La historia es un campo de batalla, dice el pensador italiano Enzo Traverso. Lo que está en disputa en dicha batalla es algo más que la simple posibilidad de narrar la historia, es el sentido profundo que damos a los acontecimientos que en su momento rompieron con la apariencia de armonía del tiempo cíclico y repetitivo, y que aún hoy nos interpelan y nos hacen recordar justamente la necesidad de romper con la monotonía de este mundo y apuntar con esas rupturas a la construcción de una historia distinta, nuestra.
Este planteamiento hace alusión a lo planteado también por el filósofo alemán Walter Benjamin, quien asegura que la batalla por la historia no tiene que ver con quién la cuenta de manera más precisa, sino con qué sentido tiene para nosotros esa historia en el presente. Ligado a esto, Benjamin señala que debemos ver a la historia no solamente desde la visión de los vencedores, sino también desde los que fueron derrotados y anulados por esa misma historia. Mirar así la historia implica reconocer el sacrificio de miles de seres humanos para que esta pudiera seguir adelante. Con este reconocimiento la responsabilidad de no cerrar el pasado como algo clausurado para siempre, y de actualizar sus impulsos, anhelos y esperanzas.
¿Qué sentido tiene esto?; ¿Por qué insistir en mirar al pasado si en el presente tenemos tantos problemas? Pues precisamente porque en el presente persisten las promesas irresueltas del pasado, sueños de un mundo más justo, digno y humanitario, que aún no se han cumplido en la actualidad.
¿Qué sentido tiene mirar al pasado y señalar las tensiones y potencias contenidas en el grito de un cura de pueblo, que con todas sus contradicciones supo cristalizar la rabia de cientos de personas que querían algo distinto? Y la respuesta no es unívoca, pero tiene que ver con la comprensión de lo que en ese grito y en esa rabia estaba contenido: el anhelo de un país distinto, la necesidad de una patria libre, soberana y digna para todxs.
Hoy esos anhelos parecen lejanos, pero su vigencia está en que no los hemos logrado. El imperativo de su realización sigue siendo un horizonte porque no los hemos alcanzado aún.
Digo todo esto porque, a pesar de que creo firmemente que pensar actualmente en términos de identidades nacionales y soberanía es obsoleto y peligroso, sobre todo en un mundo donde está más que demostrada la ficción de una identidad cerrada y pura, creo también que recuperar la historia profunda de lo que forjó dicha identidad y dicha soberanía, para recuperar sus potencias y apuntar más allá de ella, es algo que no debe ser aplazado, sobre todo en tiempos en que el poder se adueña de las narrativas históricas y persiste en apropiarse de una historia que no es la suya, sino la de miles de personas dignas y rebeldes.
La batalla por la historia está abierta…