El declive del calderonismo.


Por Álvaro López | El Cerebro Habla 🧠

El auge del calderonismo comenzó allá por el 2006. Felipe Calderón, un hombre discreto, introvertido, de no muchos reflectores, con un rostro que no parece de lo más amigable, llegaba, en medio de acusaciones de fraude por su opositor López Obrador (ahora Presidente), a la silla presidencial.

Felipe Calderón no ganó precisamente por su carisma, no ganó porque tuviera jale. Ganó simplemente porque vendió un discurso de estabilidad frente al riesgo que, nos decían ellos, representaba López Obrador. 

Después de una presidencia de algunas luces y otras sombras, Felipe Calderón dejó el poder con un nivel de aceptación bastante aceptable, aunque nunca fue una figura que fuera muy popular. Pero, a diferencia de 2006, su partido estaba quebrado, dividido, partido, y el entonces presidente no terminó limpio de salpicaduras. Así, Calderón dejó la silla presidencial.

Pero en algún momento a Margarita y a él se les ocurrió que el 2012 no tenía que ser el final de su estadía en el poder, y por eso, después de severos pleitos internos con el PAN (sobre todo con el anayismo), Margarita decidió postularse como candidata independiente.

Le fue muy mal, no levantó. Lo poco que vimos de ella (por su poca exposición propia de los candidatos independientes que no tienen recursos y porque tampoco le pusimos mucha atención) fue a una mujer sin carisma, sin presencia, sin energía y con una mala dicción. No llegó nunca a rebasar los 10 puntos de preferencia (ni se acercó a ellos) y al final se decidió bajar de la contienda.


Y a pesar del fracaso rotundo, no se quedaron con los brazos cruzados.

Ante la llegada de López Obrador (llegada a la que Felipe Calderón, de alguna u otra forma, colaboró al darle la espalda al candidato Ricardo Anaya de su entonces partido) el dúo calderonista tuvo la idea de que podían crear un nuevo partido: México Libre, un proyecto de centro-derecha que, al menos en sus valores, es parecido al PAN, al menos en sus valores fundacionales.

Ante un PAN, que junto con el PRI y la clase política fue barrido por la locomotora de MORENA, pensaron que el calderonismo podía ser el depositario de la posible creciente indignación de la gente ante el gobierno de López Obrador. Trataron incluso de incidir en las marchas llevadas a cabo en la Ciudad de México apoyándolas, hablaron con líderes de dichas organizaciones para empezar a ganar simpatizantes.

Pero a la gente no le interesa.

Su movimiento no logra atraer a la gente, y las posibilidades de que logren conformar su partido disminuyen conforme pasa el tiempo. 

El PAN, en cambio, a pesar de que perdió dos estados en las elecciones que acaban de pasar a manos de MORENA, logró acaparar una cantidad no tan despreciable de votos, al menos los suficientes como para no desfondarse y mostrar que no lo pueden dar por muerto. No fueron precisamente un éxito los resultados del PAN en esas elecciones, pero tampoco hay un declive pronunciado como el que el calderonismo esperaría.

Con un PAN que, por lo pronto, no le abrirá las puertas a Calderón y a Margarita (tampoco es como que ellos quieran ser recibidos ahí, al menos mientras estén los mismos en el poder) deberíamos de preguntarnos: ¿qué será del calderonismo que posiblemente no tendrá la representación política que aspiraban ganar por medio de México Libre?

No lo sé, lo cierto es que los Calderón no tienen el jale que ellos mismos pensaban que tenían. Peor aún, no es de mucha ayuda que se presenten como un alternativa ya vista y que representa a una clase política que ha caído en el desprestigio, y no a un movimiento independiente o nuevo.

Lo cierto es que el calderonismo está en franco declive.

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