Arturo Moreno Baños - El Tlacuilo
Los obedientes operadores de la democracia mexicana merecerían sufrir las tres penas de la democracia griega. Desde hace años debieron ser destituidos de sus funciones por entronizar (con raras excepciones) las peores prácticas: ineptitud, corrupción, nepotismo, despilfarro, irresponsabilidad
Según la verdad oficial –es decir, la mentira
oficializada– la etimología de la democracia (demos = pueblo, cratos = poder)
significa que quien elige la mayoría del pueblo para cualquier puesto tiene el
mandato legítimo de hacer lo que le venga en gana. Cada acto, cada ocurrencia,
cada desmesura se justifica porque así “lo votó el pueblo”. Obviamente, no es
así.
Lo que el régimen representa es una combinación
de monocracia (el gobierno de uno), kakistocracia (kàkisto = el peor), término
utilizado en la Inglaterra del siglo XVII para designar el gobierno de los
peores, y oclocracia (de oclos = muchedumbre), concepto acuñado por el
historiador griego Polibio en sus Historias (200 a. C.) para describir la
extrema degeneración de la democracia provocada por la demagogia (demos =
pueblo, ágo = yo conduzco).
Para prevenir esos y otros engendros derivados
de la ambición de poder aunada a la manipulación de las masas, la democracia
ateniense inventó y puso en práctica tres conceptos jurídicos: Dokimasia, Grafé
paranomon y Ostrakismo.
La Dokimasia imponía un filtro último para
impedir que ciudadanos poco calificados, poco afectos a cumplir con las leyes,
ocuparan un cargo público. El funcionario que resultaba inculpado corría el
riesgo de sufrir penas severas. Incluso durante su mandato, la Asamblea podía
destituirlo.
Grafé paranomon era una acción de
inconstitucionalidad frente a una ley que contradijese a otra previa. Su
interés era doble: otorgar un mecanismo de revisión ante una propuesta dudosa,
y derogar una ley ya aprobada pero que afectaba a la ciudadanía. Si era el
caso, se retiraba la ley y se castigaba a quien la había propuesto con una
altísima multa transmisible a su descendencia.
Mediante el Ostrakismo, Atenas exiliaba de la
vida pública por una década a los líderes que consideraba sospechosos de buscar
un poder excesivo a partir de sus cargos.
El nombre proviene de la palabra óstrakon, que
era el fragmento de cerámica o arcilla sobre el cual se escribía el nombre de
los sujetos al proceso.Este juicio se llevaba a cabo una vez al año, durante la
mitad del invierno.
Comprendía dos votaciones sucesivas, una en la
colina de Pnyx de la Asamblea de Atenas (Ekklesía), otra en el Ágora, donde los
ciudadanos escribían el nombre del acusado en el óstrakon. Si lo decidía la
mayoría, la condena era el exilio.
El inculpado tenía un margen de diez días para
abandonar la ciudad. Durante una década no podía ejercer cargo público o
participar en asuntos del Estado, tanto al interior como en el extranjero. La
pena por ostracismo no implicaba la requisición de sus bienes o rentas.
Cumplida la condena, el sujeto volvía a recuperar sus derechos políticos.
En el 485 a. C. los atenienses impusieron el
ostracismo a Jantipo (nada menos que el padre de Pericles) por “tener demasiado
poder”. Poco después, lo sufrió el heroico Arístides.
A pesar de la pena, antes de cumplirse la
década, Jantipo y Arístides volvieron a Atenas para enfrentar la invasión
persa. Ni siquiera Temístocles, vencedor de los persas, se libró del ostracismo
en 470 a. C. por recibir un soborno.
La democracia griega no era infalible.
Sócrates, condenado por “pervertir con sus ideas a la juventud”, prefirió
padecer la injusticia que desacatar las leyes, y bebió la cicuta.
Nunca se opuso a la democracia sino a su
degeneración demagógica, encarnada en líderes que torcieron el sentido de su
enseñanza para buscar el éxito usando al pueblo como instrumento de su
ambición.
Pero sobre todas las cosas merecen el
ostracismo, no por una década sino de aquí a la eternidad. Con una actitud
soberbia, cínica, malsana y cruel, han engañado al pueblo y abusado del poder.