¿INSABI CON SEDE EN HOUSTON?


Por Álvaro López.

Sería muy ingenuo pensar que un político va a atender su salud o la de los suyos en un lugar con una calidad de servicio más deficiente de la que se puede permitir. Ello implicaría supeditar su salud al discurso para reafirmarse en el poder, y sabemos a ciencia cierta (incluso tomando la pirámide de Maslow como referencia) que la salud siempre tiene prioridad: puede perder más al negarse a atenderse bien que contradecir su discurso (por una vez que lo haga no es como que le vaya a afectar mucho, como hemos sido testigos). Sería irracional que no tomara esa decisión.

El político no tendrá problemas en subirse a un Jetta o en ir a desayunar a una fonda para aparentar no ser fifí, e incluso puede que ello le guste, que prefiera una fonda a un restaurant de alta cocina. Pero cuando se trata de algo tan importante como la salud, se permitirá hacer una digresión. Ya luego verá cómo se justifica o si hace como que no pasó nada.

Este hecho recuerda que el político, por más que se diga de pueblo, pertenece a una élite (política), y en momentos tan importantes como los que tienen que ver con la salud y la de los suyos, aprovechará los privilegios que el ser parte de dicha élite le confiere (independientemente que sea el caso del nacimiento de su nieto, porque hemos visto que AMLO, su esposa y su hijo se atienden en hospitales privados de renombre). Las banderas de austeridad terminan ahí donde empiezan las necesidades del individuo.

Porque al final el objetivo de esa narrativa, la de ser un hombre austero y parte del pueblo, no se tiene como fín a sí misma ni necesariamente es una convicción redonda, sino que tiene como fin último la legitimación para reafirmarse en el poder. El político que gobierna no puede dejar de asumirse como parte de una élite porque entonces tendría que dejar de gobernar: el acto de gobernar implica necesariamente formar parte de una élite.

Que un político que ostenta un alto cargo se atienda en una clínica privada o extranjera no debería implicar contradicción alguna en tanto implique dinero bien habido (que su sueldo o sus ahorros lo permitan). Incluso al ciudadano mismo convendría que pueda hacerlo ya que es conveniente que quien lo gobierne goce de buena salud.

Pero es el mismo López Obrador el que ha creado una contradicción donde no debería de haberla. Él es quien, al asumirse como parte del pueblo, reniega formar parte de una élite o de una posición privilegiada cuando sí lo hace ya que va implícito al ejercicio del poder. Tanto tiempo criticó a los otros políticos por atenderse en hospitales privados, que se terminó viendo mal a la hora de hacer lo mismo.

Porque lo que debería importar es que aspire a mejorar los servicios de salud de los ciudadanos, no el opuesto: que empeore los que él recibe.