FRANCISCO A (Y CONTRA) LOS PRÍNCIPES DE LA IGLESIA MEXICANA


Por Roberto Longoni.

En su primer día de recorrido por la Ciudad de México, el Papa Francisco cumplió con un itinerario bastante pesado, que lo llevó desde la Nunciatura apostólica hasta el Zócalo, donde recibió de manos del Jefe de Gobierno capitalino Miguel Mancera, las llaves de la ciudad, y donde además, celebró una reunión con los arzobispos, obispos y otros tantos miembros de la jerarquía católica de México, entre los que se encontraba el controvertido y polémico Norberto Ribera.

No es un secreto que entre ambos personajes no existe una entera reciprocidad. Rivera, además de no haber apoyado la elección de Bergoglio, y de contradecir en muchos casos sus dichos y opiniones, abiertas y controversiales (pensemos en lo que el Papa ha dicho sobre la inclusión de homosexuales o divorciados en el seno de la Iglesia); representa también a una Iglesia mexicana envuelta en la oscuridad de la mundanidad, la falta de valores morales, el escándalo del abuso y la cercanía con los círculos más corruptos y pervertidos de nuestro país. Por otro lado, Jorge Mario Bergoglio, Francisco I, representa, con sus matices, el ideal de una nueva Iglesia, alegre, acogedora, inclusiva y atenta a responder a los nuevos retos que el mundo actual y su gente, le propone por medio del clamor de la pobreza, la marginación y la solidaridad. 

En su discurso en la Catedral fue contundente, al menos de principio no se calló nada. Hablando hacia los obispos, no sin antes referirse al dolor, las lágrimas, la sangre y el sufrimiento del pueblo de México, dejó clara su postura de lo que los “pastores” de la Iglesia de este pueblo deben ser. En principio deben tener la capacidad de mirar al corazón más profundo de su pueblo, de sus necesidades y clamores, deben tener la mirada atenta en los que a diario sufren y padecen. “No queremos príncipes” ni tampoco “amigos de faraones” que sólo se preocupen de los beneficios materiales y políticos que puedan obtener, de espaldas al pueblo. La corrupción, la violencia, son inaceptables, y si no la combaten, son parte de ella. (A más de uno, con Norberto a la cabeza, le dieron hemorragias internas, le zumbaron los oídos y de paso sintieron arder las mejillas de los guantazos blancos). 

Podríamos achacarle a Francisco muchas cosas, menos las de no ser un líder único, especial, que con su visita trae, del lado positivo (porque claro que tiene una lado negativo, no olvidemos que sigue representando una institución que en sus cimientos, con o sin él, está podrida) aires esperanzadores y de cambio real. 

Al parecer Francisco tampoco podía terminar sin mencionar a los migrantes que día con día atraviesan nuestro territorio para lograr llegar al “supuesto paraíso” que ciertos falsos ídolos les tiene prometidos. Con ellos, y contra los poderes de este mundo, es con quien los pastores deben caminar. La orden es clara, o se ayuda a los migrantes o no se está siendo buen pastor, no se está cumpliendo la misión.

“El que tenga oídos que escuche”; ojalá que Norberto y sus secuaces tengan las agallas de entender y aprender; pero sobre todo de cambiar; y si les es imposible (no imagino el cochambre que ya pudo haber corroído su alma) que se hagan a un lado, porque lo que se inauguró con Francisco desde hace ya tiempo, es la Iglesia de la esperanza, donde todos y todas cabremos; porque una Iglesia que proclama que ha visto a Jesús, pero que lo hace con puras palabras y no con acciones de amor y misericordia real, no es más que una Iglesia vacía, sin sentido.