El Callejón del Ahorcado.


Juan Manuel Menes Llaguno
Cronista del Estado de Hidalgo

Pachuca como toda ciudad minera, conserva cientos de leyendas y sucedidos que mi generación escuchó en aquellas sabrosas charlas de sobremesa, contadas por nuestras abuelas, esta es una de ellas, la escuché en voz de mi madre y ahora la transcribo en esta entrega al periódico Nuevo Grafico, bautizado desde hace muchos años, como el “Semanario Café”.

Desprendido de la antigua calle de San Juan hoy Valentín Gómez Farías, se encuentra un callejón que allá por el año de 1885 llamaron “Del Ahorcado”, era una pequeña arteria urbana de reducidas proporciones tanto por el ancho de su cauce que no abarcaba los dos metros, como por su extensión, prolongada no arriba de trescientos o cuatrocientos metros, fue aquel sitio habitado por humildes trabajadores de las muchas minas que había en operación entonces. En una de esas viviendas vivía Vicente Hernández, un joven huejutlense, llegado a la ciudad dos o tres años atrás, reconocido por su gran habilidad para armar los ademes de la mina de “La Zorra”, que todo indica era, o había sido propiedad de don Benito Arellano un viejo minero que después de haber amasado una importante fortuna se desplomó a causa de alguna borrasca de sus minas y vino a menos hasta quedar casi en la miseria.

Pues bien, el joven Vicente Hernández, tan pronto como encontró trabajo en la mina de “La Zorra”, se dedicó a buscar un lugar donde alojarse, primeramente se hospedó en la casa de doña Raquel “La Bizca” una mocetona de algo así como 40 años, que tenía en un terreno de amplias dimensiones, ubicado en la calle del Instituto hoy Observatorio, era, una hospedería de buena fama, pero algo cara para Vicente, de modo que dos semanas después de su llegada, encontró en el callejoncito, entonces sin nombre, una vivienda integrada por dos cuartos uno que hacía las veces de cocina y comedor y el otro de dormitorio, contaba además con patio de reducidas proporciones donde se hallaba un lavadero, el baño y la casa del “Payo” un perro de raza indefinida, que tenía por misión cuidar la casa.

Cuenta la conseja popular que Vicente descolló pronto entre los carpinteros de “La Zorra”, ganándose la enemistad del “Canario”, que era jefe de ademadores de la mina, quien se percató que la eficiencia de Vicente, ponía en peligro su liderazgo en el trabajo. El “Canario” aprovechaba toda oportunidad para molestar al huejutlense, le mandaba a los más apartados e inhóspitos lugares de la mina, criticaba su trabajo, le escamoteaba el sueldo y en fin mil y una jugarretas.

Mas sucedió que un día, Vicente, cansado de tanta tropelía decidió enfrentar al jefe de ademadores y lo encaró delante de todos, grave decisión, pues el “Canario” se abrió como se dice en el argot de los mineros y fue el hazmerreír de todos. De modo que a partir de entonces el “Canario” fue fraguando su venganza.

Pasados 6 o 7 meses de aquel hecho, un día que el jefe de ademadores andaba pasado de copas, se cruzó con Vicente cerca de su casa, el alcohol dio al “Canario” las agallas suficientes para buscar cómo enfrentarse al que consideraba como su peor enemigo, de modo que para no correr peligro y estar en un plano superior a su oponente, decidió esperar a que anocheciera, la falta de alumbrado público y el exiguo que había en las viviendas de la gente común, apenas iluminadas por humeantes velas de cebo, sería su mejor aliado. Cuatro o cinco horas después de que el sol se ocultó, se acercó el “Canario” hasta la puerta de la vivienda. Tras percatarse que Vicente ya dormía, descolgó de su cinturón de faena, el sacaclavos que llevaba y con el forzó la puerta, más no tomo en cuenta al “Payo” que tan pronto como entró, empezó a ladrar e intentó abalanzarse sobre el intruso, el “Canario” descargó un certero golpe sobre el animal que con un ladrido ahogado cayó muerto debajo del lavadero, el ruido despertó a Vicente que de inmediato salió al patio donde surgió de la obscuridad el intruso, colocándole una cuerda al cuello, Vicente quiso defenderse pero todo fue inútil y pronto se derrumbó inerte.

Al “Canario” se le bajaron los efectos del alcohol y después de unos momentos decidió simular un ahorcamiento, cuidó todos los detalles; la soga, la viga y la silla desde cual lanzó el cuerpo, luego salió sigilosamente, cerró la puerta ayudado del sacaclavos y se proyectó por la calle de San Juan, hasta la de Villa, bajo hasta el cementerio de la Veracruz (donde hoy está la casa Rule sede del gobierno municipal) y de allí continuó hasta su casa en el Barrio de la Granda en las hoy Calles de Reforma.

Los datos obtenidos del semanario “El Eco de Hidalgo” dirigido por Guillermo Pascoe publicado el domingo 10 de mayo de 1885 nos permiten conocer a detalle las pesquisas de la policía que al hallar el cuerpo de Vicente dudaron se tratara de un suicidio en razón fue la inexplicable muerte del “Payo” –detalle que no previó el “Canario– de modo que al realizar las investigaciones se enteraron de la enemistad que el occiso tenía con el “Canario” quien al ser interrogado se delató y pronto confesó su crimen. La sentencia fue ejemplar, se le condenó a muerte por ahorcamiento, ejecutándose el veredicto, el martes 1º de mayo de 1888. El patíbulo se colocó en la esquina de la calle de San Juan con el callejón donde vivía el que en vida se llamó Vicente Hernández, por ello se le llamó desde entonces “Callejón del Ahorcado” y nunca más hubo en aquella barriada delito alguno que perseguir. 

Pachuca Tlahuelilpan Mayo de 2020.

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Fotografía: "Panorámica de Pachuca en 1885, año que sucedieron los hechos aquí narrados, sacada del Libro de Manuel Ribera Cambas, "Mexico, Pintoresco, Artístico y Monumental".