El maximato nunca se fue



Julio Gálvez 

28 de julio de 2025

En la historia política de México, el término “maximato” evoca una época de profunda transición y control tras bambalinas. La referencia obligada es el periodo comprendido entre 1928 y 1934, cuando el general Plutarco Elías Calles, autodenominado “Jefe Máximo de la Revolución”, ejerció un poder casi absoluto a través de presidentes títeres, tras la muerte de Álvaro Obregón y la imposibilidad constitucional de reelegirse. Calles, aunque fuera del cargo, controló la sucesión presidencial, los equilibrios de poder y la lealtad de la incipiente élite política posrevolucionaria. El Maximato fue un periodo en que el poder formal fue una mascarada y el poder real, una dictadura de facto.

No es la primera vez que México vive el fenómeno del maximato. El antecedente histórico se repite, con sus matices y personajes, cada vez que un líder carismático se resiste a soltar las riendas del país, aun después de dejar el poder formal. Como señala Lorenzo Meyer: “En el maximato, la distancia entre el poder real y el formal se agranda peligrosamente, debilitando la institucionalidad democrática y generando crisis internas”.

En 2018, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al poder, México experimentó una nueva transición, pero el pacto político que lo llevó a la Presidencia dista mucho de haber sido una simple alternancia. No vaya usted a pensar que AMLO ganó sólo por aclamación popular o espíritu democrático puro. El verdadero motor fue la construcción de acuerdos —abiertos y subterráneos— con actores como Enrique Peña Nieto, y la cooptación de cuadros y estructuras provenientes de partidos viejos, especialmente el PRI y el PAN. Así lo ha sugerido el politólogo José Antonio Crespo: “La victoria de Morena fue, en buena medida, la suma de descontentos, traiciones y pactos de no persecución con las élites del antiguo régimen” (Crespo, “2018: La salida del laberinto”, Nexos, 2019).

AMLO no solo toleró, sino impulsó la entrada masiva de “chapulines” a Morena. Diputados, senadores, gobernadores y operadores políticos migraron en masa, convencidos de que el obradorismo sería el nuevo PRI. Pero, ¿qué ocurre cuando el proyecto de un solo hombre se convierte en un mosaico de intereses y lealtades frágiles? La implosión es inevitable. Como advirtió Max Weber en su obra El Político y el Científico: “La política es el arte de la distribución del poder, y cuando se concentra en una sola persona, tarde o temprano la estructura se fractura”.

Hoy, esa fractura —previsible y perfectamente calculada por el propio López Obrador— se encuentra afectando a Claudia Sheinbaum, la presidenta en turno. La paradoja es que, mientras AMLO insiste en no meterse, los hilos del poder siguen atados a su voluntad y a los intereses de quienes le deben favores o candidaturas. Los escándalos de los viajes lujosos de figuras de primera línea en Morena, como Mario Delgado, Ricardo Monreal o el propio Andy López Beltrán, son síntomas de esa implosión. Como en el Maximato original, los presidentes formales terminan pagando los costos de la descomposición interna, mientras el verdadero jefe sigue operando desde las sombras.

Sheinbaum, como Cárdenas en su tiempo, busca sacudirse el peso del “jefe máximo”, intentando construir su propio proyecto. Pero la sombra de López Obrador —al igual que la de Calles en 1934— no solo limita su margen de maniobra, sino que exhibe la fragilidad del experimento morenista, sustentado más en la lealtad personal que en la institucionalidad.

Morena, partido convertido en tómbola de oportunistas, enfrenta la tormenta interna que AMLO previó, toleró y acaso diseñó para mantener la centralidad de su figura. La historia mexicana se repite en ciclos. En México, los cambios de régimen suelen ser, en realidad, mudanzas de rostros, no de estructuras.

No es un accidente, es una estrategia. La política mexicana sigue atrapada en el eterno retorno del maximato, con nuevos actores, pero con los mismos vicios: pactos, traiciones, simulación y, por supuesto, la perpetuidad del caudillo.