinochet, citó a los edecanes militares, levantó el teléfono y recibió la amenaza de bombardeo. La traición estaba consumada. Quedaba el pueblo y los pocos fieles que permanecieron. Rendirse no era una opción posible. 

“-Salvador, todo esto lo provocó tu necedad y tu radicalismo. No debiste de meterte con los empresarios.

- Disculpe usted compañero pero esta lucha no es por reformar un sistema, inhumano en sus cimientos, es para destruirlo completamente. Y el nuevo sistema no lo comprenderá usted o yo compañero, lo lograran y entenderán todos. Obreros, estudiantes, mujeres, campesinos. ¡TODOS!”

Tomó su casco militar, desprendió de la pared la ametralladora que le regalará Fidel Castro en su visita. Bajó al patio central y ordenó que los hombres se armaran y presentarán batalla. Mujeres y niños debían abandonar el edificio cuanto antes. Su esposa y sus hijas lo abrazaron. Hortensia Bussi le susurro entre lágrimas: “Salvador, en estos momentos cargo en mis espaldas con todo el dolor del mundo.” Hubo un abrazo tibio. Sabían que no volverían a verse. 

Comenzó el bombardeo. La Moneda se cimbraba, el humo empezó a cubrirlo todo. Todo se vuelve borroso, hay un ambiente de delirio. Salvador se recuesta en Miria:

“- ¿Estás cansado Salvador? 

- No Payita, No. Estoy pensando en tantas cosas. ¿Recuerdas cuando ganamos las elecciones? 

- Si Salvador. Ese día estabas tan feliz que bailaste harto. 

- ¿Bailaría con su presidente Payita?; Payita, su nombre me sabe a yerba, de la que nace en los campos a golpe de sol y de agua...” 

Ambos se sonrojaron. El bombardeo se intensificó. No había posibilidades de vencer. “¿y el pueblo?”... La sombra del miedo y la muerte empezaba a cubrirlo todo. Entro a su oficina y le hablo al retrato de su abuelo, pidiendo perdón. En algo había fallado, “¿O no abuelo?” El cuadro no juzgó nada. 

Llamó al “Perro” Olivares. Se sentaron en el centro de la oficina. Le jugó la última partida de ajedrez ante el asombro del asesor que tuvo que aceptar. “Tranquilo perrito, todo va a pasar.” 

Salvador comenzó a recordar: “Sabe que todo comenzó en Valparaíso con el compañero Juan de March. Un zapatero anarquista que me invitaba a su taller desde pequeño y que me dio a leer a Bakunin, a Marx, a Lenin. Jamás lo olvide. También recuerdo aquella vez que estábamos en campaña perrito, y un obrero traía un letrero que me reconforto de muchas maneras. Su manta decía: “Este es un gobierno de mierda... ¡pero es mío!” Nuestro gobierno perrito, nuestro Chile, nuestro pueblo, nuestra lucha, nuestro socialismo, nuestra patria. Eso fue en la primera campaña. Luego vendría la segunda y la tercera. Fue muy cansado perrito. En algún momento llegué a pensar que jamás lo lograríamos. Incluso me inventé un epitafio: “Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile.”

Aún hubo tiempo para reír, para hacer oídos sordos a las bombas y al fuego, para mover a los peones en contra del rey. La Moneda estaba siendo tomada y la pared de la oficina presidencial se quebró. 

“¿A qué le tiene miedo compañero?; ¿A la muerte? Mire estás manos, con ellas hice más de 100 autopsias en la escuela de medicina. La muerte siempre ha estado cerca de mí. En algún lado, alguien nos estará esperando compañero.”

El escritorio sirvió como refugio para las últimas palabras, para los últimos estruendos: “Tengo fe en chile y su destino. Sepan ustedes que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas, por donde pase el hombre libre en busca de una sociedad mejor.” No hay más. Los militares toman el palacio, se acaba el tiempo, se difuminan las cenizas, se escuchan disparos. Hoy se han muerto los sueños de miles...

“El río invierte el curso de su corriente. El agua de las cascadas sube. La gente empieza a caminar retrocediendo. Los caballos caminan hacia atrás. Los militares deshacen lo desfilado. Las balas salen de las carnes. Las balas entran en los cañones. Los oficiales enfundan sus pistolas. La corriente penetra por los enchufes. Los torturados dejan de agitarse. Los torturados cierran sus bocas. Los campos de concentración se vacían. Aparecen los desaparecidos. Los muertos salen de sus tumbas. Los aviones vuelan hacia atrás. Los rockets suben hacia los aviones. Allende dispara. Las llamas se apagan. Se saca el casco. La Moneda se reconstituye íntegra. Su cráneo se recompone. Sale a un balcón. Allende retrocede hasta Tomás Moro. Los detenidos salen de espaldas de los estadios. 11 de septiembre. Las fuerzas armadas respetan la Constitución. Los militares vuelven a sus cuarteles. Renace Neruda. Víctor Jara toca la guitarra, canta. Los obreros desfilan cantando “venceremos”.