DISCULPA ACEPTADA… ¿Y LUEGO?


Por Roberto Longoni.

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?; ¿Es acaso el perdón un absurdo?; ¿Se puede otorgar sin condiciones, cuestionamientos o análisis?

En días pasados, en lo que pareció más un acto político forzado y algo cínico, que una acción sincera y desinteresada, Enrique Peña Nieto ofreció disculpas por el caso de corrupción que protagonizó al ser descubierta su famosa “Casa Blanca”.

Con esto, EPN apuntó una línea más al guión chafa de la telenovela que desde el 2012 él y sus allegados protagonizan, (incluyendo a su entonces indignada con la “prole envidiosa” y ahora contrariada esposa). La producción, junto con sus actores e intentos de refresco, se vienen abajo. 

Pasa que perdonar y pedir perdón no es algo sencillo. 

Podemos hablar del perdón como un proceso, como una liberación. Parafraseando al judío Simon Wietsenthal, al cuestionar los límites del perdón; este, si se da, debe venir acompañado de la justicia, del resarcimiento de los daños y del auténtico arrepentimiento de la parte que lo pide. Solo entonces las partes implicadas podrán acceder a un diálogo que pueda liberar y permitir seguir.

De ninguna manera el dar el perdón significa que dejemos de reclamar justicia, reparación de daños, búsqueda de desaparecidas. Aunque implica poder liberarnos de la ira y del resentimiento, jamás de nuestra sed de justicia. 

De hecho, la palabra “perdón” viene de las palabras latinas “per donare”, que significan “dejar ir”, “dar por” o “dar para”. Cuando ejercemos el perdón “soltamos” a quien nos ha ofendido o nos ha hecho un mal.