VOZABISAL

Evocación al Silencio.

Por Hans Giébe.

Escribir mi Evocación fue como tensar un arco entre el alfabeto y el silencio. Fue en Paris, por el mes de octubre del 2012 cuando empezó a llenarse de versos el desmesurado desierto de 70 páginas que construirían este poema de largo aliento. Uno solo, sin puntos, ni comas. Lo capturé en mis caminatas diarias por el Sena, Montmartre y Notre Dame.

Día y noche las palabras latían de furor, y así, en un lapso de tres semanas, sentí haber concluido esta Evocación al Silencio. Una imagen cierra el libro y es mi propia silueta, oscura sombra sobre una portada ambarina. La extraje de una fotografía que me tomé en la base de la impresionante torre gótica de Saint Jacques de la Boucherie, justo a unos metros donde se ahorcó uno de los más grandes de la tradición literaria de Francia, el Príncipe de Aquitania (Gérard de Nerval 1808-†1855) a quien le dedico mi Evocación. 

Fue aquella fría mañana de noviembre. Yo había deambulado en el Père-Lachaise apenas iniciado el Día de Muertos cuando estuve con Nerval, Balzac y Oscar Wilde, lejos de casa, pero cerca de los inmortales, una destellante flor de cempaxúchitl sobre la loseta rústica de concreto vil en la tumba de Amadeo Modigliani me recordaba mis orígenes y mis propósitos. También me cuestionaba si una burda losa de hormigón con un epigrama memorable era el digno final para un bohemio de la categoría del pintor de Livorno. Yo revivía los antiguos rituales del verbo y la bohemia. En francés bohémien era la palabra que designaba a los gitanos porque se creía que venían de Bohemia, hoy República Checa.

El recorrido lo hice prácticamente a solas, y lo disfruté infinitamente, pues iba encontrando a mi paso a quienes han edificado gran parte de la historia de Occidente, algunos de mis pintores favoritos como Jacques-Louis David, escritores y poetas como Marcel Proust y Apollinaire, e incluso al icono de la canción francesa, Édith Piaf. No hay camposanto sobre la tierra que tenga tantas figuras prominentes como el Père-Lachaise, en Paris. 

Evocación al Silencio fue el momento exacto en que debí expulsar lo que se había acumulado durante toda una vida, mi versión del mundo y mi versión de los instintos a flor de tacto. No pude decirlo previamente, pues fui demasiadas máscaras y demasiados nombres. Sin embargo, el impulso de “decir” algo siempre estuvo allí incrustado. Fue la Ville Lumière la que me proporcionó la atmósfera y el estado emocional adecuado para expulsar letra por letra. Evocación al Silencio lo escribí en París. Sin embargo, no habla de Paris. Aborda algo mucho más universal y eterno, explora los abismos de la soledad, nuestra frágil sustancia y la muerte.

Yo contuve las formas verbales de Evocación al Silencio hasta el punto de quiebre; las repasaba todas y cada una diariamente. Es cierto que muchos versos vivían en estado de latencia, pero al salir contenían un magma con una brasa extraña calcinándome. Hasta que logré un momento de tregua, ordenándolos de principio a fin, exactamente como querían venir al mundo. Incluso la portada es parte del significado total del poema. Y pude emanciparme de la obra abstracta para dejarla ardiendo en las páginas de un libro. Yo escribo para olvidar. Ciertamente, escribo para aliviar la carga de mis actos.

Acumulaba mis versos como la hormiga lleva diariamente una migaja de pan a su casa. Les daba su justo lugar y posición sobre la superficie de la hoja y la pantalla. Por las noches repasaba las palabras del alfa hasta el omega en mi smarphone de teclado qwerty, con sus diminutas teclas pero idénticas a mi antigua máquina Royal de 1920. Frecuentaba las bibliotecas, en especial la Marguerite Audoux de la estrecha rue Portefoin, adonde depositaba mi tributo cotidiano. Utilicé mi cuenta de email para hacer un respaldo de lo escrito antes de perderlo como otros trabajos. 

El privilegio de la palabra, el dominio del verbo, lo adquirí justo en el lugar y en el instante precisos, ni antes ni después. Como seres humanos todos tenemos el impulso por intentar definir lo que somos, es por ello que nos conectamos con la obra de arte, pues alguien más ha dicho lo que no hemos podido decir y, no obstante, está allí, en el huevo oscuro de nuestra internidad. 

Quise revertir los órdenes, ver el libro que siempre quise leer y que jamás hallé entre mis manos. Ahora lo ofrezco, siendo la ausencia lo que resalta en mi Evocación. Le falta un acento, le falta una letra... el espacio de la hoja predomina, pero es un espacio reservado a su principal protagonista que es, sin lugar a dudas, el silencio.

Ha pasado más de un año en que vi materializada en la Ciudad de México mi Evocación al Silencio. Tengo aprecio especial por este libro. Lo empecé a escribir y a confeccionar en francés, apoyándome de la gramática castellana que es indisociable a la forma en cómo percibo las cosas desde que era niño. Conjugaba la sonoridad del vocabulario galo y sus juegos idiomáticos, las combinaciones rítmicas. Más que un libro, Evocación al Silencio fue mi carta de presentación ante parte de la élite de los poetas de nuestro país, aunque antes de editarse y mandarlo a imprenta, ya había sido declamado en la ciudad de Amsterdam. 

En la primavera de 2013 yo había regresado a la capital holandesa. A punto de haber publicado Evocación al Silencio en Paris, otros fuegos predominantes hicieron que regresara a Amsterdam. Aunque hice amistad y frecuentaba a mis amigos poetas franceses, e incluso, a pesar de la invitación de quedarme en Paris y sentirme bienvenido, yo desistí de publicar. Me parecía –y hasta la fecha pienso así- que la cuestión de publicar no dice absolutamente nada respecto a la calidad del autor como portador de una flama incandescente, especial. 

Tengo plena convicción de que la poética más pura ni siquiera debe llegar al ámbito del papel. Me agradan los poetas que cargan con sus versos de memoria (como si fueran los versos más preciosos) y los recitan. El valor poético de lo que declamen es irrelevante ante la fuerza que los obliga a llevar esos textos en su mente. Los sufren como si en verdad dijeran algo extraordinario aunque quizá otro poeta haya expresado con mayor magistralidad el mismo mensaje y la misma imagen. 

En un evento de poesía conocí a Alejandro Zenteno, poeta, fotógrafo y excelente declamador. Al mismo tiempo, Evocación al Silencio estaba por salir de los engranes, de la tinta y los rodillos de una imprenta. Después de casi dos años de tener arrumbada la Evocación, elegí –por inexplicables variaciones de un vaticinio tirano- no comprar óleos y pinceles, y mandar a la imprenta en su versión castellana al que sería mi primer libro en México. Desde que concebí esa obra sólo había dos lugares en el planeta para que yo quisiera verla editada en un libro: Paris o Ciudad de México. Las circunstancias y el azar eligieron la segunda. 

Algunos ejemplares han llegado a las manos de escritores y gentes de letras. Comprados, o como un obsequio. Han marchado fuera de casa hasta Europa: Francia, Holanda, Lituania, Reino Unido (en manos de la afamada poeta Carol Ann Duffy). Por decisión propia de un lector, Peter W. Davis, australiano, se hizo una traducción al idioma inglés por el mero deleite de los versos. 

He aquí algunos comentarios (hechos a voluntad) sobre mi Evocación al Silencio: 

Gabriel Aragón. Doctorado en biología. Trabajó en la Agencia Espacial Rusa. “Me parece un "manifiesto personal" de un poeta moderno que con osadía emplea el idioma… Es casi como leer una partitura musical con versos, pausas y silencios.” 

Georgina Mexía-Amador. Autora de la novela Morir como los pájaros y de Estragos y progenitores. Estudió letras inglesas en la UNAM y la maestría en literatura medieval en la Universidad de York, Inglaterra: “Los versos son breves y perfectos por la condensación de las imágenes: son intensas, melancólicas y no necesitan de mayores adjetivos. Evocas y aniquilas el silencio precisamente escribiendo poesía, como paradoja, pero es una paradoja que salva porque crea y es capaz de despojar al silencio de lo que es, y quizá lo dota de una nueva cualidad: encontrar vida, imágenes y palpitaciones en algo que aparentemente no es capaz de engendrarlas.” 

Peter W. Davis, traductor y viajero incansable. “I read the poem (Evocación al Silencio) and was very impressed by the sparse use of language and the imagery. The spacing and the patterns formed by the words are also very interesting and add a further element of intrigue to the poem. Shortly after reading it I decided it would be a nice challenge to translate Hans’ work from Spanish to English.” 

Alejandro Zenteno me invitó a conocer a autores como Roberto López Moreno, Genaro González Licea, Martha Obregón Lavin, y a los poeticistas Arturo González Cosío y a Enrique González Rojo Arthur, el dínamo y propulsor de este importantísimo movimiento literario de nuestro país. Surgieron nombres tan maravillosos como el de Marco Antonio Montes de Oca, uno de los cuatro poeticistas, el más luminoso y extraordinario, y, para mi infortunio, el que primero que se ha marchado de este valle de penumbras. Montes de Oca, elogiado por Octavio Paz al ser “deslumbrado” por sus metáforas y de quien Enrique afirma ha sido el más poeticista del grupo, ya es un consagrado de nuestra literatura. La primera vez que desayuné con los poetas en la colonia Roma, yo les obsequié mi Evocación al Silencio. La mesa estaba pletórica de artistas. Pero sólo Enrique González Rojo Arthur (inconsciente yo de la amplitud e importancia de su obra) me pidió con elegante modestia, con un gesto delicado en su voz, que le firmara su ejemplar de mi Evocación.