En las aguas del norte del Golfo de California, donde el mar suele guardar más secretos de los que revela, persiste un murmullo apenas audible: el de la vaquita marina (Phocoena sinus). Es el mamífero marino más amenazado del planeta, y hoy, apenas entre seis y ocho individuos resisten al borde de la extinción.
“Si uno quiere dedicarse a la conservación de una especie o de un hábitat, una característica que tienes que tener es nunca perder la esperanza”, dice el biólogo Gustavo Cárdenas, de la CONANP, mientras escucha los sonidos que delatan la presencia de la vaquita en un mar cada vez más silencioso.
En 1997, eran más de 500. En 2008, quedaban 245. Hoy, los científicos se aferran a los registros acústicos y a los raros avistamientos para confirmar que aún no ha desaparecido.
La amenaza no es natural. Redes de enmalle, utilizadas para pescar totoaba —un pez también en peligro— se convierten en trampas mortales. El alto valor de la vejiga natatoria de la totoaba en el mercado chino alimenta la cadena del tráfico ilegal, donde participan pescadores, intermediarios y organizaciones criminales.
En esta batalla desigual, los científicos luchan contra el tiempo, el silencio y el poder del mercado negro. Su trabajo no es solo por la vaquita: es por demostrar que la esperanza puede resistir incluso cuando la extinción parece inevitable.