ANAYA YA NO TIENE NADA QUE CONTARNOS.


Por Álvaro López.
El Cerebro Habla. 

La campaña de Ricardo Anaya no despega. 

Y no lo hace cuando falta menos de un mes para el día de las elecciones. De hecho se percibe cierta desesperación dentro de su equipo de campaña.

La comentocracia comienza a hablar cada vez menos de él y cada vez más de lo que podría ser la presidencia de López Obrador. Todos hablan sobre los probables miembros del gabinete, de su relación con los empresarios. Todo gira en torno a López Obrador porque muchos ya se han hecho a la idea. 

Cuando a Anaya le preguntan por las encuestas, cambia el tema y dicen que ellos van a ganar. Sabe que lo que ellas reflejan no es nada grato y no tiene nada que decir sobre el tema. No sólo por el hecho de que López Obrador se antoja como inalcanzable, sino porque Anaya ha comenzado a rezagarse al punto en que podría perder el segundo lugar que le había permitido crear el discurso de que la competencia era entre él y López Obrador. Es más, ni siquiera logró acaparar votos de la declinación de Margarita Zavala. 

A Anaya no le va bien solamente porque el contexto le beneficia a López Obrador, sino porque su estrategia de campaña es pésima.

¿Alguien de ustedes me puede decir quién es Anaya o qué es lo que quiere? ¿Podrían definirlo? Se darán cuenta que esa tarea es muy complicada.

Y ese es un gran problema porque toda campaña debe de comenzar con una narrativa, una que apele a las emociones del electorado y con la cual un sector de este se identifique y vea ahí plasmados sus valores y anhelos. La narrativa es como una matriz de donde se desprende todo, de donde se desprenden sus acciones y sus propuestas de campaña. Las propuestas pueden ser muy buenas pero si no forman parte de una narrativa convincente no van a decir nada, se vuelven estériles. Imaginemos que nos dan las siguientes instrucciones:

Encienda el dispositivo, una vez que está prendido presione el botón frontal dos veces y así usted logrará acceder a la configuración. 

Si solo atendemos a ese párrafo y no conocemos lo demás, vamos a entrar en una profunda confusión. No sabemos a qué tipo de dispositivo se refiere y menos sabremos cual es el objetivo de esas instrucciones. Si yo te digo que esa instrucción tiene el fin de restaurar el software de un teléfono móvil, entonces todo cobra sentido. Algo parecido es lo que la narrativa hace. No podemos pensar en las instrucciones (propuestas de campaña) si no conocemos cuál es su función y de qué producto se trata (narrativa).

Y como no tiene narrativa, lo único que percibimos en Ricardo Anaya es una candidatura estéril y sin rumbo. Sin narrativa no funciona todo lo demás. Ricardo Anaya pretende ser todo: buen esposo, buen padre, rockero, motociclista, conferencista de TED, CEO, académico, políglota, pero al final no es nada, su candidatura no tiene sustancia, por eso no pega ni despega. 

La narrativa también funciona como hilo conductor de la campaña, y como esta no existe dentro de la campaña, entonces vemos que ni siquiera hay una buena coordinación. Vemos relanzamientos de campaña precipitados donde pretenden presentar a Ricardo Anaya como pacificador porque los estudios de campo decían que la población está preocupada por la inseguridad (en parte producto de las fallidas estrategias de los dos últimos gobiernos) y porque ese tema no es el fuerte de AMLO, pero no suena creíble, se percibe muy artificial.

Esta improvisación, al no tener un hilo conductor, también explica que se haya creado la percepción de que “le está copiando a AMLO”. Anaya se ha mostrado como un candidato antisistema, pero al no tener una identidad propia termina pareciendo una “versión chafa” del otro. Lo peor es que algunas de las propuestas y acciones del queretano parecen una calca de las del tabasqueño. No sé quién le dijo que era una buena idea hacer conferencias mañaneras como López Obrador o que plagiara la frase “más becarios menos sicarios” utilizando nombres de futbolistas.

Anaya es prácticamente inexistente dentro de las redes sociales. A pesar de ser el candidato más tecnológico y sofisticado, la campaña de López Obrador, a través Tatiana Clouthier y el proyecto “Abre más los ojos“, le han comido el mandado. El candidato el Frente se limita a presentar una y otra vez el mismo Powerpoint de siempre, a decirnos que Netflix le comió el mandado a Blockbuster y a contarnos su experiencia dentro de la Amazon Store.

En la campaña de Anaya no han entendido el voto del hartazgo más allá de los estudios demoscópicos. Pensaron que proponer una versión antisistema light, uno más moderado, cosmético y sin riesgos, iba a traerles votos. Pero la gente está enojada, y cuando está enojada tenderán a irse con la propuesta más disruptiva, y esa no es la de Ricardo Anaya. Él se quedó varado en el medio, entre tratando ser antisistema y ser la opción que genera certidumbre. 

Anaya quiso ser todo y no fue nada. Creyó que bastaba con debatir bien. Creyó, erróneamente que si hablaba de datos o métodos iba a levantar. Cometió el error que suelen cometer muchas veces los demócratas en Estados Unidos: ser muy racional, cerebral y apelar de forma recurrente a datos y estadísticas sin que ello se traduzca en emociones. A López Obrador le bastó utilizar recursos “chuscos” como el de la cartera o el de “Ricky Riquín Canayín” para condenar su discurso a la irrelevancia. Anaya le había dicho a AMLO que le faltaba mucho mundo, una frase que, bien utilizada, hubiera podido jugar en contra de López Obrador, pero no sólo no supieron crear una estrategia en torno a ella, sino que fue opacada por las ocurrencias de AMLO.

Y todo eso por no haber logrado crear una narrativa. A menos de 30 días de la elección muchos ni siquiera sabemos quién es Ricardo Anaya. Por eso tiene que hacer mítines en espacios cerrados con su Powerpoint de siempre mientras que AMLO, quien se ha encarnado en una figura mesiánica que promete atacar la desigualdad y la corrupción, presume casi a diario mítines abarrotados. 

Me atrevo a decir que la campaña de Ricardo Anaya es una de las peores que he visto en mucho tiempo. No sólo por el hecho de ser mala, sino porque no lograron impulsar a un candidato que, a mi parecer, tenía potencial para algo más.

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Fotografía tomada de Vanguardia.