CUANDO LOS INDEPENDIENTES SE VUELVEN PRIÍSTAS.


Por Álvaro López.
El Cerebro Habla.

Las candidaturas independientes fueron resultado de la presión ciudadana. Se aspiraba, con ellas, no a acabar con los partidos (los cuales, a pesar de todo, son necesarios en una democracia) sino que fungieran como contrapeso para así desarticular ese monolito en el que se ha convertido la partidocracia. Como si fuera un fenómeno de mercado, pensamos que ante “más competencia”, tendríamos “mejor calidad en el servicio”.

En el 2015 Pedro Kumamoto ganó el distrito 10 de Zapopan, y automáticamente se convirtió en el referente de los independientes. De alguna manera también lo haría El Bronco, aunque éste, a diferencia de Kumamoto, terminaría decepcionando al llegar al poder.

Pero hasta la fecha sólo Kumamoto se ha convertido en una suerte de inspiración. Fue, al parecer, la única manifestación de que con los independientes podríamos aspirar a algo más, a una bocanada de aire fresco dentro de una clase política cada vez más lejana de la sociedad.

Para 2018, las candidaturas independientes no sólo no parecen tener el empuje para contrarrestar al sistema, sino que parecen fortalecer al régimen priísta que aspira, a pesar de todo, a la continuidad. El PRI, con todo el oficio que le caracteriza, vio en las candidaturas independientes una herramienta que puede usar a su favor para desarticular a toda la oposición y que la batalla sea entre ellos y López Obrador.

La idea era que sólo hubiera una candidatura independiente y todos se unieran en torno a ella; se decía que lanzarían al candidato con más posibilidades de ganar y todos lo apoyarían. No fue así. Basta ver la lista de los candidatos independientes para ver que su principal función será pulverizar el voto de la oposición. Algunos, sin quererlo, podrán volverse parte del juego (como Pedro Ferriz y tal vez Margarita Zavala) mientras que otros, como El Bronco, saben muy bien qué papel van a jugar. 

Al ver los nombres como los de Pedro Ferriz, Margarita Zavala, junto con Ricardo Anaya que van por el frente, podemos anticipar que el voto de la derecha se puede fragmentar. Además de que el conflicto entre Ricardo Anaya y Margarita Zavala reducen las posibilidades de negociación en un momento posterior. Por la izquierda también vemos un intento de fragmentación, aunque AMLO se sigue viendo más fuerte que cualquier candidato de derecha, incluso sin el PRD. La postulación de Marichuy por parte de los zapatistas podría afectar la candidatura de López Obrador. El Bronco podría aspirar a ganarse unos votos tanto de la derecha como de la izquierda, y a pesar de que no pueda aspirar a mucho dados sus magros resultados a Nuevo León, quitar poco es mucho mejor a quitar nada. 

Este escenario es el ideal para el PRI porque si bien el voto duro que posee, como ya he explicado en esta columna, va disminuyendo y ya no es suficiente para ganar elecciones, sí puede funcionar como comodín ante un escenario muy fragmentado. El hombre a vencer es López Obrador, y Antonio Meade, quien seguramente será su candidato y quien no tiene “pasado priísta” (lo cual le podría dar algo de voto útil, sobre todo entre quienes teman que AMLO gane) tendrá el comodín del voto duro.

Esto no significa que necesariamente vaya a funcionar la estrategia, pero al menos sí muestra que el PRI tendrá con qué competir. Al final, las elecciones presidenciales terminan siendo una competencia de dos, y existe la posibilidad que de entre la oposición (exceptuando, claro está, a AMLO) alguien suba y saque al PRI de la contienda. 

La oposición debe aprender que está lidiando con un partido con mucho oficio y debe saber leer la jugarreta para así poder contraatacar. Tendrán que jugar el juego del PRI, el de la unidad, para evitar que López Obrador o el propio PRI ganen. 

Un grave error es la salida de Margarita Zavala del PAN. Un acierto es que Emilio Álvarez Icaza declinara a su candidatura independiente para “no jugar el juego del PRI”. Lo ideal sería que dentro del frente conformado por el PAN, PRD y MC se postulara a un candidato independiente, no partidista, de buena reputación, para así poder fortalecer todo el movimiento opositor. Si el PRI puede aspirar a “bajar un poco sus negativos” postulando a un candidato no priísta como Meade, el frente lo puede hacer aún más postulando a un candidato independiente. 

El PRI, por su parte, debe de ser sumamente cauteloso para no dilapidar el voto útil que pueda ganar Antonio Meade. Por ejemplo, si las prácticas electorales que caracterizan al PRI (acarreo, compra de votos) quedan a la vista como ha sucedido en las últimas elecciones, si sobresale más el “priísmo tradicional” que la “independencia de Meade”, la posibilidad de que el voto útil se concentre en otro candidato es muy plausible y la candidatura quedará condenada al fracaso. La República Mexicana no es el Estado de México (donde apenas pudieron ganar) por lo cual la estrategia de fragmentación tendrá que ser mejor pulida y elaborada, cualquier error puede echar todo a perder.

Entre las candidaturas independientes existen buenas intenciones, personas que desean entrarle más por la intención de hacer algo que por acaparar poder. Pero el mundo está lleno de buenas intenciones, y en el juego del poder, la política, el oficio y el pragmatismo son muy importantes. Los independientes “bienintencionados” deberán preguntarse si su candidatura terminará beneficiando más bien al PRI, o en su caso, a López Obrador, quienes son los mayores beneficiarios de la fragmentación que están promoviendo sin querer.


Al menos ya se ha entendido el juego que quiere jugar el PRI, lo que sigue es saber responder.