Abuchean a Calderón en España: lo llaman asesino y corrupto



Alonso Quijano

El expresidente Felipe Calderón viajó hasta Asturias, España, para denunciar “el fracaso de la democracia”… y se topó con la suya: un abucheo popular, gritos de “¡asesino!” y “¡corrupto!” y un repudio tan sonoro que ni el teatro Campoamor logró amortiguar. Fue tal la recepción, que él y sus colegas de cumbre ultraderechista —Aznar, Macri y Pastrana— tuvieron que entrar por la puerta trasera. Nada dice “triunfo del pensamiento liberal” como esconderte del pueblo que dices defender.

Convocados por la fundación ultra “Libertad y Desarrollo” (una suerte de club de exmandatarios con nostalgia del poder y alergia a la autocrítica), el selecto grupo viajó para advertirle al mundo que las democracias están muriendo… claro, no por guerras, desigualdades o corrupción estructural, sino por culpa del “populismo”, la “cultura woke” y el Foro de Sao Paulo. Según Calderón, los autoritarios como Ortega, Chávez —y, por supuesto, el actual gobierno mexicano— llegaron por el voto. ¡Qué escándalo, votar! ¿Dónde quedó el buen fraude a la antigüita?

Durante su intervención, Calderón —ese mismo que dejó al país sumido en sangre, con García Luna al frente de la guerra contra el narco— equiparó a sus adversarios políticos con Hitler y Mussolini. Porque si no hay hipérbole, no hay conferencia. Y mientras desde el escenario se hablaba de democracia, justicia y libertad, en la calle unas 200 personas protestaban con una sola pancarta: “Ladrones”. Una síntesis bastante precisa.

Asturianos como Marco Antuña y Javier Arjona no se tragaron el cuento del neoliberalismo redentor. Recordaron a Lázaro Cárdenas, al México solidario, y al Calderón que, según ellos —y buena parte de la historia reciente— dejó una estela de dolor, impunidad y desigualdad. “Nos molesta su presencia, debería estar rindiendo cuentas ante la justicia”, dijeron. Otros hablaron de “provocación”, de “digna rabia” y de un deber moral de no quedarse callados.

Paradójicamente, mientras Felipe denunciaba que los populistas se quedan en el poder tras ganar por votos, él sigue recorriendo foros, dictando cátedra y lavándose las manos del país que gobernó con plomo. Y aunque dice que sufre por la “postverdad”, lo cierto es que ni la verdad ni la justicia parecen estar de su lado.

Por lo pronto, su legado sigue siendo más recordado en las calles que en las cumbres. Y si algo dejó claro Oviedo es que a veces la verdadera democracia no está en los discursos, sino en las puertas que el poder evita cruzar: la principal.