LAS MAMÁS, ROSTROS DEL AMOR DE DIOS ENTRE NOSOTROS

Mensaje del Obispo de Tula Juan Pedro Juárez Melendez. 

El 10 de mayo celebramos el Día de la Madre, ocasión propicia para dar gracias a Dios por el don incomparable de la maternidad, y para agradecer a cada mamá por lo mucho que significa para nosotros y para la humanidad, ya que la vida, supervivencia y desarrollo de los hombres y mujeres depende de las madres.

La madre, a la que el Creador ha confiado el don de la vida, es sonrisa de Dios para el niño que concibe y da a luz; lo cuida y alimenta, lo acepta como es, brindándole todo su amor; lo acompaña con ternura siempre, particularmente en la enfermedad y en los momentos difíciles; guía sus pasos y lo educa en la ciencia de la vida, ofreciéndole su comprensión, servicio y perdón.

Con ese don de Dios ella puede ofrecer a sus hijos un amor gratuito e incondicional que se transforma en su primera y fundamental fuente de alegría. El amor materno es lo que más se aproxima en la tierra al amor de Dios. Sabemos que para que cada persona descubra su dignidad, para que se sienta única y valiosa, debe experimentar primero ese tipo de amor. Un amor que no tiene ninguna otra razón que el ser amado, que no se preocupa de riquezas, títulos, influencias etc. Ese es el tipo de amor que experimenta el niño de su madre.

Sin embargo, muchas mamás enfrentan situaciones difíciles: las madres solteras o abandonadas, las viudas, las maltratadas, las que padecen la indiferencia o ingratitud de sus hijos o del mundo, las que se sienten solas, las que sufren por un hijo enfermo o que va por mal camino, las que están enfermas, las que pasan grandes apuros para sostener su hogar, las que sufren algún tipo de explotación, y las que lloran la muerte de un hijo.

A todas las madres generosas y valientes, calladas y sacrificadas, sufridas y perseverantes, indígenas, y mestizas, con estudios y sin ellos, de cualquier religión y posición social, de todo partido y organización, de la ciudad y del campo, que Dios les sostenga en su vocación de ser dadoras de vida, para que disfruten su maternidad día a día, aunque pasen los años, vengan las enfermedades y ya no puedan hacer lo mismo que antes. 

A una madre no le importa la adversidad cuando se trata de sacar adelante a sus hijos, a una madre no le hace falta fuerza ni valentía cuando se trata de defender a sus hijos, ella es capaz de todo por verlos felices y protegidos. He visto a mamás sacarse un pan de la boca por dárselo a sus hijos y también las he visto apoyar a sus hijos cuando todos les han dado la espalda.

Mamás, estamos agradecidos por todo lo que han hecho y hacen por nosotros. Este reconocimiento es también para aquellas que ya no viven físicamente entre nosotros, pero que desde el cielo nos escuchan, nos acompañan, nos cuidan y oran por nosotros. 

Felicidades a todas las queridas Madrecitas, deseando para ellas, no sólo un día, sino toda una vida llena de paz y de armonía en su corazón y en sus familias.

Juan Pedro Juarez Melendez
Obispo de Tula.