Reflexión de la doble moral en tiempos de internet.


Álvaro López | El Cerebro Habla 🧠

Generalmente, se suele asociar la doble moral con el conservadurismo religioso, aunque últimamente también ocurre con los progresistas (como algún “aliado del feminismo” a quien se le descubrió un acto sumamente misógino o el simpatizante mexicano de Black Lives Matter que se refiere a la señora del aseo de forma despectiva).

La doble moral no tiene ideología y se puede manifestar en cualquier corriente de pensamiento, aunque se vuelve más notable en aquellas corrientes que le demandan al individuo un fuerte compromiso con los ideales que las conforman (independientemente de las razones por las que se ha comprometido, si son legítimas o no). Ejemplos son los esquemas que tienen cierta carga de idealismo como varias causas progres así como los dogmas religiosos.

Ya que dichos ideales tienen una mayor carga sobre el individuo, entonces se necesita más tesón y sacrificio para cumplirlos. Si las expectativas que recaen sobre la forma en que se deben manifestar dichos ideales (el deber ser) son muy altas, entonces más dificultades habrá para cumplirlas hasta un punto en el cual será prácticamente imposible hacerlo, más aún si dichos ideales implicaran confrontar los límites de la condición humana.

Este conflicto, donde los ideales defendidos son más difíciles de cumplir de lo que parece, se acrecienta si el individuo vive en una sociedad donde dichos esquemas tal y como cree que deben de ser no están normalizados y donde el incentivo para romperlos es mayor, como cumplir cabalmente con el dogma religioso cuando la mayoría no lo hace o promoverse como un gran “aliado del feminismo” en una sociedad donde el machismo es común.

Empeora la situación el hecho de que el individuo presuma esos ideales con ahínco e incluso se los exija a los demás (eso que ahora llaman virtue signaling, que aunque suena novedoso por su manifestación en las redes sociales, es algo que siempre ha existido). De hecho, es lo común ya que quien suele defender ciertos ideales se siente privilegiado (por ser conocedor de dichos ideales así como sus fines) y siente que tiene un deber moral en promoverlos. Pero no es lo mismo promoverlos que sostenerlos en la cotidianidad.

Esta fricción y falta de correspondencia entre la promoción de los ideales que representan el deber ser (que, como tales, siempre tienen una carga moral) y la forma en que los adoptamos para nosotros en nuestra vida cotidiana y que representa el ser, es lo que conocemos como doble moral.

No tiene nada de malo defender ideales, terrible sería recomendar a mis lectores el nihilismo para evitar cualquier posibilidad de conflicto. Para evitar la doble moral se necesita autoconocimiento y una reflexión profunda de sí mismo: el individuo debe reconocerse como un ser imperfecto que puede fallar y que, antes de recriminar el comportamiento de los demás, debería asegurarse ser congruente entre lo que dice y hace.

Llevar los ideales a la práctica es tal vez lo más complicado, porque requiere más esfuerzo y autocrítica que el acto de presumir tener ciertos ideales y señalar a los demás a partir de ellos.

En el corto plazo hay más incentivos sociales para presumir defender tales ideales que para llevarlos a cabo y que explican en parte la manifestación de la doble moral. Si bien, todos podemos a llegar a caer en ella, quien cae una y otra vez en cuestiones de doble moral termina, en un momento u otro, exhibido como un estafador y con su honor en serio entredicho.