Cayó Cesar Mora



06/06/2025

La reciente detención de César Mora en Estados Unidos, excontralor del estado de Hidalgo durante el sexenio de Omar Fayad Meneses, marca un nuevo capítulo en la larga y desgastante novela de la impunidad institucional. Para muchos ciudadanos, es una noticia que parece confirmar lo que por años se ha rumorado en los pasillos del poder hidalguense: que la corrupción no fue una anomalía, sino un sistema meticulosamente operado desde dentro.

Mora no era un funcionario de medio nivel. Como contralor, era el guardián del gasto público, el supuesto centinela de la legalidad administrativa. Que hoy esté enfrentando la justicia en otro país es, paradójicamente, un acto de justicia que no se logró en el nuestro. Pero lo más relevante no es la caída del alfil. Lo verdaderamente importante es mirar al tablero completo. Porque en política, como en el fútbol, ningún jugador hace una jugada sin el conocimiento y en muchos casos, la orden del director técnico. Y en el gobierno, todos sabemos quién ocupa ese lugar.

Porque si César Mora desvió, permitió o encubrió, lo hizo desde una posición que depende jerárquica, política y moralmente del jefe del Ejecutivo estatal. ¿Acaso operaba solo? ¿Nadie se enteró? Esa narrativa ya no convence a nadie. En un sistema hipercentralizado como el nuestro, ningún gran movimiento ocurre sin la venia del líder. En Hidalgo, como en muchas entidades del país, hay figuras omnipresentes. Nada se mueve sin su aprobación. Y si alguien abusó del poder, lo hizo porque alguien más se lo permitió.

La detención de Mora es un avance. Pero no podemos llamarlo justicia completa. Sería como sancionar al portero por dejar entrar goles mientras el técnico que decidió alinear a un equipo corrupto se pasea libre por la banca diplomática.

Es momento de entender que la lucha contra la corrupción no se gana con castigos simbólicos. La rendición de cuentas no se limita a la periferia del poder, debe tocar el corazón mismo del sistema. Y en Hidalgo, ese corazón estuvo, durante seis años, en el despacho.

Porque en un estado que aspira a la justicia, la memoria no puede ser selectiva. Y la justicia verdadera no se conforma con los peones. Va por el rey.