El desprestigio del INE.


Jorge Montejo. 

Antes del INE (IFE) no había democracia, las elecciones eran simuladas y los fraudes eran la regla (y no la excepción). El establecimiento del INE marcó el inicio de la era democrática en México (que si bien una democracia no puede reducirse al voto sí es condición necesaria para explicar su existencia), una democracia imperfecta en muchos ámbitos, pero que mal que bien nos ha dado un sistema representativo de partidos, una libertad de expresión y de organización, y una prensa que, si bien, parte de ella no ha dejado de ser ajena a los intereses políticos, sí es más libre que antes.

Gracias al INE tuvimos dos de los cambios de régimen más importantes de la era moderna de México: el primero con la llegada de Vicente Fox que mandó al PRI a su casa y el segundo con la llegada de López Obrador en 2018. También se comenzaron a organizar debates. Sí, con un formato muy acartonado hasta 2018 donde se comenzaron a usar formatos algo más novedosos, pero antes ello no existía.

Aún así, AMLO ha decidido arremeter contra el INE argumentando que no garantiza elecciones limpias y que su triunfo fue producto de las olas de apoyo que recibió y no del INE.

Se intuye de esa afirmación que la “mafia del poder” habría visto imposible hacer un fraude para quitarle un triunfo contundente a AMLO ya que sí haces fraude de un triunfo tan contundente se habría “soltado el Tigre”. Es cierto que si hubiera sido víctima de un fraude en estas circunstancias las cosas en el país se habrían puesto muy mal.

Pero si el argumento es que el apoyo era tanto, entonces de ahí se seguiría que la “mafia del poder” sí habría podido pensar en evitar que ganara mayoría absoluta y conservar poder en las cámaras. Al cabo ahí no había tantos “votos que robar” y podría hacerse de forma “más discreta” si el INE fuera esa institución tan corrupta y vulnerable que AMLO imagina que es.

Pero no lo hicieron. Dejaron que ganara la mayoría absoluta sin ningún problema contra los intereses de la mafia del poder.

El INE, con todas sus imperfecciones (porque es un sistema que dista de ser perfecto y que se ha involucrado en algunas cuestiones polémicas), funciona en su tarea de organizar elecciones, quizá no de la manera que esperamos, pero tan funciona el sistema que cuando algún partido trata de enturbiar el proceso electoral, lo hace en el transcurso de la campaña e incluso por medio de acarreo o compra de conciencias y no alterando los resultados (las elecciones del 2012 o las del Estado de México de 2017 por ejemplo) y cuya sanción es tarea más bien de la FEPADE y el TEPJF. El proceso electoral, que comienza en las casillas y termina en la presentación de los resultados, está hecho de tal forma que no puede ser vulnerado. Todo el proceso es vigilado por los partidos contendientes y los mismos ciudadanos quienes vigilan las casillas y cuentan las actas. Desde 1994, el INE en este sentido ha garantizado elecciones con aciertos y defectos.

Y tan bien hace su tarea de organizar lecciones que en 2018 el INE reafirmó la democracia calificando el legítimo y contundente triunfo del pejismo tal como fue: con mayoría en las cámaras y más del 50%. Incluso si en 2018 hubo irregularidades, AMLO terminó beneficiado de ellas (aunque no necesariamente él las haya cometido). Un ejemplo fue el uso que hizo el PRI de la PGR para afectar la imagen del entonces candidato Ricardo Anaya quien había decidido lanzarse con todo contra Peña Nieto.

Parte de la mala imagen que el instituto tiene es debido a que se cayó el sistema en la elección de salinas que dio origen a la creación del IFE y al fantasma del fraude del 2006 en donde Felipe Calderón obtuvo un triunfo dudoso, y entró al Congreso por la puerta de atrás para tomar protesta como presidente, en medio de la falta de credibilidad de las instituciones electorales por el hartazgo social hacia el sistema de partidos.

Si embargo, es importante reflexionar, que ante la incipiente democracia que se construye en Mexico, se debe perfeccionar nuestro sistema electoral, para que recupere la confianza de los ciudadanos, por lo que es necesaria una gran reforma que limpie los estigmas que lleva arrastrando el instituto encargado de organizar elecciones en nuestro país.