PARA ANTES DE VOTAR


Por Gerardo Vela.

Ya estamos en esa época del año. Desde lo alto en un espectacular te observa un candidato, su mirada condescendiente y su sonrisa fingida anuncian cambios inminentes en el escenario del poder. Su procedencia es diversa, pero tienen algo en común, son todos políticos como los que siempre conociste, políticos/empresarios, de esos cuyos retoques de Photoshop están más cuidados que la viabilidad de sus propuestas. 

Pero no te confundas, porque aunque pases de largo y pienses que nada de eso tiene que ver contigo y con tu vida cotidiana, lo cierto es que el candidato y la gente que está detrás de él han hecho una apuesta, una fuerte apuesta en sí mismos, una que por supuesto les obliga a trasladar el costo a alguien más. Y ese serás tú, seremos nosotros. Su inversión ha sido muy alta y nos la van a cobrar con machete.

Son políticos/empresarios, esos que inevitablemente velarán por sus intereses antes que por los de la población, esos que hoy, desde la trinchera de un partido político o desde la falsa independencia te piden el voto. Son uno de los síntomas de este México que parece dar uno o dos pasos atrás cada proceso electoral, porque la democracia no puede ser reducida a una apariencia de legalidad, aunque el gobierno insista en hacernos creer que así es. 

¿Y entonces? ¿Hay que dejarse llevar por el pesimismo? La repuesta es no, pues todos tenemos la responsabilidad política y moral de participar como miembros de una sociedad. En el ámbito de lo público, aquel que está consciente de un problema, tiene la obligación de hacer algo para resolverlo. La ciudadanía tiene que dar respuesta a través de la participación, del involucramiento constante. 

Claro que despertar reflexión y pensamiento crítico es el primer paso. Sin embargo la vida nos apremia, nos urge a cambiar la situación en la que vivimos, porque el tiempo para hacer lo que es justo y lo que es correcto no es mañana, ni el día después, el tiempo para ello es ahora, ahora mismo. 

Hay que salir y votar, acabar con el abstencionismo, hay que decirlo y hacerlo, hay que creer que algún día eso puede cambiar, porque si no lo hacemos nuestras opciones se limitan a sentarnos a esperar a ver si las cosas cambian solas algún día. Tenemos que elegir gobernantes, pero también debemos participar e incidir en su trabajo y en su toma de decisiones, hacerles marca personal, no conformarnos con su opacidad y su poca rendición de cuentas. Necesitamos empoderarnos como ciudadanos y advertir que lo único que le da sentido a nuestras vidas es lo comunitario, aquello a lo que algunos, con brillantísima lucidez, han llamado la fiesta de lo colectivo. 

Es hora de entender que los problemas del de enfrente quizás no son tan distintos de los míos, que solo una ciudadanía unida puede mover montañas y que la política no es exclusiva de los partidos o de quienes que se disfrazan de independientes; La política se trata de lo público, de aquello que nos pertenece a todos y que nos afecta o nos beneficia. No podemos permanecer indiferentes, debemos ejercer nuestra ciudadanía, dar esencia a la democracia. 

Desde lo alto te observa un candidato y en su sonrisa confiada yace la seguridad de que pase lo que pase, él es parte del sistema y seguirá viviendo de la política. Él ha puesto su confianza en que las cosas sigan su orden natural y la gente no participe, como nunca lo hace, tal vez sabe que tiene el triunfo asegurado o tal vez sabe que aún perdiendo ganará por lo bajo, ahí donde se esconden los acuerdos y se pactan las prebendas, justo en donde muere la democracia y brota la corrupción.

Ahora imagina por un segundo que las cosas pueden ser distintas, visualiza por un momento que la gente sale y vota, elige y alza la voz, que marca un diferencia, entonces imagina el miedo, el pavor de la clase política, pues no hay nada mejor que una sociedad organizada e inconforme para inquietar a las altas esferas. Ellos tienen el poder, el dinero y las estructuras. Nosotros tenemos los votos y somos muchos, muchos más que ellos. Imagínalo por un segundo, porque ese segundo nos pertenece y nadie nos lo pueden arrebatar, es el instante de poder que puede encender la mecha para cambiar las cosas.