En algún lugar de México…
El señor golpea la mesa, furioso.
- ¡Aniquílenlos!
– Señor, con todo respeto, llevamos más de 500 años
intentándolo. Los sucesivos imperios encumbrados lo han intentado con todo el
poderío militar de la época -.
– ¿Y por qué siguen ahí?
– Err… todavía lo estamos tratando de entender – el lacayo mira con reproche al que tiene uniforme militar.
El aludido se levanta y, en posición de firmes, extiende su
brazo derecho al frente, con la mano extendida, y grita con entusiasmo:
– ¡Heil…!
perdón, quise decir, lo saludo, señor –
Luego de dirigir una mirada amenazadora que calla las risitas de los demás
comensales, continúa:
- El
problema, señor, es que esos herejes no nos enfrentan donde somos fuertes, nos
dan la vuelta, nos atacan en nuestras debilidades. Si todo fuera cuestión de
plomo y fuego, bueno, pues hace tiempo que esas tierras, con sus bosques, agua,
minerales, gente, hubieran sido conquistadas y así usted hubiera podido
ofrecerlas en tributo al gran Mandón, señor. Esos cobardes, en lugar de
enfrentarse a nosotros sólo con sus heroicos pechos desnudos, o con arcos,
flechas y lanzas, y quedar como héroes (derrotados sí, pero como héroes), se
preparan, se organizan, se ponen de acuerdo, nos dan la vuelta, se esconden
cuando se quitan la máscara. Pero no estaríamos en esta situación si me
hubieran hecho caso cuando empezó todo -,
y mira con reprobación al comensal en cuyo letrero en la mesa se lee “chupacabras
versión 8.8.1.3″.
El comensal aludido, sonríe mientras dice:
– General,
con todo respeto, no teníamos una bomba atómica. Y aunque pudimos haber
conseguido una de nuestros aliados (el
comensal que tiene el letrero de embajador agradece la mención), habríamos
conseguido aniquilar a todos los aborígenes, pero también habríamos destruido
los bosques y el agua, además de que los trabajos de exploración y explotación
de minerales serían imposibles por, digamos, varios siglos -.
Otro de los lacayos interviene:
– Les
ofrecimos que a su muerte habría canciones y poemas alabando su sacrificio,
corridos, películas, mesas redondas, ensayos, libros, obras de teatro,
estatuas, su nombre en letras doradas. Les dijimos que si se empeñaban en
resistir y seguir vivos, íbamos a sembrar rumores y dudas sobre por qué no han
desaparecido, por qué no han muerto, y que diríamos que eran creación nuestra,
que íbamos a llevar adelante una campaña de desprestigio tal que incluso
contaría con el apoyo de algunos intelectuales, artistas y periodistas
progresistas – Los comensales
aludidos hacen un gesto de aprobación, aunque más de uno lo hace de desagrado
por tantos “istas“.
El señor interrumpe impaciente:
– ¿Y?
– Nos
contestaron con una señal así –
(el lacayo enseña la mano empuñada pero con el dedo medio levantado).
Los comensales se revuelven indignados y claman:
– ¡Proles!
¡Nacos! ¡Groseros! ¡Plebeyos! ¡Barrio! -
El lacayo sigue con la señal de la mano, mirando de frente al señor. Éste lo increpa:
– ¡Ya
entendí!, ya puede bajar la mano.
El lacayo baja la mano lentamente, mientras hace un guiño a
los demás comensales. Después continúa:
– El
problema, señor, es que estas personas no rinden culto a la muerte, sino a la
vida. Hemos intentado eliminar a sus líderes visibles, comprarlos, seducirlos.
– ¿Y
entonces?
– Además de
que no lo hemos conseguido, nos hemos dado cuenta de que el problema mayor son
los líderes invisibles.
– Ok,
encuéntrenlos.
– Ya los
encontramos, señor.
– ¿Y? -
– Son
tod@s, señor.
- ¿Cómo
que tod@s?
– Sí,
todas, todos. Ése fue uno de los mensajes de lo que hicieron el día del fin del
mundo. Logramos que no se manejara eso en los medios de comunicación, pero creo
que aquí podemos decirlo sin temor a que alguien más se dé cuenta. Usaron un
código para que nosotros entendiéramos: el que está arriba del templete es el
jefe.
- ¡¿Qué?!
¿40 mil jefes y jefas?
– Err…
señor, disculpe, ésos son los que vimos, habría que agregar muchos más que no
vimos.
– Cómprenlos
entonces. Imagino que tenemos dinero suficiente - agrega dirigiéndose al comensal
con el letrero de “cajero no automático”.
El llamado “cajero”, empieza a balbucear:
- Bueno,
señor, tendríamos que vender algo del Estado y ya casi no queda nada.
El lacayo interrumpe:
– Señor, lo
hemos intentado.
– ¿Y?
– No tienen
precio.
– Entonces
convénzanlos.
- No
entienden lo que les decimos. Y a decir verdad, nosotros tampoco entendemos lo
que dicen ellos. Hablan de dignidad, de libertad, de justicia, de democracia…
– Bueno,
entonces hagamos como que no existen. Así morirán por hambre, enfermedades
curables, con un buen cerco informativo, nadie se percatará hasta que sea
demasiado tarde. Eso, matémosles de olvido.
El comensal que se asemeja sorprendentemente a un chupa-cabras hace un signo de aprobación. El señor
agradece el gesto.
– Ya,
señor, pero hay un problema.
– ¿Cuál?
– Aunque
los ignoremos, se empecinan en seguir existiendo. Sin nuestras limosnas,
perdón, quise decir sin nuestra ayuda, construyeron escuelas, hicieron producir
la tierra, levantaron clínicas y hospitales, mejoraron sus viviendas y su
alimentación, bajaron los índices de delincuencia, acabaron con el alcoholismo.
Y, además de que prohibieron la producción, distribución y consumo de
narcóticos, elevaron su esperanza de vida y casi la igualaron con la de las
grandes ciudades.
- Ah,
o sea que sigue siendo mayor en las ciudades – el señor sonríe contento.
– No señor,
cuando dije “casi” es que la de ellos es superior. La esperanza de vida en las
ciudades se redujo gracias a la estrategia de su antecesor, señor.
Todos voltean a ver con burla y reprobación al personaje de
corbata azul.
– ¿Quieres
decir que esos rebeldes viven mejor que los que se venden a nosotros?
– Completamente,
señor. Pero de eso no hay que preocuparse, hemos montado una campaña mediática ad hoc para tapar eso.
– ¿Y?
- El
problema es que ni ellos ni los nuestros ven televisión, ni leen nuestra
prensa, no tienen tuiter, ni feisbuc, ni siquiera señal de celular. Ellos saben
que están mejor y los nuestros saben que están peor.
Se levanta la comensal con el letrero de “izquierda
moderna”:
– Señor, si
me permite. Con el nuevo programa de Solid… perdón, quise decir con la Cruzada
Nacional…
El lacayo la interrumpe impaciente:
– Ya Chayo,
no empieces con discursos para los medios. Todos nosotros concordamos en que el
enemigo principal son esos malditos indios y no el otro innombrable. A ése lo
tenemos bien infiltrado y acotado con personeros del señor aquí presente.
El del letrero “chupa
cabras“ asiente con
satisfacción y recibe agradecido las palmaditas que le dan los comensales
cercanos.
El lacayo continúa:
– Pero tú y
yo, y todos los que estamos aquí, sabemos que todo eso de los programas
sociales es una mentira, que no importa cuánto dinero se invierta, al final del
embudo no queda nada. Porque cada quien se lleva su tajada. Después del señor,
con todo respeto, tú agarras una buena parte, todos los aquí presentes también,
luego los señores gobernadores, los mandos de las zonas militares y navales,
las legislaturas locales, los presidentes municipales, los comisionados, los
líderes, los encargados, los cajeros, total, que para abajo ya queda muy poco,
o nada .
El señor interviene:
- Pues
hay que hacer algo ya, porque si no el Mandón va a buscar a otros capataces y
ustedes saben bien, damas y caballeros, lo que eso significa: el desempleo, el
escarnio, tal vez la cárcel o el exilio.
El personaje rotulado “chupa
cabras“ se estremece y hace
un gesto afirmativo.
– Y es
urgente, porque si esos indios pata-rajada… (la hija del señor hace una señal de
asco, la señora se siente súbitamente indispuesta y adquiere un color verde que
olvídate de Linterna ídem). La señora se retira argumentando algo de un
embarazo.
El señor sigue:
– Si esos
pinches indios se unen entre sí, estaremos en muy graves problemas porque…
– Ejem,
ejem, señor - interrumpe el
lacayo.
- ¿Si? -
– Me temo
que hay un problema más grande, es decir, peor, señor -.
– ¿Más
grande? ¿Peor? ¿Qué puede ser peor que toda la indiada insurrecta? -
- Bueno,
pues que se pongan de acuerdo con l@s otr@s, señor -.
– ¿L@s
Otr@s? ¿Quiénes son? -
- Mmh…
deje veo… bueno, pues campesinos, obreros, desempleados, jóvenes, estudiantes,
maestros, empleados, mujeres, hombres, ancianos, profesionistas, maricones y
machorras, punketos, rastafaris, skateros, raperos, hip-hoperos, rockeros,
metaleros, choferes, colonos, ong´s, ambulantes, bandas, razas, nacos, plebes…-
- ¡Basta!,
ya entendí… creo.
Los lacayos se miran entre sí con una sonrisa cómplice.
– ¿Dónde
están los líderes que hemos comprado? ¿Dónde los que hemos convencido de que la
solución de todo es volverse como nosotros?
- Cada
vez les creen menos, señor. Cada vez controlan menos a su gente.
– ¡Busquen
a quién comprar! ¡Ofrézcanles dinero, viajes, programas de televisión,
registros, diputaciones, senadurías, gobiernos! ¡Pero sobre todo dinero, mucho
dinero!
- Lo
estamos haciendo, señor, pero… –
el lacayo duda.
- ¿Y? – lo apremia el señor.
– Cada vez
encontramos más… -
- ¡Magnífico!
¿Se necesita más dinero entonces?
– Señor,
quiero decir que cada vez encontramos más que no se venden.
- ¿El
terror entonces?
– Señor,
cada vez son más los que no nos tienen miedo, o que si lo tienen, lo controlan.
– ¿El
engaño?
– Señor,
cada vez son más los que piensan por sí mismos.
– ¡Hay que
acabarlos a todos entonces!
- Señor,
si desaparecemos a todos, también desaparecemos nosotros. ¿Quién sembrará la
tierra, quién hará andar las máquinas, quién trabajará en los grandes medios,
quién nos atenderá, quién peleara nuestras guerras, quién nos alabará?
– Entonces
hay que convencerlos de que nosotros somos tan necesarios como ellos.
– Señor,
además de que cada vez más gente se está dando cuenta de que no somos
necesarios, parece que el Mandón está dudando de nuestra utilidad, y por
“nuestra” me refiero a todos nosotros.
Los invitados a la mesa del señor se revuelven incómodos en
sus asientos.
- ¿Y
entonces?
– Señor,
mientras encontramos otra solución, porque la del “Pacto” no sirvió para nada,
y viendo que hay que evitar la vergüenza de refugiarlo de nuevo en un cuarto de
baño, hemos adquirido algo más conveniente: ¡un “cuarto de pánico”!
Los comensales se ponen de pie para aplaudir. Todos se
arremolinan alrededor de la máquina. El señor entra y se pone frente a los
controles.
El lacayo, nervioso, advierte:
– Señor,
sólo tenga cuidado de no oprimir el botón de “eyección”.
– ¿Éste?
– ¡Nooooooooooooooo!
Las maquillistas y titiriteros corren a dar los primeros
auxilios.
El lacayo se dirige hacia uno de los camarógrafos que ha
filmado todo:
- Tienes
que borrar esa parte… Y dile al Mandón que vaya preparando un muñeco de
repuesto. A éste hay que estarlo “reseteando” a cada rato.
Los comensales se arreglan la corbata, la falda, se peinan,
tosen, buscando llamar la atención. Los clicks de las cámaras y la luz de los flashes
opacan todo…
(continuará…)
Desde cualquier rincón
en cualquier mundo.
SupMarcos.
Planeta Tierra.
Planeta Tierra.
Datos tomados del Informe #69 del Servicio de Inteligencia
Autónoma (SIA, por sus siglas en español) sobre lo escuchado y visto en una
reunión ultra-archi-recontra-hiper secreta, realizada en México, D.F. traspatio
de EU, latitud 19° 24´ N, longitud 99° 9´ W. Fecha: hace unas horas.
Clasificación: sólo para sus ojos. Recomendación: no hacer pública esta
información porque nos van a balconear. Nota: manden más pozol porque el Elías
ya se lo acabó al grito de “¡atásquense que hay lodo!”, y está bailando ska con la rola de Tijuana No, “Transgresores de
la Ley”, en la versión de Nana
Pancha. Sí, está chida la rola, pero está cabreras entrarle al slam porque el Elías trae botas mineras de
punta de acero.