LA CULTURA ESTÁ DE LUTO POR UMBERTO ECO


Por María Gil.

La cultura está de luto: A los 84 años ha muerto en su casa de Milán Umberto Eco, filósofo, semiólogo, prolífico escritor, gran experto de comunicación y profesor universitario. Italia echará de menos un genio, que modernizó su cultura, y el mundo pierde a uno de los intelectuales más importantes de la cultura contemporánea. Eco, enfermo por cáncer desde hace tiempo, escribió numerosos ensayos de estética medieval, lingüística y filosofía, además de novelas de gran éxito, destacando «El nombre de la rosa» (1980), traducida en más de cien idiomas, que hasta ahora ha vendido más de 40 millones de copias, y «El péndulo de Foucault» (1988). 

Umberto Eco nació en Alessandría, en 1932, en la región de Piamonte, en cuya capital, Turín, se doctoró en Filosofía en 1954, con una tesis sobre la estética en Santo Tomás de Aquino, iniciándose a interesarse en la filosofía y cultura medieval, campo que nunca abandonó. 

Curioso y preciso: «Lo sabía todo»

Un elemento que caracterizó su vida y su obra fue siempre la extraordinaria curiosidad, la manía por la precisión y su aversión a la improvisación o aproximación. Tal curiosidad lo llevará a estudiar y escribir con el mismo rigor sobre la obra de Santo Tomás o la de un presentador de televisión como Mike Bongiorno. Su presencia en la vida cultural e incluso política italiana en los últimos sesenta años ha sido muy importante. Fue el primero en Italia en escribir de comunicación de masas, haciendo teoría en base a una experiencia concreta: Entró por oposición en la Radiotelevisión pública italiana (RAI), en 1954, escribiendo textos en la secretaría artística. Esa experiencia fue el primer paso en su continuo trabajo en la cultura abarcando un sinfín de campos, hasta el punto de que el diario «La Repubblica», del que fue histórico colaborador, escribió este titular: «Muere Umberto Eco, el hombre que sabía todo».

Profesor y ensayista

En 1961 inició su carrera como profesor en diversas universidades italianas: Turín, Milán, Florencia y finalmente Bolonia, donde obtuvo la cátedra de Semiótica en 1975, creando también la Escuela Superior de Estudios Humanísticos. Muy importante es la lista de sus trabajos, siendo especialmente numerosa en el capítulo de ensayos, donde destaca «Opera aperta» (1962), un análisis de textos literarios a partir del Ulises de Joyce, que se convierte en uno de los manifiestos de la neovanguardia que se forma un año después con el Grupo 63. Un libro que se ha convertido en clásico es «Diario minimo» (1963), que recoge varios ensayos como «Fenomenología de Mike Bongiorno» y «Elogio di Franti». En «Apocalípticos e integrados» (1964), analizó, desde un punto de vista sociológico, la comunicación de masas. Significativa también fue su atención por la correlación entre cultura de masas y dictadura en el ensayo «Cinco escritos morales» (1997).

Umberto Eco fue pionero en la semiótica, la ciencia de los signos. En realidad fue el semiólogo por excelencia, el fundador de la semiología itaiana. En 1971 fundó «Versus – Cuadernos de estudios semióticos», una de las revistas internacionales más importantes de semiótica, y en 1975 escribió «Tratado de semiótica general», considerado un texto clásico en las universidades de medio mundo, comenzando en los Estados Unidos, donde también Eco fue profesor.

Fama internacional con la novela histórica

La fama internacional le llegó en 1980 con su primera novela: «El nombre de la rosa», que dará a conocer el mundo medieval, de la que se realizó la película homónima en 1986. En «El péndulo de Foucault» afrontó temas como la búsqueda del santo Grial y la historia de los caballeros Templarios. Umberto Eco cuenta en sus novelas históricas hechos realmente sucedidos o leyendas que tienen como protagonistas personajes históricos o inventados. «Nunca pensé que mis novelas se llegarían a convertir en productos accesibles a las masas. Tanto es así que cuando acabé El nombre de la rosa pensé en darlo a un editor para publicar tres mil copias», explicó Eco al verse sorprendido por el éxito inmediato de su novela histórica. A partir de ese rotundo éxito, editores de varios países buscaron sus primeros libros que no habían sido traducidos, caso de su primera obra, «Problema estético en Santo Tomás de Aquino», su tesis doctoral, que de repente fue traducida y publicada en diversos idiomas.

Su último libro fue publicado en el 2015: «Número cero», obra en la que habla de la redacción imaginaria de un periódico. Se trata de una sátira sobre los límites del periodismo contemporáneo en tiempos de Internet. Precisamente Eco ha escrito en los últimos tiempos de las redes sociales, afirmando que «dan derecho de palabra a legiones de imbéciles», desencadenando con esta frase una fortísima polémica.

Política y aventura editorial

Umberto Eco fue un atento observador de la política, comprometido activamente: En el 2002 formó parte de un destacado grupo de personalidades de la cultura italiana que creó la asociación «Libertad y Justicia», con el objetivo de «dar un sentido positivo a la insatisfacción que crece hacia la política». Eco estuvo siempre en primera fila en denunciar los excesos políticos y personales de Silvio Berlusconi. Sin duda, la animadversión hacia el «excavaliere» le llevó a adoptar en noviembre pasado una decisión que tuvo impacto en el mundo cultural: No publicar más un libro con el nuevo coloso del mundo editorial que nació con la fusión de Mondadori y Rcs, controlado por Berlusconi. Umberto Eco, enfermo ya de cáncer, inició así una nueva aventura, financiando con dos millones de euros, junto a un grupo un grupo escritores, para dar origen a «La nave di Teseo», editorial que al conocer la noticia de su muerte ha escrito este tweet: «La nave de Teseo saluda a su capitán. Gracias Umberto». 

Cordial e irónico

De los libros Umberto Eco amaba todo. Escribía y leía de todo. «Quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida. Quien lee habrá vivido 5000 años. La lectura es una inmortalidad de nuevo», le gustaba afirmar. En su casa de Milán, en Foro Buonaparte, donde ha muerto, custodiaba una impresionante biblioteca con rarezas bibliográficas. Allí recibía, con modales cordiales, a sus entrevistadores que llegaban de medio mundo. Nunca le faltó la ironía, bromeando así: «Estoy desesperado. Tengo todavía una posición en la Universidad, escribo semanalmente en una revista. ¿Porqué alguno no me ha echado ya? ¿Dónde están aquellos que debían asesinarme como nosotros hicimos con nuestros padres?». Y sobre la elección de su profesión ironizaba: «Soy un fracasado. De pequeño quería ser el cobrador de billetes de tranvía, porque tenían unas carteras bellísimas con diez compartimentos con bloques de billetes de varios colores. No como ahora, que se entra en el metro enfilando el billete en una máquina automática. Un poco más tarde hubiera querido ser general. Pero sé que mi auténtica ambición hubiera sido la ha de hacer el pianista en un piano-bar, hasta las dos o las tres de la noche, con un cigarrillo y un whisky. De pequeño quería escribir también novelas. Después, como es conocido, me ocupé solo de ensayos hasta casi los cincuenta años. ¿Por qué luego escribí mi primera novela? Estoy cansado de que me lo pregunten y de dar cada vez una respuesta diferente, todas obviamente falsas. Digamos que lo hice porque me vino el deseo, y si ésta no le parece una buena razón a alguien, entonces es que no entiende de literatura». 

Doctor honoris causa en numerosas universidades, entre sus innumerables premios está el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2000.