
Jorge Montejo
08/09/25
En Hidalgo la democracia siempre ha tenido un toque de realismo mágico. Ahora resulta que el gobernador Julio Menchaca se someterá a la llamada “revocación de mandato”, un mecanismo que en teoría serviría para que el pueblo le retire el poder si está inconforme, pero que en la práctica no es más que otro acto de legitimación fabricado desde el propio poder. Porque aquí no estamos hablando de ciudadanos organizados tocando puertas y recolectando firmas por convicción, sino de un gobernador que pide él mismo ser “juzgado”, como esos magos de feria que hacen el truco con cartas marcadas.
El Instituto Estatal Electoral de Hidalgo, ese órgano que en los papeles es “autónomo” pero en la vida real responde al Ejecutivo con la obediencia de un cachorro entrenado, será el encargado de organizar este circo. Lo mismo que en los tiempos del PRI, cuando las elecciones se resolvían antes de instalar las casillas, el árbitro ya sabe qué resultado anunciar. Y mientras tanto, la ciudadanía aplaude el espectáculo creyendo que se trata de una oportunidad histórica.
Lo más irónico es que esta revocación se llevará a cabo cuando a nivel nacional Claudia Sheinbaum ya prometió desaparecer los organismos electorales locales por ser caros, inútiles y, sobre todo, corruptos. O sea que en Hidalgo vamos a gastar tiempo, dinero y saliva en un “ejercicio democrático” con árbitros que en cualquier momento serán despedidos por su propia ineficacia. Todo muy lógico, muy coherente, muy hidalguense.
La jugada es clara: Menchaca necesita legitimarse. Llegó al poder por acuerdo político, gracias al pacto entre Ricardo Monreal y Omar Fayad. Ahora busca decirle a Morena y a los simpatizantes de izquierda que él ya derrotó a las bases, que la gente lo ratificó, que hasta en la consulta popular salió ganador. ¿Revocación de mandato? No, queridos lectores, lo que tendremos es una ratificación disfrazada, un plebiscito amañado con el sello clásico de la política mexicana: todo queda en familia.
Así que si alguien se emociona creyendo que este proceso servirá para evaluar al gobernador, mejor váyase comprando palomitas. No es un juicio ciudadano, es un espectáculo de autoelogio. En Hidalgo no se trata de decidir si un mandatario se va, sino de permitirle que se quede con aplausos, porras y un “ya ven, el pueblo me quiere”. La farsa está montada, los actores ensayados y el final ya lo conocemos: la democracia en Hidalgo sigue siendo un teatro, y los hidalguenses, sin quererlo, seguimos ocupando el papel de público cautivo.
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Posdata: Para los verdaderos protagonistas del cambio, esos que aún conservan dignidad y convicciones, no vale la pena quemar sus cartas en este simulacro de revocación que hasta Francisco Olvera promueve. Mejor guardar las canicas, cuidar la pólvora y reservar la fuerza para la próxima elección de gobernador, donde la jugada sí será en serio y no un teatro montado. Y claro, de forma burlona lo decimos: nosotros no vamos a caer en ese jueguito de legitimar algo que ya se tiene su resultado escrito desde antes, ese no es el papel de un medio de comunicación.