ESA OBSESIÓN CON LÓPEZ OBRADOR.


Por Álvaro López
El Cerebro Habla. 

Estaba leyendo una columna de Jorge Zepeda Patterson quien dice rehusarse a conceder la razón a los críticos de López Obrador que repiten una y otra vez el “Se los dije”. En su argumentación pareciera tratar de conciliar los desaciertos del presidente en turno con la simpatía que tiene por su gobierno (posiblemente noble y no interesada), el cual dice que, a pesar de todo, volvería a votar por él en vez de votar por Ricardo Anaya o por José Antonio Meade. Dice Zepeda que se juzga a la administración como si viniéramos del paraíso perdido.

Otros simpatizantes de López Obrador han tomado una postura parecida. Gael García se lanzó contra el gobierno de AMLO por la masacre en contra de la familia LeBarón. Pero, de la misma manera, no han perdido la esperanza. Parecen decir que “no me está gustando tu gobierno, pero no quiero perder la fe en el cambio que prometiste”.

A diferencia de Gael, Zepeda hace un reproche a los críticos: que sí es cierto que está mal su actitud con la prensa, que ha tenido algunos dislates, pero que también ha tenido aciertos como la subida del salario mínimo y la libertad sindical, aciertos que ciertamente ha tenido a mi juicio (aunque poco más puedo decir del gobierno actual). Zepeda parece resaltar lo bueno y relativizar un poco lo malo ensalzando lo primero y mencionando un poco a regañadientes lo segundo sugiriendo que AMLO no es perfecto. Él mismo lo dice así:

“Me gustaría que Andrés Manuel López Obrador fuera el estadista sabio, sobrio y profundo, que podría haber sido. También me gustaría que Richard Wagner no hubiese sido antisemita pero eso no impide que encuentre a su música sublime; habría deseado que Octavio Paz hubiese sido más crítico del presidencialismo priista, aunque eso no demerita su talento como poeta y la grandeza de algunos de sus ensayos”.

Pero los críticos, esos a los que señala Zepeda Patterson, no tendrían por qué dejar de serlo ni tendrían por qué forzarse a buscar un punto medio: que la realidad sea una escala de grises y no blancos y negros no implica que la realidad quede en el justo medio y que lo justo es que todos nos ubiquemos ahí. El problema es que Zepeda pareciera entender la polarización actual como un problema de los críticos, de aquellos que “solo ven las cosas mal” y que “no valoran la transformación que se está llevando a cabo”. Es cierto que la crítica que hace Zepeda no cae en la visceralidad ni en los ataques, pero cae en el error de acusar a los otros de juzgar desde un sesgo del que él mismo no carece. Es como un intento de ser razonable pero, a la vez, rehusándose de dejar del lado la esperanza que le representa el gobierno de López Obrador.

Lo que él y muchos obradoristas alertan es una tremenda polarización traducida en una visceralidad en contra de López Obrador: todos los días se le critica, se le hacen memes, se le escriben columnas en su contra. Pero si Zepeda quisiera ser neutral y entender esta polarización por completo entonces también tendría que hablar de lo que ocurre en el otro lado:

Zepeda cuestiona por qué se hace hincapié en la ausencia de licitaciones en la compra de medicinas como el fracaso fehaciente del gobierno de López Obrador cuando en el sexenio de Peña Nieto la mafia de los toluqueños y los constructores cómplices (como OHL) robaron al por mayor. Pero esto es un falso dilema porque sobre mucha tinta se gastó hablando de las constructoras, de las tranzas, del infame Grupo Higa y las casas blancas.

Es un falso dilema porque criticar a López Obrador no implica de ninguna manera simpatizar con el régimen anterior. Que se diga que AMLO está gobernando mal no tiene relación alguna con la forma en que decimos que gobernó el presidente anterior.

Pero Zepeda no imaginó cómo es que la sociedad (y en especial los simpatizantes de la 4T) hubiera reaccionado en el hipotético caso de que a Osorio Chong lo hubieran grabado infraganti con un gobernador quien desea extender su mandato como ocurrió con Olga Sánchez Cordero. ¿Cómo hubiera reaccionado la gente si en el gobierno de Peña hubiesen liberado a un capo producto de un operativo fallido? ¿O qué no recuerdan la reacción de la opinión pública ante la fuga del Chapo? ¿Qué habrían dicho si Peña Nieto todos los días cuestionara duramente a la prensa y su ejército de bots y simpatizantes lanzaran hashtags como #PrensaSicaria? ¿O qué habría ocurrido si Peña Nieto hubiera decidido cancelar una obra por medio de una encuesta popular hecha a modo? ¿Cómo habrían reaccionado si un gobernador del mismo partido del de Peña y cercano a él (digamos, Eruviel Ávila) hubiera dicho que a su ex contrincante, fallecido por un percance aéreo que generó sospechas, lo castigó Dios? ¿Qué se habría dicho sobre el Secretario de Hacienda Luis Videgaray si la economía hubiera crecido 0.0%?

¿Es la polarización, esa que todos categorizan como indeseable, producto del actuar de la oposición? ¿Es la oposición el problema? ¿Estamos moralmente obligados a volver a decir que “las cosas buenas no se cuentan pero cuentan mucho”?

Es cierto que en toda oposición hay excesos y hasta disparates. Es cierto que algunos han llegado a decir barbaridades como que hay “un plan bien armado por el Foro de Sao Paulo para hacer de México un país comunista y que hagamos filas para comprar pan mientras nos imponen la ideología de género” pero igualmente en el sexenio pasado algunos de los otrora opositores afirmaban categóricamente que Peña Nieto había mandado matar a los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

Es cierto también que la oposición actual es muy débil y que no ha terminado de entender muchas cosas, como he hecho hincapié en este sitio; es cierto que en muchas ocasiones la crítica tiene que subir de nivel (lo cual igual aplicaba el sexenio pasado), pero ello no significa que reculen a su derecho de criticar al régimen en turno ni que tengan que atenuar lo que dicen del gobierno. Es mejor que haya exceso de crítica a que ésta no exista. Es mejor tener una amplia pluralidad de voces que una sola que pretenda ser tenue y políticamente correcta para no herir susceptibilidades. Sesgos y afinidades políticas siempre va a haber, pero con todo y lo imperfecta que puede ser la crítica, siempre debe de existir.

Y bien lo deberían de saber quienes hasta el año pasado supieron muy bien qué era ser un crítico ferviente del régimen. 

En una democracia la crítica es indispensable para construir una mejor sociedad.