LOS DÍAS DEL TEMBLOR.


Por Roberto Longoni.

-I-
Después de enfrentarnos a la tragedia, los seres humanos muchas veces optamos por guardar silencio. Siempre he creído que esto se debe a la profunda convicción de que hay cosas en la vida que no pueden ser nombradas, porque simplemente nos rebasan de muchas maneras. 

A pesar del silencio lapidario que siguió al desalojo el día del temblor del pasado 19 de septiembre, los más bellos gestos humanos se dejaron ver entre mis alumnos. Una pareja de novios, que hasta la hora anterior había visto gritarse en el pasillo, se buscaron sin calma, se abrazaron y besaron, y se vieron largamente. Varios de ellos se acercaron a abrazarme y yo respondí extendiendo mis brazos. En aquel momento no sabíamos todo lo que el temblor traería para nuestra ciudad, nuestro país y las vidas de muchos. Yo tampoco acababa de dimensionar lo que había pasado. Hasta hoy no alcanzó a entender todo lo que pasó. 

-II-

Lo humano, lo más profundamente humano, sale a relucir en los momentos de caos. Lo más bello, pero también lo más atroz. La muestra más directa de nuestra capacidad creativa y destructiva, de nuestras contradicciones y nuestras imperfecciones. Con el temblor se siguió cayendo la ilusión de que nuestros gobernantes asuman la obligación social que tienen para con el pueblo. La clase política demostró, una vez más, no estar a la altura de ninguna circunstancia que amerite el mínimo de sensibilidad o empatía. De nuevo, aunque ya no es noticia, nos dimos cuenta de que no los necesitamos. También nos dimos cuenta, de nuevo, de que somos un pueblo que no está totalmente dormido. 

-III-

Para John Holloway, cuando los zapatistas dicen que son “gente común, es decir, rebelde”, nos están invitando a entender que la revolución es un asunto de la vida cotidiana, que no tiene que ver con revolucionarios profesionales, sino con la gente común, con la que nos cruzamos en la calle y que, por dentro, como un volcán, está a punto de explotar. 

Me parece que con el temblor explotaron muchas cosas, incluida la solidaridad de muchas y muchos que asumieron el papel que les tocaba en ese momento. 

-IV-

Días bastante lúgubres y silenciosos. Al mismo tiempo los ruidos de miles de personas se volcaron a los pueblos y ciudades a tratar de aportar algo. Lamentablemente los egoísmos, la envidia, el narcicismo, la corrupción, y el puro asistencialismo fueron también una constante. 


Días del temblor. Días de silencio, pero igual de gritos. De solidaridad, de angustia y anhelo. Días de tiempos distintos, días de esperanza, pero también de desilusión. La pregunta queda en el aire ahora… Tú que ayudaste, que te emocionaste al ver la ayuda, que decidiste ir a alguna población o ciudad a ver que podías dar o hacer, ¿ya cambiaste tu forma de vida y tu forma de relacionarte con los demás?; ¿ya cuestionaste tus privilegios y tu posición cómoda? Si eso no pasó contigo, entonces felicidades, solamente formaste parte de la moda de la solidaridad, que no es solidaridad en absoluto.