¡HASTA SIEMPRE PEPE!

Por Roberto Longoni.

En febrero de 1985 llegaba a su fin en el Uruguay una dictadura militar impuesta desde el año 1972. El pequeño país sureño había vivido una de sus etapas más oscuras durante ese período y contaba en sus cárceles con cientos de presos políticos, y en la conciencia con otros tantos asesinados y desaparecidos. 

Un mes después, en marzo, entro en vigor la ley de amnistía que permitió a los presos salir en libertad. Uno de los excarcelados fue José Mujica Cordano, por aquel entonces de 50 años. Mujica había sido detenido por pertenecer al movimiento guerrillero que luchó en contra del gobierno desde los años 70’s. Desde muy joven había tenido vocación política, formando parte de las juventudes del Partido Nacional y del Partido Socialista de su país, para después fundar, junto con otros, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Al momento de su liberación, Mujica contaba en su historial con cuatro detenciones anteriores, años de tortura sistemática y las heridas de seis balazos. Lejos del refugio, decidió seguir luchando por las vías políticas e institucionales que se plantearon en su país con el re-surgimiento de la democracia. Junto con otros compañeros de la guerrilla fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP) inscrito a la corriente del izquierdista Frente Amplio. Llegarían años de intensa labor en la Secretaría de Agricultura y el Senado, donde más que su habilidad de manejo político o su afán de poder, lo caracterizo la humildad, la sencillez y la honestidad que hoy en día tienen maravillado al mundo entero. 

Llegaría el 25 de octubre de 2009. Por un 52% en las urnas, José “Pepe” Mujica era electo presidente de la República Oriental del Uruguay. Su discurso y su persona siempre fueron directos, concretos, consecuentes. La política es para servir al pueblo, quien quiera enriquecerse que se dedique a otra cosa. El valor primordial por el que hay que luchar es por la vida, y por el tiempo de nuestras vidas. Esa vida que nos va chupando el sistema, cada vez más, mientras nos sigue susurrando al oído: compra, compra, compra. Cada discurso, en el Mercosur, en la ONU, en el ALBA, fue claro, o nos unimos como una sola América, con nuestros propios ideales y cimientos, o perecemos ante el poder de las grandes potencias. Cada acto, cada gesto se volvió una muestra de sinceridad humana, de humanismo puro. “Pepe” sale de su viejo rancho a las afueras de Montevideo, en un pequeño Volkswagen, escoltado por dos policías. Llega a Palacio Nacional a cumplir sus obligaciones como Presidente, saluda, suda, se despide. “Como cualquier hijo de vecino” afirma. Regresa a su pequeño lugar, ceba el mate, corta el pasto en su pequeño tractor, se asa un buen filete de res. Nada de demagogia, simplemente la muestra cabal de un ideal. Los políticos deben vivir, estar, ser con sus pueblos. 

Este 1 de marzo, aquel guerrillero herido, joven soñador, viejo sabio, humano hasta las entrañas, deja el cargo que el pueblo uruguayo le asignara democráticamente. Los programas implementados, los cambios, los aires nuevos que ha dejado, siguen. Lo cierto es que su figura ha marcado una nueva epopeya en nuestra “compleja y herida” América. 

Sin temor a equivocarse, decimos que, allá, en la constelación donde están inscritos los nombres de los mejores hombres de esta tierra en pie de lucha, allá, al lado de algún Bolívar, de algún Ernesto Guevara, de algún Salvador Allende, ya está inscrito el nombre de José Mujica, entre los grandes de Nuestra América. Así es. ¡Hasta siempre Pepe! Gracias por regresarnos la esperanza.