EL FEMINISMO MEXICANO COMO FENÓMENO POLÍTICO.


Por María Gil.


Allá hace algunos meses, cuando explotó el #MeToo, algunos presagiaron el fin del feminismo dados los efectos colaterales producto del método a seguir para hacer denuncias y que constaba de creer el testimonio de las mujeres y darlas por válidas (que más de un hombre llegó a ser falsamente denunciado producto de alguna mujer que aprovechó el momentum para difamar).

Luego también presagiaron su fin cuando algunas anarquistas vandalizaron el Ángel de la Independencia. Lo volvieron a matar ahora con el vandalismo ocurrido en la Avenida Juárez de la Ciudad de México.

Decían que el feminismo estaba perdiendo apoyo y legitimidad, que hay gente indignada por lo ocurrido. Pero en realidad está ocurriendo justamente lo contrario, más gente se está sumando. ¿Por qué?

Quienes presagian su muerte no han entendido de qué va la cosa, parten desde la idea de que una lucha social tiene que legitimarse ante la comunidad, convencer y caer bien a todos, lo cual no es solo absolutamente falso, sino también absurdo.

Una causa social solo necesita legitimarse ante el número suficiente de personas necesarias para que tenga la suficiente capacidad de difundir el mensaje que quieren comunicar e impulsar sus peticiones. Lo que importa aquí no es tanto la legitimidad del colectivo como tal, sino la del mensaje que quieran que sea escuchado para que a partir de ahí se gesten los cambios.

Las feministas no pretenden siquiera generar simpatías ante todo el mundo, no son “un político en busca de la mayor cantidad de votos” (además ni los políticos buscan agradar a todos, sino a los suficientes para ganar). A veces pueden resultar nefastas y caer gordas, y no es como que les importe, tampoco les interesa tanto que todo el mundo lea a los filósofos postestructuralistas de los que tanto gustan algunas de ellas. Lo que les interesa es cambiar la realidad en la que se encuentran y por ello quieren visibilizar aquello que consideran que está invisibilizado. Lo que quieren no es caer bien, sino que el mensaje se escuche para que las problemáticas que les afecta se combatan.

De hecho, es probable que más de una de ellas asuma que caerle bien a todos implicaría que no están haciendo bien su chamba. Porque si hablamos de una batalla cultural donde pretenden cambiar actitudes y normas, queda implícito que algunas personas van a quedar muy incómodas con ello. Asumen que el diálogo se ha quedado corto y que el conflicto se vuelve inevitable.

Pero el feminismo como tal no está en crisis, por el contrario, está creciendo y ya logró esa masa crítica necesaria para insertarse dentro del ágora política y social de nuestro país. Con el polémico #MeToo primero lograron esa masa crítica necesaria para que muchas mujeres se atrevieran a externar los casos de violación de los que fueron objeto, eso pesó más que las deficiencias del método. El mero hecho de que quedara al descubierto que el problema era más grande de lo que se pensaba hizo, contrario a lo que muchos pensaron, que su movimiento creciera.

Poco a poco más mujeres, muchas de las cuales tienen miedo de salir a la calle o de ser violadas, como varias de sus pares, sumado a esto los altos niveles de impunidad y la ineficiencia de las autoridades para combatir el problema, comenzaron a sentir alguna forma de simpatía con la causa. Importó más encontrar un canal o un refugio para sus preocupaciones y temores que las imperfecciones o los excesos que puedan existir en su movimiento.

Y entendido que se trata de la legitimidad del mensaje más que la del colectivo, los mismos actos vandálicos (cometidos por una minoría y no en nombre de todo el contingente, ciertamente) les terminaron siendo útiles de alguna forma. Muchas personas se molestaron (tienen derecho a oponerse a las formas y no implica necesariamente una disyuntiva), sí, pero aquello logró amplificar su mensaje. Entre tantas molestias por los monumentos rayados varios entienden que hay una dura molestia detrás. Y como en la publicidad, la idea es repetir varias veces el mensaje para que “se posicione en la mente del individuo”.

Tal vez muchos nunca simpaticen con estos colectivos pero comprendan que el problema existe y logren cierta empatía con ello.

Y después de lo acontecido en el Día Internacional contra la Violencia contra la Mujer, quienes recibieron opiniones mixtas por la comentocracia mexicana donde algunos se lanzaron en contra (el escarnio de Paty Chapoy) y otros a favor, las mujeres se lanzaron al Zócalo a replicar una puesta en escena creada en Chile y que se viralizó en las redes sociales hasta replicarse internacionalmente. Dicha puesta en escena se convirtió en un símbolo, de esos que dan cohesión e identidad a un movimiento:


Lograron invadir parte de la explanada del Zócalo, fueron la cantidad suficiente de mujeres como para enseñar “músculo”, como diciendo que no se trata de un grupo minoritario y que la cosa va en serio. Fue tal cantidad de gente que incluso en la puesta en escena es posible percatarse de la velocidad del sonido a través del movimiento de sus brazos.

Y más que hablar de un movimiento social en desprestigio, muchas mujeres que han sido afectadas (algunas que incluso veían con escepticismo ese tipo de movimientos), o mujeres que temen serlo, han encontrado en ese movimiento una forma de contención y refugio ante la problemática que viven.

El feminismo, como cualquier causa social, es perfectible, puede no gustar, puede llegar a caer mal, pueden haber excesos, pueden manifestarse algunos radicalismos, pueden generar escepticismo, molestias y hasta indignación. Lo cierto es que el feminismo como fenómeno político no es un fenómeno aislado surgido de la nada ni es una “conspiración macabra ideada por George Soros y algún reptiliano”, más bien tiene una causa bastante clara, y justamente esa causa es increíblemente parecida a ese mensaje que quieren comunicar. Y si se quiere entender este fenómeno, ya sea para analizarlo, criticarlo o apoyarlo, se vuelve indispensable entender la causa en sí.