JOKER, LA RISA COMO DOLOR.


Por Julio Escalante.

“Joker” (Guasón) es el inicio de una locura sin retorno. No es tanto una película sobre el archienemigo de los cómics y películas de Batman, sino sobre Arthur Fleck (un enorme Joaquin Phoenix), un hombre con una enfermedad mental controlada por medicamentos, que se gana la vida como payaso y que atiende a su anciana madre en un viejo y deslucido departamento. Es un hombre que actúa como un niño grande, para quien la televisión es una fábrica de sueños, y que no está listo para la dura realidad. Quiere ser un comediante de stand up y hacer reír a la gente, pero no tiene gracia. Vive en una aparente normalidad social en la que la llama está a punto de encenderse. Esta es la historia de un monstruo a punto de nacer. 

El director y guionista Todd Phillips construye su película a partir de una historia conocida -un hombre bueno se envilece- pero lo que consigue es un artefacto explosivo maquillado como película comercial.

Arthur padece de una risa involuntaria, un manifiesto de su enfermedad, una risa que incomoda a quienes están a su alrededor, personas que no se detienen a pensar en lo incómoda que en verdad es esa risa para él. No encaja en ningún lugar y nadie se pone en sus zapatos. Una reacción límite para defenderse de un ataque callajero, hará que Arthur cambie, se vuelva más intrépido y que reaccione de manera violenta como algo natural. En "Joker", el hombre antes débil despierta de su letargo y busca respuestas a su condición, se vuelve un detective de su pasado y escarba en terrenos prohibidos que lo hunden más.


Esa risa irrefrenable, que es a la vez un llanto o una tos de paciente crónico, es la esencia malvada, oscura y sin filtros que trata de salir. El punto final de la transformación. Para mostrar su quiebre emocional, Joaquin Phoenix parte desde el quiebre físico de su personaje y mientras avanza el relato se van rompiendo las capas que lo humanizaban. La metamorfosis de Phoenix es triste y salvaje. 

“Joker” es el mito arrancado de los comics de DC y puesto en el universo de Martin Scorsese. Dos de sus referentes cinéfilos son “Taxi Driver” y “El Rey de la Comedia”, ambas dirigidas por él y protagonizadas por Robert de Niro. Pero en especial se siente muy cercana a “Network”, de Sidney Lumet, una cinta de 1976, clave para entender la relación del poder y de los medios de comunicación en una sociedad que vive siendo espectadora. En “Network” un viejo presentador de televisión, que va a pasar al retiro, explota un día toda su rabia frente a cámaras. Es un personaje que está harto de todo lo que está mal en la sociedad y decide por fin decirlo en voz alta. Ese acto, que podría ser su ruina social, lo convierte más bien en un símbolo, ya que no está solo: mucha gente piensa lo mismo que él y lo vuelven una celebridad del derecho que tiene uno a indignarse. “Network” como “Joker” es una película sobre el hartazgo.


Un hartazgo individual y colectivo. Una indignación que en estos tiempos es la base de las protestas más justas, pero también de las más radicales y violentas. Dependiendo de quién lo vea “Joker” puede ser un arma afilada, pero también un despertador de conciencias muy necesario.

Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) se vuelve un protagonista involuntario de olas de protestas que enfrentan a pobres contra ricos, a ciudadanos contra sus gobernantes, a “hombres blancos, privilegiados y exitosos” contra los que no consiguieron llegar tan alto como lo manda el sistema. Y no es por él que se levantan en masa, sino por una cara de payaso. Un payaso anónimo que podría ser uno o ser todos.

A partir de la serie de desgracias que vive Arthur se concreta su descenso a la locura. Pero no solamente los locos alzan la voz. Joker emerge como un líder peligroso, pero también como un hombre libre que baila y ríe sin que le importe nada, un hombre con un caos interno que se propaga y se contagia. La película parece decirnos que tan lejos o cerca estamos de él.